sábado, 24 de abril de 2010



Un día más o un día menos


Pasos perdidos en la estantería. Las muñecas rusas pasean de mayor a menor sobre las cornisas de la madrugada que comienza. Turno de seguir. Turno de repasar los títulos. El día fue ascendiendo y descendiendo sobre las ondas del silencio, la ausencia y el nombre del poeta. Era otro día, éste alquilaba trajes de ayer y miraba su aspecto en el espejo de la puerta del ropero. El café llegó tarde, tras una larga siesta desvirtuada y de borrosos sueños. Al despertar ya no estaba el diario de los conflictos, ni los asuntos del escritorio tenían importancia. Sólo ese latido de páginas poniéndome una blusa fresca, de mangas dispuestas a un abrazo que permanece en el aire...

Presentir. Postsentir. ¿Cuándo y qué sentir?

En el centro, en el instante dicho a la nada que escucha.

El cielo de esta madrugada parece despejado, sin embargo revolotea entre las antenas una confusa ambición de permanencia, como un juego dictado por dioses falsos.

No veo al hombre desnudo sino sus frases en boca de otro, como un Cyrano altivo, que sabiendo el final de la obra, sale del escenario y vaga por los callejones de otro barrio. Todos los actores conocen el juego menos la marioneta cautiva...

Miro mis uñas y sé que he arañado todos los pasadizos de la carencia onírica. He de consolarme de todos modos con un destino de sartenes y escobas, ajuar de morada catacumba. Y es por eso que la ilusión se disfraza, decae con la ropa diaria y retorna a los símbolos de aquel pulso independiente.

La trampa está abierta y el corazón cerrado.



(Me arrodillo, junto las manos y suplico a ese cielo abierto sobre una ciudad que miente.) 





 

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