lunes, 12 de julio de 2010

SIN DIARIO V


“Y bailan bien, algunos con verdadero entusiasmo. No entusiasmo contagioso pero entusiasmo al fin y al cabo, y por más que algunas chicas y algunos chicos muy guapos vienen a animarme, la verdad es que no me animo, porque sea lo que sea lo que tenga que venir y lo que haya pasado antes, una cosa es segura, la muerte no me encontrará bailando”. (TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga)



Aquella había sido la canción. El pub estaba repleto de gente bebiendo y bailando.

Amanda se miró en el espejo del baño mientras secaba su melena con una toalla. Pensó que estaría horrible si él la había visto al pasar, con el pelo completamene mojado y pegado a la cara.

Era ésa la canción, la que sonaba en la radio de la cocina.

No había mucha luz y cada ciertos segundos un relámpago rojo desdibujaba los rostros de los que, como ella, apoyaban la espalda en la pared y observaban a los que bailaban en el centro del local. Había buscado el rincón que le pareció más protegido y Teresa se había acercado un par de veces a decirle que no se amuermara, que bailara con ellos. Ella estaba bien, no se amuermaba, le gustaba estar ahí, viendo las los movimientos de los que bailaban, escuchar las canciones, el juego de luces dando sombras y color intermitentemente, dejar volar sus pensamientos al ritmo de la música...

Cuando volvió a casa, estuvo mucho tiempo tumbada en la cama, con la lámpara de la mesilla encendida mirando al techo, no leyó, sólo pensó y pensó y se imaginó de mil formas diciendo mil cosas. A la mañana siguiente había amanecido muy soleado, todo brillaba, nada presagiaba un gris como el que hoy sujetaba al día con tenacidad.

Miró su reloj de pulsera y oyó la voz de su madre desde la cocina, le advertía que no llegaría ni siquiera a la segunda hora de clase y ésa era la clase de matemáticas. La asignatura que peor llevaba. Tenía que darse prisa y prescindir de usar el secador.

Cogió los libros de encima de su cama y corrió por el pasillo. Desde la entrada, antes de cerrar la puerta avisó en voz alta que se iba, su madre le volvió a decir que se diera prisa, a las 9:30h pasaría otro autobús.

Bajó las escaleras tarateando la canción y bailando en los descansillos.

Aún llovía. Con la mansedumbre que deja haber soltado toda la rabia, como si no hubiese intención de mojar.







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