domingo, 1 de septiembre de 2024

PRESAGIOS




Se aproximan lluvias, decía mirando al cielo nublado. Además se quejaba de que le dolían algunos huesos y músculos. Siempre que eso pasaba, llovía. Tengo que comprarme un paraguas, añadía como otra costumbre más del discurso profético. Explicaba que el paraguas que tenía se lo había roto el viento del último temporal. Después de decir esto se quedaba ensimismada mirando al vacío.

Nosotros la escuchábamos, como siempre, sin hacer ningún comentario. Evidentemente las nubes eran muy oscuras y todo llevaba a pensar que llovería pronto. A la abuela Carmen le era innecesaria nuestra opinión, la experiencia la había convencido de que su cuerpo era un buen barómetro.

Decían en el pueblo que la abuela Carmen era un poco adivina. Cuando era joven una de las cosas que había presagiado fue la plaga de caracoles. Lo dijo una tarde en reunión con sus amigas, en la que tomaban una copita de anís con pastas. Dijo: no hago más que soñar con caracoles, va a pasar algo con ellos. Las amigas se quedaron perplejas cuando, al mes siguiente, las huertas aparecieron llenas de esos animalitos.

El abuelo Joaquín le decía que estaba harto de sus augurios. Te voy a dar con la boina en la cabeza, le dijo en broma, si no dejas de hacer pronósticos. La abuela Carmen no le hizo caso, una semana después dijo que Herminia tendría un varón y este sería una ilusión lograda. Y efectivamente nació un varón, el cuarto hijo de Herminia después de tres mujeres.

Ahora se sentía mayor y ya no soñaba, había quedado el vínculo climatológico, propiciado por sus achaques, casi exclusivamente.

Otro de los asuntos de los que se ocupaba la abuela Carmen era la visita de los aparecidos, los difuntos venían a visitarla. Solía ocurrir cuando se acercaba a la fuente a coger agua en el atardecer. La señora Amalia se le aparecía todos los viernes. El viernes de cuaresma no se le apareció y la abuela Carmen dudaba de que aquello fuese una buena señal. Ciertamente, ella había ido a la fuente un poco más temprano. El viernes siguiente fue a la misma hora de siempre y allí estaba la señora Amalia. La abuela Carmen le dijo: el viernes pasado no viniste. Y la señora Amalia le contestó: vine, pero no estabas.





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