jueves, 29 de abril de 2010

Fuera de contexto.



“El amor es realmente una tormenta de la imaginación”.



“El amor es un millón de enfermedades distintas”.


(TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga)

* * *

Cada noche, en ese interior, un amor fuera de contexto. El texto se exhibe, discute y pretende una razón que a veces no tiene. Cada noche un debate al viento o a la deriva de ese océano imaginario. Cada día buscando el hueco perdido, un afán afiebrado y torpe, que en la avanzada y, sin apenas tiempo, sólo encuentra barandillas asomadas al mismo precipicio.

Se dice. Y en la mayoría de las ocasiones, nada hay más triste ni decepcionante que esperar la respuesta de sí mismo. “Te caíste”. “No, aún no, no fue más que otro tropiezo”.

Y cuando ya sabe que la noche viene enferma de inútiles protestas, de alambres retorcidos sobre el vientre del silencio, de astutos cuervos con su “nunca más”..., olvida la importancia de respirar, simplemente, en un páramo. Porque ese aire que absorbe y mantiene la quietud o el movimiento en la estática vivencia, no sirve, aunque a pesar de ello camine.

Así, cuando invierno supera a estío, contra las medidas de los termómetros, su barca es la de Caronte, chocando con cualquier iceberg puesto en su camino.

El texto no concluye, enreda sus garras en el lecho nocturno y reclama la condición de piel amada. La vocecita tibia dice que no lo cuentes y la grave voz del alma exige que no ocultes nada. Entra y sale de una frase hiriente, de una frase tan solitaria y apresada, que le estalla.

Más tarde, cuando ya se había resignado al punto y aparte o al borrón y cuenta nueva, después de haber batido toda la sintaxis a punto de nieve, le sale el sol en otra ventana que siempre creyó cerrada. Y crece. Descansa. Punto y seguido le pone la mano ardiente en la espalda. Advierte cierto parecido, antes del alba, entre el no y el tal vez sí. La angustia se desmigaja y abraza la desnudez que sentía. La resistencia cede y aparece el gemido ferviente, expandido sobre los bordes de la misma noche y del amor fuera de contexto.

Subiendo, le encuentra a aquella frase, que se retorcía, el ombligo. Va hacia arriba y se detiene, dos puntos, entre comillas, la lengua comparece con un epíteto contundente. Y se desliza. Ya no se detiene... Gira y luego desciende...

Y yo, le dejo ahí, conjugando todos los verbos en presente.
 



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