En
sus tiestos, todas las plantas
desconocidas, nuevas,
me miraron
de pronto
como seres benignos
que pedían respeto
dándome
su cariño.
(Ida Vitale - "Invernadero")
A
menudo pienso en un mundo nuevo, en el latido cercano que nos
dejaste, en tus manos atrapadas por la tierra, en tu sonrisa hacia el
verde o el colorido camuflaje de los parterres...
Pienso en
regalarte mi amor tan secreto y enterrarlo a tu abrigo, que custodies
ese pedacito de mi alma y las margaritas amarillas.
Creo que
ha llegado el momento de embarcar tu risa hacia el horizonte marino.
Podremos ponernos junto a ti bajo la bóveda celeste y unirnos en una
plegaria de flores silvestres. Es posible que nos cuentes cómo se
agita el oleaje nocturno, transmitiéndote los sueños de los
viajeros. Tú misma atravesaste un océano ilusionada con el misterio
de otras costas. Fuiste allí a buscarnos sin saber que llegaría la
despedida. También encontraste el amor y danzaste con él hasta que
los dioses vinieron a buscarlo.
Te llamamos algunas veces sin
darnos cuenta de que te has ido al lugar de los abrazos, donde la luz
te acoge. Te nombramos una y otra vez como si todavía pudieses
participar de nuestras dudas y aflicciones, esperando que de algún
modo te pronuncies y nos aconsejes.
Vivimos en la utopía azul
de tu mirada que nos protege aún desde alguna parte, como si fueras
a abrir la puerta y sentarte entre nosotras.
Sin embargo, tu
ausencia crece y madura en nuestro pensamiento, dispuesto todavía a
errar y situarte en el presente. Eres suma de recuerdos cuando
evocamos tus pequeñas hazañas y también las grandes.
Nos
enseñaste la lucha vital y nos aferramos a tu ejemplo, para no
decaer en las situaciones difíciles. Guardamos tu legado en nuestros
pequeños cofres, donde palpitan los días.
Tu nombre se llama
amor en nuestros labios.