"El torturador la despierta cada diez minutos, está agotada y necesita dormir y el torturador lo sabe. Qué es el tiempo? Una medida, un arma, algo que al torturador le permite hacer daño sin manchar su lujoso vestido. El torturador: un macho vestido de mujer, la encontró paseando sola por el parque. El vestido que lleva puesto está algo ajado, lo heredó de su tía Carolina. Es cómodo y el color, un azul turquesa, le sienta bien, se dice a si mismo. El torturador está vacío, ya ni siquiera la tortura consigue producirle ninguna emoción. No obstante, cuando la vio sola en el parque, pensó que estaba de suerte. La imaginación y la crueldad le habían llevado a ese extremo, actuar por su cuenta. Ella no era la primera pero tal vez sí una de las que más se resistían. Eso le animaba, aunque las emociones eran muy distintas de cuando todo comenzó. Ahora necesitaba más sangre. De todos modos, él también estaba cansado y no quería manchar uno de sus mejores vestidos. Eso no lo sabía nadie, porque la única que sobreviviría sería ella. La última vez que la despertó se rió a carcajadas y le dijo: vas a tener suerte porque voy a dormir una horita. A ella, por supuesto, esa hora se le hizo eterna pero no durmió. Tenía que pensar, tenía que encontrar la manera de escapar, tenía que resistir. El miedo no le permitía pensar con claridad..."
Si no le fallaba la memoria, había escrito y reescrito más de media docena de veces aquel párrafo. Cerró el portátil. El café se le había quedado frío. Estaba en el bar de siempre, en la mesa de siempre, al fondo, donde el ruido se amortiguaba, de una ojeada veía todo el local y su público. Le gustaba escribir entre la gente, sobre todo desde que había empezado aquel texto. Todavía no sabía a dónde iba a llegar, sabía que trataba de algo que le costaba mucho sacar. Llevaba toda la vida escribiendo, era bastante conocida y sin embargo nunca había abordado aquel tema con suficiente valentía. Había hablado de ello muchas veces pero nunca en detalle.
Era difícil escribir aquello, lo tenía muy claro y sin embargo eso no le facilitaba la tarea. Lo dejaba para mañana, cuando escribía más de media hora sobre ello, acababa con un dolor insoportable de ovarios. Ya lo había tratado en terapia, era una burda forma de boicotearse, aun así no había podido solucionarlo.
Pagó el café, recogió sus cosas y salió del bar. Sentir el aire frío de la calle le hizo bien.
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