domingo, 12 de marzo de 2023

LA CARTA

 

    La casa permaneció en silencio toda la mañana. Al filo de las doce, con la primera infusión del día, saltó un mensaje en el móvil. Era de Adrián. Decía que me estaba escribiendo una carta, que su voz estaba marchita, que la tristeza se le había agarrado a la garganta y no tenía más remedio que hablarme por escrito... He tenido suerte, decía, mis dedos no se hacen eco de mi melancolía todavía tan viva. Establecimos por mutuo acuerdo que todo correo electrónico, en nuestro caso, sería una carta. Puesto que esa costumbre de cartearse con gente había sido desterrada.

    Adrián tiene diez años menos que yo, acabo de cumplir cincuenta y cuatro. Yo soy de escasa estatura y algo rellenita, mientras que él es alto y delgado.Nuestros físicos dispares llamaban la atención de la gente que nos miraba con cierta curiosidad. Nos conocimos en Madrid haciendo cola para entrar al cine, en una época en que el día del espectador las sesiones no estaban numeradas. Han pasado diez años desde entonces, apenas los hemos sentido y nuestra amistad creció como las sombras de los árboles que vimos plantar. Yo dejé Madrid para instalarme en Galicia, la tierra de mis padres, mi familia y el lugar en el que vi por primera vez el mundo. Adrián es madrileño y le encanta visitarme. No lo ha hecho en los últimos seis meses.

       Es domingo, él también dedica el día a leer y si acaso una salida al cine si la cartelera lo merece y el ánimo acompaña. Hoy no parece que tenga un buen día.

    A las cuatro de la tarde se anunció el correo a través del móvil. Lo comprobé y me fui hasta el escritorio con el fin de leerlo en el portátil.

    "Querida amiga:

    El silencio traicionero se mueve por mi casa hacia las esquinas de las paredes y trepa hasta el techo desde donde me observa con la intención insana de caer sobre mí y apagar mi pequeño sonido salvador, mi voz tan sola. Es por esa desdichada razón que le ordeno a mis dedos la labor de escribirte. Mi garganta es un nudo que no se deshace, no hay llanto en ninguna de mis alacenas, no puedo prepararme un desahogo bienhechor.

    Amiga, te quiero en mayúsculas y te echo de menos. Echo de menos nuestras largas charlas en el Barbieri, al lado de tu casa. Echo de menos nuestros paseos mudos por un Retiro invadido o solitario en las deshoras. Echo de menos mi mundo completo con todas sus buenas y peores cosas. Soy un náufrago pidiéndote auxilio. Tú la conocías y la querías. Era tan especial que se lo reprocho porque nadie en esta vida podrá ocupar su sitio. Me desespera pensarlo y necesito una cascada de lágrimas piadosas conmigo.

    Amiga, te necesito. Pide unos días de asuntos impropios, como es este caso, y ven a verme porque me doy miedo. Temo recurrir a alguna anestesia que me alivie de tanto dolor y tanta ausencia. Ven a verme porque yo estoy sin fuerzas para ir a tu encuentro. Necesito tus lentejas y tus ensaladas. Te juro que no me avergüenza exponerme a tus mimos con toda docilidad. A cambio te daré todo mi amor de amigo, casi hermano menor.

    Amiga, desde que murió Ofelia sólo soy la mitad de mí mismo y necesito recuperar la parte que me falta. Ayúdame.

    Te quiero,

    Adrián."



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