martes, 10 de septiembre de 2024

EL MANUSCRITO




Le ardían los ojos como si acabara de llorar, sin embargo no había derramado ni una sola lágrima. Estaba triste, es cierto, un nudo le ataba la garganta y el llanto le haría bien, pero no había llorado. Todavía era pronto para superar la muerte de Ariadna. Aquella no era una tristeza trágica sino una tristeza suave, algo edulcorada. Esa mañana la calle le pareció menos poblada, los coches, en cambio, daban la sensación de ir más veloces.

Había cerrado la puerta de su casa con un fuerte golpe, como si todo lo que allí se guardaba necesitase una confirmación audible. Fue una reafirmación sonora y rabiosa. Seguidamente pensó a quién le importaba que ella saliese de su casa o lo que quedaba dentro. El manuscrito tal vez, con sus fórmulas misteriosas podría interesar a alguien. Supuestamente nadie lo sabía, solo ella. No había hablado del manuscrito con nadie.

La experiencia no le correspondía, el relato hablaba de otra persona, ni siquiera las fórmulas eran suyas. Había heredado de Ariadna tanto la historia como las fórmulas. Ariadna había sido su amiga desde la infancia, lamentablemente una infame enfermedad se la había llevado antes de tiempo. Cada tarde del último mes de su vida fue a visitarla y Ariadna aprovechó ese tiempo para relatarle la historia.

Le habló de Sole durante todo aquel ingrato mes, treinta días de esfuerzo por su parte para regalarle aquella narración.

Sole vivía en la parte baja de la ciudad, apartada del perímetro de los edificios, en un lugar que todavía parecía un pueblo en miniatura. Su casa era minúscula, como todas en aquel entorno. Era una construcción de ladrillo rojo y cemento. La casa consistía en dos habitáculos y un pequeño porche en el que había una silla y una diminuta mesa. El conjunto no era bello, pero sí armonioso.

Sole era curandera, como los chamanes de otras civilizaciones. Su rostro era redondo y dulce, de azules ojos lánguidos. De una estatura acorde a las dimensiones de la casa y una sonrisa que inspiraba confianza.

Era curandera desde siempre, como toda su estirpe femenina. Los emplastes los había compuesto cuando solo tenía quince años. Los había probado con su familia y daban buenos resultados. Al abuelo le había curado una profunda llaga en la espalda, aplicándole el emplaste cada día durante una semana. Su fórmula era una de las que figuraba en el manuscrito. Había decidido escribirlo con fines terapéuticos. Sole había confiado sus fórmulas a Ariadna y Ariadna se las había confiado a ella.

Tenía que buscar una persona que estuviese interesada en la curación de las heridas y en la reconducción de los espíritus vagabundos. Porque además de las fórmulas para los emplastes, Ariadna le había legado unas plegarias que ayudaban a los espíritus a llegar al camino final.

Por la tarde se había citado con Sole en su minúscula casita, siguiendo las instrucciones de Ariadna, para contarle que el manuscrito estaba terminado. Sole la recibió vestida de blanco. Ella vestía de color negro y ese hecho le recordó el yin y el yang. La sonrisa de Sole la calmó, se sentía un poco tensa. Todo lo que sabían una de la otra lo sabían por medio de Ariadna, no obstante, Sole parecía saber mucho más de ella. Había preparado una tisana, a la que llamó tisana de la amistad. Recordó una de las fórmulas, estaba en el manuscrito. Sole sacó una silla al porche y ambas se sentaron a la mesita en donde reposaba la tisana. Trajo del interior también dos tazas preciosas.

Sole le habló como si la conociera de siempre. Ya tenemos heredera, le dijo. El manuscrito ya tiene propietaria. Cómo la has encontrado? le preguntó. Me la trajo su propia madre, contestó Sole. Creía que su hija estaba poseída por un espíritu extraño o por el mismo demonio. Dijo esto y se rió alegremente. De qué manera supiste que era la heredera?, la interrogó. Le di a beber la tisana de la claridad de pensamiento, su madre se había quedado en el porche esperando. La chica me contó las cosas que le ocurrían, habló durante media hora seguida y se sintió muy cansada pero también muy relajada. Me sonrió como si hubiera parido algo nuevo. Le expliqué que tenía un don, que no era malo sino todo lo contrario. Le pregunté si quería hacerse responsable de tal cualidad. Si lo haces, tendrás que usarlo para el bien de los demás. Y ella dijo que sí. Luego se lo expliqué a su madre de forma que lo entendiera y no lo rechazara. Ahora viene una vez a la semana a aprender conmigo. Ya casi está preparada, es hora de que le entreguemos el manuscrito.

Al día siguiente por la tarde se presentó en la casita con el manuscrito en su bolso. Sole la recibió con un abrazo. Ella le entregó el manuscrito. Y cuando Sole se lo dio a la chica se cerró el círculo chamánico.




 

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