Acuno
a una frase lánguida recostada en la cumbre de la tarde. Qué me
cuenta? De nada sirve, ya sabes que estoy prisionera. Los
sentimientos no importan al verdugo.
Salí a respirar el frío
que anuncia el invierno, mi cuerpo tembló y acusó a la memoria: era
libre y podía recorrer cada pensamiento, cada estribillo de mis
canciones, cada sueño certero, cada recuerdo, cada imagen, cada mano
tendida... Vivía en un susurro constante, en un presente activo y
esperanzado.
Despertar sin conciencia, una boa apretando el
pulso. Mi derrota es una victoria aunque no sanen las heridas. Lejos,
muy lejos de él. La letra fue del amor y ahora es de su contrario
con el propósito de curar.
Las manos atadas y en el hueco una
oración. Nunca voy a aplaudir sus acciones, nadie respeta al que
roba.
Miradas escondidas, súplicas burladas...
Remolino.
El viento. El vino. Vino él? Convino. Un comino. No importa. Una
letra. Mi impronta contra su malvada treta. No duerme. Muerde, perro,
en la muerte.
Sacudo la botella del mensaje, puede que sea
bueno agitar las palabras. Decepcionante. Son quejas a mansalva,
lamentos, alaridos y el dolor como sedimento. Mírame y sigue con tu
herramienta achicando el agua del naufragio. Es un momento de
vacilación, de lento tormento, de adiós infinito.
Sisea. La
sierpe quiere arrebatarme la calma. Elegí y mi sed lo proclama. No
estás. Estoy y no serás tú.
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