Hacía
varios días que estaba nublado. A las seis de la mañana se acostó
a mi lado. No me gustaba que lo hiciera. Se dio media vuelta y quedó
frente a la pared. Hoy tampoco va a salir el sol, dijo. Me levanté y
lo dejé con su pesimismo durmiendo, yo ya no podía seguir en la
cama, sentía que había invadido mi espacio sin tener en cuenta mi
parecer. Siempre actuaba de esa manera como si yo no existiera. Me
senté en la butaca. Solía venir cuando estaba inquieto, cuando le
invadía la desazón. A veces hablaba durante un largo rato pero
otras veces como hoy, simplemente se dormía.
Me
contó muchas veces el episodio del coche. Yo casi lo había
olvidado. Decía sentirse culpable, que si no fuera por aquellas
cañas a deshora, cuando tocaba marcharse sin más. Seguimos,
estábamos todos tan contentos... Y después según sus palabras
repetidas varias veces, vino lo del coche.
A
las siete y media se despertó y se despidió de mí como si yo aún
estuviera acostada. Le veía de pie junto a la cama, pero tal vez él
envuelto en la penumbra no distinguiera mi figura sentada en la
butaca. Antes de salir definitivamente de mi habitación, dijo: me
dejaste solo. Me lo había dicho en varias ocasiones.
Atropellamos
al niño, tendría unos quince años. Mi hermano intentó esquivarlo,
pero sus reflejos no estaban en condiciones y no pudo. Dimos varias
vueltas después de caer por el terraplén. Yo solo recuerdo al niño,
deslumbrado por los faros. Después perdí el conocimiento.
Curiosamente, a pesar de lo aparatoso que había sido el accidente,
solo un golpe brutal en la cabeza. Me desperté después de varios
días en mi habitación.
Desde
entonces mi hermano me visita algunas noches. La culpa fue mía,
dice. Le quitaron el carnet de conducir, también lo dice. No se
sentiría seguro conduciendo. Además comenta que ahora tiene miedo
de ponerse al volante.
Intenté
decirle que él no mató al niño, que, al contrario, quiso evitarlo.
Pero él parece no oírme. Y no entiendo su reproche, cuando dice que
le dejé solo. Si yo sigo escuchándolo cada vez que viene a
hablarme.
Hoy
por la noche ha vuelto, yo estaba sentada en la butaca como si le
esperara. El silencio me aturdía, porque entró llorando sin decir
nada. Vino hacia donde yo estaba, hacia la butaca y se sentó. Me
levanté de un salto. Me puse frente a él y no dijo nada, siguió
llorando.
Entonces,
lo comprendí todo. El niño y yo habíamos muerto en el accidente. Y
yo me había convertido en un espectro.
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