La
luz lleva la noche en su nombre. No se cierran los ojos de la
hoguera. Luna, como moneda, se introducirá en la alcancía de la
vigilia. No me quiere, balbucea. Sólo transita por la madrugada con
un apelativo en la garganta. Elogiarme a las cinco y querer
destruirme a las ocho con un reclamo noctámbulo.
Usé los
guantes nevados evitando las huellas en su rostro. Su boca sorda me
menciona. Descubre un atajo que no lleva a la muerte. Lo dirá cuando
por fin encuentre los vocablos que se aferran a la vida.
Niega
sus fechorías y su poder para ejercer en las horas
fantasmales.
Pero la mañana no es suya, sueña hasta tarde
mientras la noche se va escapando.
Pretende anular la memoria
porque no acepta que tengas un pasado ni un presente ni un futuro.
Elude el rechazo y el buen sentido de quienes lo frenan.
Su
vivir es patológico. Diría sin temor a equivocarme que su etiqueta
es una psicopatía. Sabe el No gigantesco, él es el único que se
arroga un Sí contra la voluntad de su víctima.
Un ápice de
oscuridad ilustra la aurora. Las aves inauguran la jornada.
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