Se
aproximan lluvias, decía mirando al cielo nublado. Además se
quejaba de que le dolían algunos huesos y músculos. Siempre que eso
pasaba, llovía. Tengo que comprarme un paraguas, añadía como otra
costumbre más del discurso profético. Explicaba que el paraguas que
tenía se lo había roto el viento del último temporal. Después de
decir esto se quedaba ensimismada mirando al vacío.
Nosotros
la escuchábamos, como siempre, sin hacer ningún comentario.
Evidentemente las nubes eran muy oscuras y todo llevaba a pensar que
llovería pronto. A la abuela Carmen le era innecesaria nuestra
opinión, la experiencia la había convencido de que su cuerpo era un
buen barómetro.
Decían
en el pueblo que la abuela Carmen era un poco adivina. Cuando era
joven una de las cosas que había presagiado fue la plaga de
caracoles. Lo dijo una tarde en reunión con sus amigas, en la que
tomaban una copita de anís con pastas. Dijo: no hago más que soñar
con caracoles, va a pasar algo con ellos. Las amigas se quedaron
perplejas cuando, al mes siguiente, las huertas aparecieron llenas de
esos animalitos.
El
abuelo Joaquín le decía que estaba harto de sus augurios. Te voy a
dar con la boina en la cabeza, le dijo en broma, si no dejas de hacer
pronósticos. La abuela Carmen no le hizo caso, una semana después
dijo que Herminia tendría un varón y este sería una ilusión
lograda. Y efectivamente nació un varón, el cuarto hijo de Herminia
después de tres mujeres.
Ahora
se sentía mayor y ya no soñaba, había quedado el vínculo
climatológico, propiciado por sus achaques, casi exclusivamente.
Otro
de los asuntos de los que se ocupaba la abuela Carmen era la visita
de los aparecidos, los difuntos venían a visitarla. Solía ocurrir
cuando se acercaba a la fuente a coger agua en el atardecer. La
señora Amalia se le aparecía todos los viernes. El viernes de
cuaresma no se le apareció y la abuela Carmen dudaba de que aquello
fuese una buena señal. Ciertamente, ella había ido a la fuente un
poco más temprano. El viernes siguiente fue a la misma hora de
siempre y allí estaba la señora Amalia. La abuela Carmen le dijo:
el viernes pasado no viniste. Y la señora Amalia le contestó: vine, pero no estabas.

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