El incienso se quema en un recodo de la casa, borra aromas pestilentes de su paso, esas huellas de animal en sequía, el sonido de sus pasos cuando no estás, la vertiente más retrógrada de otro tiempo y el cansancio que te aflige.
Los aromas de la tarde se tuercen y evocan las canciones que te liberan de un corsé prohibido por tu ánimo etéreo y silencioso. Rasga la cortina de la siesta porque quiere enseñarte desnuda al mundo y recuerdas la escena de la mujer en aquel balcón del miedo.
Cuando ataca se pone el cielo gris, se revuelven las aguas y todo amenaza con arrollarte. El tiempo se alarga y nadie castiga al malechor, no hay justicia te dices y recurres a las plegarias de la infancia. La lucha es solitaria y quienes quieren apoyarte se encuentran con la venganza.
Golpea tus sueños con los nudillos de la maldad. Pared papel en el desierto y el dolor que no cesa. Caminas con el peso de tu alma extenuada sin saber a dónde vas ni quién podrá frenarle. Cuál es el oficio verdadero de los guardianes, que no descubren sus artimañas. Se le ve clavando agujas en el sol mientras el barro se acumula en otra geografía.
Y en la madrugada te hallas a ti misma sobre el ara inmaculada de tus posesiones minúsculas, rogando su muerte para que todo termine.
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