Le
ardían los ojos como si acabara de llorar, sin embargo no había
derramado ni una sola lágrima. Estaba triste, es cierto, un nudo le
ataba la garganta y el llanto le haría bien, pero no había llorado.
Todavía era pronto para superar la muerte de Ariadna. Aquella no era
una tristeza trágica sino una tristeza suave, algo edulcorada. Esa
mañana la calle le pareció menos poblada, los coches, en cambio,
daban la sensación de ir más veloces.
Había
cerrado la puerta de su casa con un fuerte golpe, como si todo lo que
allí se guardaba necesitase una confirmación audible. Fue una
reafirmación sonora y rabiosa. Seguidamente pensó a quién le
importaba que ella saliese de su casa o lo que quedaba dentro. El
manuscrito tal vez, con sus fórmulas misteriosas podría interesar a
alguien. Supuestamente nadie lo sabía, solo ella. No había hablado
del manuscrito con nadie.
La
experiencia no le correspondía, el relato hablaba de otra persona,
ni siquiera las fórmulas eran suyas. Había heredado de Ariadna
tanto la historia como las fórmulas. Ariadna había sido su amiga
desde la infancia, lamentablemente una infame enfermedad se la había
llevado antes de tiempo. Cada tarde del último mes de su vida fue a
visitarla y Ariadna aprovechó ese tiempo para relatarle la
historia.
Le
habló de Sole durante todo aquel ingrato mes, treinta días de
esfuerzo por su parte para regalarle aquella narración.
Sole
vivía en la parte baja de la ciudad, apartada del perímetro de los
edificios, en un lugar que todavía parecía un pueblo en miniatura.
Su casa era minúscula, como todas en aquel entorno. Era una
construcción de ladrillo rojo y cemento. La casa consistía en dos
habitáculos y un pequeño porche en el que había una silla y una
diminuta mesa. El conjunto no era bello, pero sí armonioso.
Sole
era curandera, como los chamanes de otras civilizaciones. Su rostro
era redondo y dulce, de azules ojos lánguidos. De una estatura
acorde a las dimensiones de la casa y una sonrisa que inspiraba
confianza.
Era
curandera desde siempre, como toda su estirpe femenina. Los emplastes
los había compuesto cuando solo tenía quince años. Los había
probado con su familia y daban buenos resultados. Al abuelo le había
curado una profunda llaga en la espalda, aplicándole el emplaste
cada día durante una semana. Su fórmula era una de las que figuraba
en el manuscrito. Había decidido escribirlo con fines terapéuticos.
Sole había confiado sus fórmulas a Ariadna y Ariadna se las había
confiado a ella.
Tenía
que buscar una persona que estuviese interesada en la curación de
las heridas y en la reconducción de los espíritus vagabundos.
Porque además de las fórmulas para los emplastes, Ariadna le había
legado unas plegarias que ayudaban a los espíritus a llegar al
camino final.
Por
la tarde se había citado con Sole en su minúscula casita, siguiendo
las instrucciones de Ariadna, para contarle que el manuscrito estaba
terminado. Sole la recibió vestida de blanco. Ella vestía de color
negro y ese hecho le recordó el yin y el yang. La sonrisa de Sole la
calmó, se sentía un poco tensa. Todo lo que sabían una de la otra
lo sabían por medio de Ariadna, no obstante, Sole parecía saber
mucho más de ella. Había preparado una tisana, a la que llamó
tisana de la amistad. Recordó una de las fórmulas, estaba en el
manuscrito. Sole sacó una silla al porche y ambas se sentaron a la
mesita en donde reposaba la tisana. Trajo del interior también dos
tazas preciosas.
Sole
le habló como si la conociera de siempre. Ya tenemos heredera, le
dijo. El manuscrito ya tiene propietaria. Cómo la has encontrado? le
preguntó. Me la trajo su propia madre, contestó Sole. Creía que su
hija estaba poseída por un espíritu extraño o por el mismo
demonio. Dijo esto y se rió alegremente. De qué manera supiste que
era la heredera?, la interrogó. Le di a beber la tisana de la
claridad de pensamiento, su madre se había quedado en el porche
esperando. La chica me contó las cosas que le ocurrían, habló
durante media hora seguida y se sintió muy cansada pero también muy
relajada. Me sonrió como si hubiera parido algo nuevo. Le expliqué
que tenía un don, que no era malo sino todo lo contrario. Le
pregunté si quería hacerse responsable de tal cualidad. Si lo
haces, tendrás que usarlo para el bien de los demás. Y ella dijo
que sí. Luego se lo expliqué a su madre de forma que lo entendiera y
no lo rechazara. Ahora viene una vez a la semana a aprender conmigo.
Ya casi está preparada, es hora de que le entreguemos el
manuscrito.
Al
día siguiente por la tarde se presentó en la casita con el
manuscrito en su bolso. Sole la recibió con un abrazo. Ella le
entregó el manuscrito. Y cuando Sole se lo dio a la chica se cerró
el círculo chamánico.
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