Detengo los brillos del paisaje en el centro de mis ojos y te miro y admiro tu obra.
Nuestros enemigos reptan por el barro como sierpes indignadas, descosen las costuras del suelo y no saben que se acercan al abismo. Es inútil advertirles del precipicio y las mutaciones del alba. No has querido sumarlos a las auroras, pero ellos se han entregado al falso orgullo y enumeran los desaciertos de sus nombres incandescentes.
La hora demoníaca les traiciona, el amor huye por el sendero de la paz.