martes, 24 de septiembre de 2024

LUCIÉRNAGAS



Esther miró hacia el jardín por la ventana y pensó que estaba bastante descuidado. Fernando revolvía en los cajones de la cocina, le llegaba el eco de esos sonidos. Buscaba un sacacorchos. Le habían recomendado una nueva marca de vino tinto y se disponía a preparar unos aperitivos para probarlo. Pero primero tenía que abrir el vino y dejarlo un rato para que respirarse. Dicho así a Esther le causaba gracia, cómo podía un vino respirar. Mientras pensaba esto seguía mirando al descuidado jardín. Tendría que arreglarlo un poco, sobre todo aquel rincón donde él descansaba. Ella se encontraba bien, salvo por ese persistente amago de tristeza. Quizás si arreglara el jardín ese sentimiento desaparecería.

Fernando entró en el salón con una bandeja donde reposaban dos copas de vino, un platito con unas lonchas de queso curado y una cestilla con un poco de pan. Esther se acercó a la mesa donde Fernando había posado la bandeja. Te va a gustar, le dijo Fernando, y te vendrá bien, a ver si así te animas un poco. Ella pensaba que aquel estado era solo cosa suya, le sorprendieron aquellas palabras de su marido. Obvió su comentario y cambio de tema.

Te has dado cuenta esta noche?, le dijo Esther, un perro pasó parte de la noche aullando y ladrando, tal vez sea nuevo en el vecindario. No oí nada, respondió él. Pues los aullidos y ladridos venían de muy cerca de nuestra casa, aclaró Esther.

Qué te parece el vino?, le preguntó Fernando cambiando de tema. Muy bueno y el queso también, contestó ella. De verdad no oíste nada?, insistió Esther. Ya sabes, cariño, que una vez dormido se puede derrumbar la casa que yo no me entero. Pues yo lo oí perfectamente, terminó sobre las tres de la madrugada y los ladridos y aullidos se parecían mucho a los de Pipo, debe de ser un Labrador como él. Pondré atención esta noche, dijo Fernando, a ver si vuelve a suceder. Espero que no, dijo Esther, esos ladridos y aullidos me pusieron muy nerviosa, casi no pegué ojo en toda la noche.

Esa noche Esther volvió a dirigir su mirada hacia el rincón del jardín. Estaba muy oscuro, hasta que unas tenues lucecillas comenzaron a revolotear en círculo sobre el rincón. Aquellas lucecillas eran luciérnagas. Recordó a Pipo jugueteando con ellas, saltando y  levantando sus patas intentando cazarlas. No lo lograba pero le divertían aquellos juegos. Esther se despidió de Fernando que veía una película en el salón y subió al dormitorio. Tenía mucho sueño ya que la noche anterior la había pasado prácticamente en blanco.

A Esther le sorprendía que las luciérnagas revolotearan justo en aquel punto del jardín, que era donde estaban enterradas las cenizas de Pipo, su precioso Labrador.

Se metió en la cama con el libro que estaba leyendo y pensó en los ladridos y aullidos de la noche anterior. Esperaba que no se repitieran. En ese preciso instante comenzaron. Se levantó y bajo al salón, quería saber si su marido también los escuchaba. Se encontró a Fernando concentrado en la película que estaba viendo. Apartó la cortina y vio a las luciérnagas en el rincón del jardín, los aullidos se hacían cada vez más intensos, como si salieran de ese mismo rincón.

No lo oyes?, preguntó a Fernando. Él no la oyó. Se le acercó le tocó un hombro y le dijo: Fernando, escucha los ladridos y aullidos que vienen del rincón del jardín. Fernando se levantó y se acercó también a la ventana, entonces oyó los ladridos y aullidos y vio a las luciérnagas. Los dos salieron al jardín con intención de ahuyentar a las luciérnagas. Lo lograron, las luciérnagas salieron del jardín. Y los ladridos cesaron.

Era Pipo, dijo Esther. Esa noche descansó, nadie ladró en el jardín. Las luciérnagas no volvieron.








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