Un
alma que muere envenenada
muere
sin porqué
(Chus
Pato - "Una larva, etimología/SALVOCONDUCTO")
Quería
dominar la lluvia, don que los dioses le habían concedido a ella, y
por tanto quería dominarla a ella. Recordaba a Eva, insignificante
mujer que procedía de una costilla de varón. Tal vez su pecado
había sido la debilidad de Adán. Recordó también que en el
Paraíso no llovía y que aquella mujer sólo tenía el poder del
pecado. Atravesar esa frontera le pareció muy fácil. Porque él era
pecado y no creía en ello. Pegó su nariz al cristal y vio
enfurecerse al mar. Siempre que tentaba a la lluvia el mar mostraba
su ferocidad.
Copió
del celuloide la danza de los indios americanos, ellos, que habían
tenido la libertad, vivían ahora en reservas y muy reservadamente.
En cambio él era libre y disponía de un poder a través de ella. Se
sobresaltó y miró de nuevo hacia la playa, era la voz de ella
cantando a la orilla, mientras que las olas empeñecían. También
cesó la lluvia.
Ahora
la furia del mar estaba en él, sacó un puño, -arma inexorable de
sus odios- hirió con él la línea divisoria del horizonte y la
ventana se quebró. Amonestó inútilmente al cielo nublado que ya
parecía seco. La letanía de ella seguía sonando en sus oídos
aturdidos por la fiera que albergaba.
No
veía su rostro pero estaba seguro de que esgrimía una sonrisa a los
Hados. Sabía también del dolor que le causaban aquellos días de
lluvias persistentes. Ella, por su parte, adivinaba el placer que
sentía él, cuando lograba sus objetivos sobre la naturaleza.
Él
siguió observándola y escuchando su voz. De pronto la vio caer de
rodillas frente al mar y esconder su rostro en sus manos. Pedía
algo. Mantenía una conversación con las fuerzas
sobrenaturales.
Una
fractura en la bóveda celeste descubrió rayos de sol. Ella flexionó
su cuerpo y posó sus cabellos sobre la arena.
Él
encolerizado. Ella agradecida.