lunes, 27 de abril de 2009

MADRUGADA DE NUEVO




(... si no fuera porque siento que debo proteger algunos renglones escritos, jugaría a la papiroflexia y volvería a construir un nido vacío de tiras de papel.)


* * *


A pesar del insecto tatuado en el aire, quiero, o necesito, reconciliar al tiempo con la amalgama de pulsaciones acumuladas y desviar, como antiséptico, las infecciones que pueda causar al sueño el enquistado dolor. Orar, desnuda de alma y de carencias a gritos. Bautizar, aunque sólo sea temporalmente, este espacio silente con un nombre nuevo. Desconvocar la fantasmal cita con la deuda permanente que inscribe la ausencia.

(Algunas mañanas ni siquiera las nostalgias asisten con su reparo al tortuoso despertar.)

¡Qué muro de densa niebla!, mientras la pantalla cuelga su linterna roja sobre la alfombra del salón y un sms almacena su misterio y su enajenación solitaria.

Tiembla el centro/vientre acunando tu/mi palabra: a veces el nombre se resiste a nacer y retoma el cordón umbilical del día. Como cuando la pasión envejece y reniega de la nocturnidad, alabando el canto del gallo y la oración antes del pan. ¿Tan cercano el sepelio del brasero, aun si la pasión ignora la cronología epidérmica?

Cambio vocablo de economía doméstica por un número indeterminado de caracteres que combinados con acierto iluminen un recuerdo sentimental. Tal vez una oferta de sopa de letras que escriba una canción en el fondo del plato de la próxima cena.

A veces la distancia es un aroma, como la que existe entre el mal aliento de alguna fábrica y el dulce amanecer de los jardines. O como cuando te envolvías en la toalla, fragante abrazo del sedimento de ternura maternal. ¿No sirvió de nada que rebuscara en los antiguos cajones, donde las manzanas, el romero o la lavanda acariciaban el contenido? La otra tarde no lo supe, pero el “milagro” estaba ocurriendo: revolvía entre los frascos de una estantería, como quien busca la palabra justa o adecuada, me perfumaba (para ti) y después salía de aquel comercio, siendo otra, en una tarde inesperada que había tramado el azar.

Y antes de dormirme/te en el rencor del silencio, quiero enseñarte el cuento del sol naciendo a pinceladas suaves, casi sin esfuerzo, como si la natural esencia de la mañana fuese mostrar sin pudor todas sus cartas y jugar limpio siempre.

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