fantasmas
de lo que no ha sido,
alzan
sus banderas,
las
derrotan y mueren.
(Ida
Vitale - "Un desierto de nada")
Viste
pasar la tarde en conversaciones con los dioses, lejos de los
pasillos siempre habitados. Nunca esperas el castigo, el fantasma lo
intuye y muere de la rabia. Se convierte en un animal herido, por
nada, es tan sólo su pensamiento putrefacto que le lleva al combate
consigo mismo.
La
primera vez que el fantasma acudió a no verte, la rotura te condenó
a mil causas posibles por las cuales los objetos fenecen. Pero las
cosas siguieron quebrándose en tus ausencias. La cortina tiene su
saña grabada en varios tajos que sólo puede el filo de un cuchillo.
Así pues, tu fantasma porta armas blancas como la túnica de su
traje.
A
veces las ensoñaciones te dicen que es un ser vivo muerto de
aburrimiento. También te preguntas si la envidia, ese sentimiento
ruin, alcanza a las almas vagabundas.
Todo
esto viene de la conclusión de que nadie puede, en su sano juicio,
romper cosas cuando te ausentas.
Sin
embargo, la creencia en los espíritus que se pasean por tus
habitaciones cuando no te hayas en ellas es un ejercicio de devoción
esmerada. Te ves obligada a fabular una leyenda por el bien de tu
cordura. Y así vas sumando los objetos que pasaron por las manos del
fantasma y sus debilidades. Alguien te dijo que ser un fantasma es
también una cobardía. Aunque lamentablemente la lógica no resuelve
la situación.
Ayer,
sin ir más lejos, a tu regreso confirmaste tus sospechas, que se
descolgaron detrás de una puerta. Durante horas, el vacío
ocupó tu casa y, al llegar, las ropas derramadas sobre el suelo
dieron fe de sus andanzas. Una vez más el fantasma había
actuado.
No
obstante, es tan insignificante para ti su presencia, que ya no
sientes la amargura de las primeras veces. Lamentas, eso sí, que no
se pueda aplicar condena a un ser de ultratumba.
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