miércoles, 10 de julio de 2024

QUIZÁS MAÑANA

"La frivolidad es el hermano pequeño

y desprestigiado del sentido del humor."

Milena Busquets


Marisa tiene setenta y cinco años y todavía escribe a diario. Piensa que este puede ser su último libro. Quiere que la invada la nostalgia, quiere recordar, que su juventud se haga presente y hablen todas aquellas voces. Y piensa en su juventud porque en su madurez no hay nada destacable. Sigue siendo una solterona, nunca se atrevió a alargar demasiado una relación.

Los recuerdos la asaltan  en ocasiones y ríe divertida. Ni uno solo de los hombres que hubo en su vida merece estar en su ahora. Nadie más que ella es responsable. Tampoco había conocido los celos, no había habido muchos hombres a lo largo de su existencia, pero lo que jamás toleró fue un hombre celoso. En cambio, su amiga Maruja, una de las del trío tres M., lidió varios años con el hombre más estúpido que habían conocido. El trío de las tres M lo completaba Marisol. Ni Marisol ni ella podían comprender la relación que existió entre ese hombre tan estúpido y Maruja.

El susodicho se llamaba Antonio. Era alto y tenía los ojos azules. Maruja no podía pintarse ni usar vestidos por encima de la rodilla ni quedar a solas con sus amigas... Las ideas y pensamientos de Maruja estaban secuestrados por Antonio. Él era un inepto y muy bruto. Se entretenía solamente viendo partidos de fútbol y películas del Oeste, era fan absoluto de John Wayne. Otra de las cosas que él creía que le pertenecían era la mirada de Maruja. Le molestaba que indagara en Internet vidas de escritores y famosos en general. Sentía celos hasta de las lecturas que hacía Maruja.

Marisa y Marisol dejaron de verla, hasta que un día las llamó y apareció con un ojo morado. Era fácil  deducir lo que sucedía. Aquel bruto pasó a la historia y Maruja volvió a formar parte del trío de las tres M. Le costó un tiempo volver a ser la misma de antes, aunque Marisa pensaba que nunca lo logró del todo. No es fácil recuperarse del maltrato y el secuestro.

Marisa se preparó un té en la cocina, mirando por la ventana. Ya estaba atardeciendo. Era la hora de la nostalgia.

Tenía veinticuatro años cuando conoció a Alejandro. Él también tenía veinticuatro años. Era poeta. Y ella lo decía llena de orgullo. Su madre le advertía del fatal destino que le esperaba si seguía adelante con esa relación. Era tan joven y tan feliz mientras escuchaba a  Alejandro, hablándole de poetas y poemas. No comprendía las advertencias de su madre, no había para ella nada más bello que la poesía y la mirada de Alejandro. Un problema familiar se llevó a Alejandro al sur del país. Siguieron en contacto pero ella ya había escrito su primera novela y los compromisos la abrumaban. Por supuesto, echaba de menos a Alejandro, a pesar de eso la vida la arrastró y cada vez se distanciaron más. Ahora estaba llegando al final del primer capítulo de quizás su última novela y recordaba con cariño.

Marisol y pecholobo escribió Marisa. Se asomó a la ventana y respiró el frescor de los árboles. Pecholobo pertenecía al presente, Marisol era la única de las tres que conservaba la pareja de toda la vida. Ya no era pecholobo, ese apelativo se lo había puesto Maruja, porque él solía vestir camisas abiertas hasta el final del tórax. Llevaba también una cadena de oro de la que colgaba una cruz. Escribía y lo hacía bien. Marisol se enamoró de sus escritos y después se enamoró de él. Un día le dijo: "me has traído la soledad, yo no sabía lo que era estar solo y ahora sé que estar solo es estar sin ti". Aquello lo celebraron las tres, pecholobo pasó a ser definitivamente un buen descubrimiento. Ellas compartieron con él muchas cosas y él las adoraba. Esa relación que existió entre ellos sigue manteniéndose en el presente. Es por eso que tanto Maruja como Marisa siguen creyendo que el amor es posible.

Marisa se levantó y encendió la lámpara. La hora de la nostalgia daba paso a la hora de la lectura. Quizás mañana surja entre sus páginas su verdadero amor.


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