Tengo
mucho miedo. El mar está oscuro, gris oscuro. Las nubes
ennegrecidas. Salí de la casa prisión porque el miedo no me dejaba
respirar. El movimiento me relaja, alejarme de él también. Hace
mucho que le tengo miedo.
Es
encantador para todo el mundo, cómo decir algo malo de él, cómo
explicar que me hace sentir tan insignificante. Que sus palabras me
destrozan. Que su absoluta indiferencia es cruel. Que el miedo y el
nerviosismo me vuelven torpe, pierdo la serenidad y no sé que es lo
que tengo que hacer. Entonces me trata de inútil, que no pongo
atención en lo que hago suele decir.
Me
limita, me controla, le molesta que ría, le molesta cuando
hablo por teléfono con mis amigas, le molesta que quede a tomar un
café con una amiga, también le molesta que vea a mi hija. Sus celos
de todo son enfermizos y peligrosos.
En
dos ocasiones estuvo a punto de matarme. Consiguió controlarse en el
último momento.
La
ira le ciega y rompe mis cosas, ya casi no me quedan fotos de mi niña
cuando era pequeña.
Una
vez, fuera de control, escupió en mi plato y me obligó a
comerlo.
No
quiere que trabaje, no quiere que haga nada.
Sí
llego tarde, o lo que él considera tarde, siempre tiene preparado un
castigo. Una de esas veces fue cuando estuvo a punto de matarme.
El
mar está oscuro, el cielo también. Hace media hora que estoy
apoyada en la barandilla viendo el mar. Ahora respiro, pero siento
miedo de volver.
Tengo
que salir de esa casa prisión, tengo que salir antes de que me mate.
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