miércoles, 28 de julio de 2010

SIN DIARIO XIII




A las seis de la tarde ha finalizado la clase de física, Teresa y Amanda avanzan por el pasillo del instituto hacia la calle.

-Necesito unos guantes.

-Y unas gafas de sol. ¿Cómo son las gafas que lleva "Vampi"?

-¿Vampi?

-Vampi, ése que va clavando sus colmillos en Inocencias como tú.

-Jajajaja... Son metálicas, las clásicas que lleva todo el mundo.

-No todo el mundo.

-Eres una pejiguera, la mayoría de la gente lleva esas gafas.

-Ya no, querida Amanda.

-Bueno, qué más da. No me voy a comprar unas gafas iguales. Joder, Teresa, tengo las manos congeladas, como para hablar de gafas de sol, lo que me hace falta son unos guantes.

Ha dejado de llover y el celeste se abre paso entre la persistencia de algunas nubes. Las aceras aún están húmedas y las chicas sortean algunos charcos.

-Tenemos que ir caminando, Amanda, no tengo ni un duro más, lo justo para el autobús de vuelta a casa.

-A mí tampoco me sobra, con lo que he ahorrado no sé si me alcanzará para las gafas y los guantes. Los guantes es lo primero, Teresa, digas lo que digas, con este frío se me congelan los dedos y no soy capaz de moverlos. Si no me llega para las gafas, otro día será.

-No estoy de acuerdo, ya veremos cómo lo arreglamos. ¿Me dejas una moneda para llamar a casa? No dije que iba a llegar más tarde y hoy mi padre libra por la tarde.

Amanda revuelve con torpeza en su monedero, tiene los dedos rígidos del frío.

-Vaya, pues sí que es verdad lo de tus manos heladas.

-Toma.


En la siguiente cabina telefónica que encuentran a su paso, Teresa, abre la puerta y entra.

-Te espero fuera, ahí dentro huele a perro muerto.

Mientras espera, Amanda, se acerca al escaparate de un restaurante. Bajo una luz fluorescente, como de depósito de cadáveres, yace un diminuto cerdo de ojos achinados entre otras viandas. Toma conciencia de que nunca ha comido cochinillo y, mirando el angelical gesto del animalito muerto, se promete que no lo comerá jamás. ¿Cómo, visto de esa forma, tan indefenso, puede alguien comerse un animal tan pequeño? Sólo comeré cerdos adultos, se dice.


Su amiga está tardando más de lo previsible. Se acerca otra vez a la cabina. Teresa está en el interior sonándose con un pañuelo, ya no habla por teléfono. Amanda abre la puerta. Teresa seca sus ojos y vuelve a sonarse.

-Ya salgo.

-¿Te han echado la bronca por no ir a casa al salir de clase?

-No, que va, si he hablado con mi padre y está la mar de contento.

-¿Y por qué lloras?

-De alegría, ya te lo contaré.

Amanda no hace más preguntas, nadie en su sano juicio confundiría el llanto doloroso con el llanto alegre. Comprende a su amiga, hablar en ese momento sería romperle a la tarde la esquina divertida y sumirse en la causa de su angustia. Ambas caminan de nuevo, ahora en silencio. Teresa recompone su ánimo. Amanda, apaga de alguna manera la preocupación, postergándola, al arrastrar su mirada sobre el enlosado contando baldosas.

Y contando baldosas su pensamiento vuelve a esa mañana. Mentalmene hace un sencillo cálculo de las horas que restan hasta el próximo encuentro. Evade el momento opaco y deja el espacio necesario en el que su amiga intenta equilibrar sus emociones. No quiere entristecerse, prefiere arroparse con el sentimiento y el, todavía irreconocible para ella, deseo.

... seis, siete, ocho, nueve..., walking, walking on the moon... Imagina. Llueve, un paragüas les cubre. La cortina de agua es tan gruesa que les aisla bajo la frágil tela, como la infantil invención de una tienda de campaña bajo las sábanas. Se miran y comparten la tentación y el temor. Todas sus vísceras hormiguean ante la fantasía...


Diez, once, doce, trece, catorce... A las ocho, faltarán aproximadamente doce horas. Dormirá al menos siete de las doce. Soñará, tal vez con él. Ya le ha soñado.

-Ya se me ha pasado el moqueo. Como si no hubiera pasado nada. Mañana o pasado te lo cuento.

Están delante de la puerta de los Almacenes. Amanda se da cuenta de que no ha contado bien, tendría que haber sumado un número de baldosas mayor, su pensamiento se ha entretenido en el amor. Así se lo explica a sí misma, me he entretenido en el amor. La palabra acaricia su garganta como si la hubiese pronunciado. Sonríe.

-Tía, baja, que te has quedado colgada de una nube.

-¿Qué?

-Nada. Te ha dado tan fuerte que empiezas a preocuparme.

-¡Qué dices!

-¿A que estabas pensando en ese vampiro de greñas?

-Sí. Me has pillado. No puedo dejar de pensar en él.

Las dos amigas entran en la tienda y se dirigen al expositor donde están las gafas de sol. El sonido de un fuerte trueno entra en el comercio. La incoherencia de probarse gafas de sol en un día como ése, cuando los truenos vuelven a amenazar con el retorno de la lluvia, les divierte y ríen.

Teresa le va pasando gafas a Amanda y ella se las prueba mirándose en un pequeño espejo, esperando el visto bueno de su amiga. Ésas, dice de pronto. Son metálicas, plateadas, rectangulares y los cristales son azulados.

-Sinceramente, me parecen una horterada, el caso es que te quedan genial. Pareces otra. ¿Cuánto cuestan?

-Poco, al fin y al cabo son una burda imitación. Puedo comprar también los guantes y me sobra para las cañitas en el bar del "Fresco". Si te apetece, me cuentas qué está pasando en tu casa.

-Acepto la invitación y ya veremos si hablamos hoy, o no, de mi dulce hogar. ¿Nos probamos sombreros?

-¿Cómo vamos de tiempo? Yo no tengo problema, avisé en casa. No me esperan hasta las nueve y media.

-Son las siete y media. Venga nos probamos un par de pamelas con flores y nos vamos. No te quites las gafas, vamos a revivir el Woodstock. Yo me llevo éstas, estilo Lennon.

-Ja,ja,ja... Te faltan los cupones. Pero te quedan bien, son tu modelo de gafas, cuánto cuestan, a lo mejor te las puedo regalar.

Amanda coge las gafas y mira el precio.

-Nos las llevamos. Sólo tenemos que compartir una caña y asunto arreglado.

-Tía, estás como una cabra.

-Le dijo la sartén al cazo.
 




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