Esther
miró hacia el jardín por la ventana y pensó que estaba bastante
descuidado. Fernando revolvía en los cajones de la cocina, le
llegaba el eco de esos sonidos. Buscaba un sacacorchos. Le habían
recomendado una nueva marca de vino tinto y se disponía a preparar
unos aperitivos para probarlo. Pero primero tenía que abrir el vino
y dejarlo un rato para que respirarse. Dicho así a Esther le causaba
gracia, cómo podía un vino respirar. Mientras pensaba esto seguía
mirando al descuidado jardín. Tendría que arreglarlo un poco, sobre
todo aquel rincón donde él descansaba. Ella se encontraba bien,
salvo por ese persistente amago de tristeza. Quizás si arreglara el
jardín ese sentimiento desaparecería.
Fernando
entró en el salón con una bandeja donde reposaban dos copas de
vino, un platito con unas lonchas de queso curado y una cestilla con
un poco de pan. Esther se acercó a la mesa donde Fernando había
posado la bandeja. Te va a gustar, le dijo Fernando, y te vendrá
bien, a ver si así te animas un poco. Ella pensaba que aquel estado
era solo cosa suya, le sorprendieron aquellas palabras de su marido.
Obvió su comentario y cambio de tema.
Te
has dado cuenta esta noche?, le dijo Esther, un perro pasó parte de
la noche aullando y ladrando, tal vez sea nuevo en el vecindario. No
oí nada, respondió él. Pues los aullidos y ladridos venían de muy
cerca de nuestra casa, aclaró Esther.
Qué
te parece el vino?, le preguntó Fernando cambiando de tema. Muy
bueno y el queso también, contestó ella. De verdad no oíste nada?,
insistió Esther. Ya sabes, cariño, que una vez dormido se puede
derrumbar la casa que yo no me entero. Pues yo lo oí perfectamente,
terminó sobre las tres de la madrugada y los ladridos y aullidos se
parecían mucho a los de Pipo, debe de ser un Labrador como él.
Pondré atención esta noche, dijo Fernando, a ver si vuelve a
suceder. Espero que no, dijo Esther, esos ladridos y aullidos me
pusieron muy nerviosa, casi no pegué ojo en toda la noche.
Esa
noche Esther volvió a dirigir su mirada hacia el rincón del jardín.
Estaba muy oscuro, hasta que unas tenues lucecillas comenzaron a
revolotear en círculo sobre el rincón. Aquellas lucecillas eran
luciérnagas. Recordó a Pipo jugueteando con ellas, saltando y
levantando sus patas intentando cazarlas. No lo lograba pero le
divertían aquellos juegos. Esther se despidió de Fernando que veía
una película en el salón y subió al dormitorio. Tenía mucho sueño
ya que la noche anterior la había pasado prácticamente en
blanco.
A
Esther le sorprendía que las luciérnagas revolotearan justo en
aquel punto del jardín, que era donde estaban enterradas las cenizas
de Pipo, su precioso Labrador.
Se
metió en la cama con el libro que estaba leyendo y pensó en los
ladridos y aullidos de la noche anterior. Esperaba que no se
repitieran. En ese preciso instante comenzaron. Se levantó y bajo al
salón, quería saber si su marido también los escuchaba. Se
encontró a Fernando concentrado en la película que estaba viendo.
Apartó la cortina y vio a las luciérnagas en el rincón del jardín,
los aullidos se hacían cada vez más intensos, como si salieran de
ese mismo rincón.
No
lo oyes?, preguntó a Fernando. Él no la oyó. Se le acercó le tocó
un hombro y le dijo: Fernando, escucha los ladridos y aullidos que
vienen del rincón del jardín. Fernando se levantó y se acercó
también a la ventana, entonces oyó los ladridos y aullidos y vio a
las luciérnagas. Los dos salieron al jardín con intención de
ahuyentar a las luciérnagas. Lo lograron, las luciérnagas salieron
del jardín. Y los ladridos cesaron.
Era
Pipo, dijo Esther. Esa noche descansó, nadie ladró en el jardín.
Las luciérnagas no volvieron.
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