Beso, aire, manos, ruido, golpe,
todo, parte...
Mido las teselas de ese cuaderno,
que me guarda desde tantos años atrás.
Impresiones transfiguradas de los recorridos
al acecho por los rincones:
mis pies acalorados,
refrescados en la fuente de la plaza.
Veranos derramando mercurio,
poniéndome un sombrero.
Una mujer camina
y abre surcos en los desfiladeros de brillo solar
y reza
bajo una sombra
que memoriza y salva del miedo.
No sé si su legado pertenece
a las palomas refugiadas
entre los árboles.
Magníficos colores en el sueño
de una mañana o una tarde
en la que sintió el triunfo
y tuvo palabras soberbia
después de éxito.
Estaba segura de ganar
al mosaico eterno
en mis maletas y mochilas.
Mis huellas fueron otras
sin el horario que ella menciona
desde su tribuna triunfante:
admirable en la letra pero no en el corazón.