-¿Tú crees?- dice ella, como si hubiese escuchado sus palabras. Está a punto de dormirse sobre el brazo del sofá y sonríe al pensar que haya sido precisamente él quien lo ha dicho...
“Todo es amor... Todo es amor. El amor lleva a la comprensión. La comprensión a la paciencia. Y entonces se detiene el tiempo. Y todo pasa aquí y ahora”. (LOS MENSAJES DE LOS SABIOS, Cap.6: El poder curativo de la comprensión, BRIAN WEISS)
* * *
Desde la calle suben los ecos de la vida que continúa, a pesar del sueño de la mayoría. La realidad es que la ciudad comienza a dormirse y en los retazos de cielo que se vislumbran aparecen las huellas del cansancio.
Ahora, aquí, no está insomnio, sino el susurro aparente de un péndulo invisible, contra la pared, contando segundos solitarios, en tanta compañía... El verbo necesita un sustantivo al que aferrarse, quiere sostenerse en una acción, planear, avanzar, discurrir... Y siente cómo se le enervan varios adjetivos escondidos, cómo escalan y ascienden hasta los párpados silentes. Cede y toma posesión de una detención colmada de presagios. Y callado, divaga entre imágenes aún no dichas, y en sentido figurado, o figurándoselo, dichosas. Porque era eso lo que añoraba el verbo, recostarse serenamente sobre las imaginadas luces que pretende y alegrarse de ver. Remonta entonces, cometa y vuelo, sobre las almas que ya han dejado de mirar al mundo y admira, siente, se emociona y carga de toda posibilidad, eludiendo cualquier margen filoso que pueda constituir un escollo en el discurso amante.
Recorre una avenida. Pasa delante de una fuente. Se detiene frente al escaparate de todas las tentaciones contenidas y compra por muy poco el regalo que deseaba.
Luego envuelve cuidadosamente el tesoro menos costoso y, ya sin miedo, pone su voz entre los pliegues del papel.
Aquí, ahora, sólo el reloj de arena transparente de la playa, mientras el verbo, sumergido, indaga...
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