Se
habló del tiempo, claro, a los postres nadie pudo resistir la
tentación de quejarse por la falta de lluvia. La sequedad del
césped, las uvas que no maduraban en su tiempo... Para colmo la
huerta estaba cubierta de caracoles, una plaga desconocida. A ellos
nunca les había pasado. Que llueva de una vez!!!, exclamó Pedro, el
dueño de la casa. Según Pedro necesitaban una mágica lluvia que
ahuyentara a los caracoles y alimentara el verde. Vera, su mujer,
repitió la frase secundando a su marido.
Alicia
dejó la mesa en el segundo café de pota con gotas. Había cogido su
mochila rosa, color chicle bazooka, y salió caminando por la finca
hasta el sauce. Las cenizas de su madre estaban allí, al pie del
sauce. Su madre, antes de la muerte, le había enseñado algunos
trucos. De ella había sido el frasquito azul con tapón de oro.
Le había explicado que el contenido del frasquito era para usos
diversos y mágico. Ella lo había abierto había mirado en su
interior y el frasquito estaba vacío. Su madre insistía en que el
contenido era muy poderoso. No debes derrocharlo, no es inagotable y
solo se usa para casos importantes, le había advertido.
Pedro
la observó desde la ventana del comedor y la dejó hacer. Él sabía
que Alicia había heredado ciertos dones que poseía su
madre.
Alicia
sacó de la mochila rosa el frasquito azul con tapón de oro y apoyó
la mochila en el tronco del sauce. Con el frasquito en la mano se
acercó a la huerta. Una vez allí, rezó en silencio y después
abrió el frasquito azul y derramó su contenido sobre la
huerta.
Recogió
su mochila color chicle bazooka y regresó a la casa para despedirse
de todos. No quiero que me pille la noche en la carretera, se excusó.
Salió, subió a su coche y se marchó. Cuando alcanzó la carretera
principal comenzó a llover fuertemente.
A
la mañana siguiente Vera la llamó y le comunicó que en la huerta
no quedaba un solo caracol, habían desaparecido. Ella le dijo,
caracoles al poder, pero en su territorio.
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