jueves, 25 de julio de 2024

EN LAS SOMBRAS

 

El reloj de péndulo que les había regalado la abuela, marcó la una de la madrugada con su clásico sonido de campanada. Después de esa constatación, recordó relatos de terror que había leído cuando era niña, en los que hablaban de relojes similares. Bajó las escaleras sin encender la lámpara, la luz de la cocina estaba encendida y se oía trajín en ella. La puerta abierta dejaba llegar cierta claridad. Desde el umbral del baño vio la silueta de su hermano cocinando. Lo hacía, elaboraba comida cuando estaba inquieto, cosa bastante frecuente en él.

Tenía miedo desde lo ocurrido el año pasado. Le había quedado una ligera cojera, a la que se había acostumbrado, lo que le preocupaba era que se repitiera el episodio. Un ictus leve hizo tambalear su vida. Se fue recuperando, el médico le había pronosticado una vida larga con los cuidados y precauciones adecuados. También le había dicho que la cojera disminuiría prácticamente de forma definitiva. Andrés se cuidaba cocinando platos vegetarianos. Ella, Laura, se había adaptado a su dieta.

Laura entró en el baño sin que Andrés se diera cuenta. Se apreciaban minúsculas gotitas de sudor en su frente, la pesadilla había regresado, había tardado dos meses en hacerlo. Lavó su cara con agua fría y sintió alivio. Decidió tomarse una infusión haciéndole compañía a su hermano. Al salir del baño, Andrés, la oyó. Se asomó a la puerta de la cocina y le preguntó si se encontraba bien. Laura le contestó que sí, que solo había tenido un mal sueño. Voy a tomarme una infusión y te hago compañía, le comentó. Cuando se dio vuelta para cerrar la puerta de la cocina lo vio al pie de la escalera. Era ese niño otra vez.

No podía hablarle de eso a su hermano, qué pensaría de ella. La presencia no la asustaba, al contrario, le producía alivio. El niño que sucumbia en su pesadilla, renacía en las sombras. Y a ella esto la reconfortaba.

En la pesadilla, Laura, vagaba por los pasillos de un edificio abandonado y sucio. Un niño caminaba a su lado y ella parecía conocerle. Subían en el ascensor, que curiosamente funcionaba, hasta la última planta. Allí ella salía del ascensor y el niño se quedaba dentro. Las puertas se cerraban y el ascensor caía en picado. Su desesperación no tenía límites. Suponía que el niño moría dentro del ascensor ante su impotencia. Buscaba las escaleras y bajaba corriendo, cuando alcanzaba la segunda planta se despertaba con una infinita angustia.

Aquel niño la miraba desde las sombras como si necesitara comunicarse con ella. Pensaba esto mientras se preparaba la infusión y Andrés le  hablaba de los platos que había preparado.

Ella no sabía exactamente de dónde o por qué había surgido la pesadilla. No era el espíritu de alguien que ella conociera, aunque tal vez podía ser el de alguien lejano. En cualquier caso aquel niño a pesar de ser fruto de un sueño era un fantasma.

Finalmente le contó a Andrés su pesadilla,  eludiendo decirle que veía al niño en las sombras al despertarse.

Después de aquella noche la pesadilla desapareció. Pero ahora estaba segura de que el niño necesitaba comunicarse con ella porque, aunque la pesadilla ya no existía, el niño seguía mirándola desde las sombras. Su amiga Malena le aconsejó que consultara con una médium o en su defecto con un sacerdote especializado. Malena le habló también de su anterior relación con la iglesia católica, Laura había sido creyente. Tal vez puedas solucionarlo tú misma, le dijo, si te acercas a una iglesia y rezas quizás el niño se vaya. Habían pasado seis meses desde la última pesadilla, pero el niño seguía manifestándose con cierta regularidad.

Reflexionó varios días sobre lo que le había dicho Malena. Imaginaba que de alguna manera ella funcionaba como un canal para el niño, lo más probable era que el niño buscara una salida y alguien que le ayudara a encontrarla. La opción de pasar por una iglesia le parecía la más adecuada, consultar con una medium era algo muy distante y desconocido para ella, le provocaba desasosiego. Intentar resolverlo en su propia intimidad, esgrimiendo sus precarias armas: unas, aparentemente, insignificantes plegarias.

Durante un mes acudió a una iglesia del centro de la ciudad cada semana y allí rezó y allí se despidió del niño,  que la esperó escondido en la sombra de una columna. Su imagen ascendió y se difuminó en el aire. Nunca sabría por qué aquel niño se había acercado a ella, pero siguió orando y a veces cuando pasaba por una iglesia lo recordaba y entraba.







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