Tengo
esta noche las manos negras, el corazón sudado/
como
después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
(Julio
Cortázar - "Nocturno")
La
necesidad surge imperiosa, el miedo desciende y la habita después de
la medianoche. La incertidumbre viaja de aposento en aposento con un
pasaje de ida y vuelta y la atmósfera asfixia a las ventanas.
Es también en la noche que la soledad esgrime su mejor discurso. Aún
es una soledad infantil, apenas balbucea frases ya gastadas.
Su
letra no se asusta, despierta a intervalos regulares y toma notas: el
invasor es un mal verso, intentando deconstruirle el placer poético
a la madrugada.
Dibujó el sueño en el aire tibio del embozo
y lo guardó a buen recaudo en el lugar que ocupa su colección
onírica. También puede tramar sueños sin soñarlos.
A veces
la oscuridad le trae un amor y la noche se calma. Otros días es la
música la que aconseja a sus sentidos. Rememora el baile bajo los
tejados en la ciudad que la preñó de canciones.
Desata nudos
en las tertulias aflojando la desmemoria. Ilumina la esquina de los
enamoramientos atenta a los añiles nocturnos. El oxígeno purificado
respira el canto de los grillos.
Enmudece una voz avinagrada
pronunciando exabruptos que rebotan en las paredes y trepan
hasta las cornisas. A veces se oye un himno de paz saltando de farola
en farola llamando al baile a las sombras que caminan.
Hay un
acuerdo campestre en los sonidos de esa parte de la urbe, alejada de
los gritos y las promesas de venganza.
Ya nadie quiere
derramar el rojo elixir de los latidos.