"La frivolidad es el hermano pequeño
y
desprestigiado del sentido del humor."
Milena
Busquets
Marisa tiene setenta y cinco años y todavía escribe a diario. Piensa que este
puede ser su último libro. Quiere que la invada la nostalgia, quiere recordar,
que su juventud se haga presente y hablen todas aquellas voces. Y piensa en su
juventud porque en su madurez no hay nada destacable. Sigue siendo una
solterona, nunca se atrevió a alargar demasiado una relación.
Los recuerdos la asaltan en ocasiones y ríe divertida. Ni uno solo de los
hombres que hubo en su vida merece estar en su ahora. Nadie más que ella es
responsable. Tampoco había conocido los celos, no había habido muchos hombres a
lo largo de su existencia, pero lo que jamás toleró fue un hombre celoso. En
cambio, su amiga Maruja, una de las del trío tres M., lidió varios años con el
hombre más estúpido que habían conocido. El trío de las tres M lo completaba
Marisol. Ni Marisol ni ella podían comprender la relación que existió entre ese
hombre tan estúpido y Maruja.
El susodicho se llamaba Antonio. Era alto y tenía los ojos azules. Maruja no
podía pintarse ni usar vestidos por encima de la rodilla ni quedar a solas con
sus amigas... Las ideas y pensamientos de Maruja estaban secuestrados por
Antonio. Él era un inepto y muy bruto. Se entretenía solamente viendo partidos
de fútbol y películas del Oeste, era fan absoluto de John Wayne. Otra de las
cosas que él creía que le pertenecían era la mirada de Maruja. Le molestaba que
indagara en Internet vidas de escritores y famosos en general. Sentía celos
hasta de las lecturas que hacía Maruja.
Marisa y Marisol dejaron de verla, hasta que un día las llamó y apareció con un
ojo morado. Era fácil deducir lo que sucedía. Aquel bruto pasó a la
historia y Maruja volvió a formar parte del trío de las tres M. Le costó un
tiempo volver a ser la misma de antes, aunque Marisa pensaba que nunca lo logró
del todo. No es fácil recuperarse del maltrato y el secuestro.
Marisa se preparó un té en la cocina, mirando por la ventana. Ya estaba
atardeciendo. Era la hora de la nostalgia.
Tenía veinticuatro años cuando conoció a Alejandro. Él también tenía
veinticuatro años. Era poeta. Y ella lo decía llena de orgullo. Su madre le
advertía del fatal destino que le esperaba si seguía adelante con esa relación.
Era tan joven y tan feliz mientras escuchaba a Alejandro, hablándole de
poetas y poemas. No comprendía las advertencias de su madre, no había para ella
nada más bello que la poesía y la mirada de Alejandro. Un problema familiar se
llevó a Alejandro al sur del país. Siguieron en contacto pero ella ya había
escrito su primera novela y los compromisos la abrumaban. Por supuesto, echaba
de menos a Alejandro, a pesar de eso la vida la arrastró y cada vez se
distanciaron más. Ahora estaba llegando al final del primer capítulo de quizás
su última novela y recordaba con cariño.
Marisol y pecholobo escribió Marisa. Se asomó a la ventana y respiró el frescor
de los árboles. Pecholobo pertenecía al presente, Marisol era la única de las
tres que conservaba la pareja de toda la vida. Ya no era pecholobo, ese
apelativo se lo había puesto Maruja, porque él solía vestir camisas abiertas
hasta el final del tórax. Llevaba también una cadena de oro de la que colgaba
una cruz. Escribía y lo hacía bien. Marisol se enamoró de sus escritos y
después se enamoró de él. Un día le dijo: "me has traído la soledad, yo no
sabía lo que era estar solo y ahora sé que estar solo es estar sin ti".
Aquello lo celebraron las tres, pecholobo pasó a ser definitivamente un buen
descubrimiento. Ellas compartieron con él muchas cosas y él las adoraba. Esa
relación que existió entre ellos sigue manteniéndose en el presente. Es por eso
que tanto Maruja como Marisa siguen creyendo que el amor es posible.
Marisa se levantó y encendió la lámpara. La hora de la nostalgia daba paso a la
hora de la lectura. Quizás mañana surja entre sus páginas su verdadero amor.

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