miércoles, 16 de diciembre de 2009

16/12/2009 - Miércoles.


“Me contó una historia de un elefante al que todos los cazadores disparaban. Era un elefante grande como una montaña y todos los cazadores pequeños como una bala de fogueo creían que podrían con él. Disparaban sus rifles y el elefante no caía. Estaba bien jodido, pero no caía. Según me contó, el elefante aguantó durante años aquella historia. Tíos incapaces de tumbarle disparándole a todas horas. Una vida demasiado dura incluso para un elefante. El viejo se quedó allí a mi lado, durante un par de horas más, sin decir nada, supongo que trataba de averiguar si yo era una de esas personas capaces de estar calladas. Luego me dijo: Chico, cualquier imbécil puede herir a una mujer pero sólo un hombre grande puede llevársela para siempre”. (Héroes, Ray Loriga)

* * *

Tobi, ese can bautizado en la pila de las mañanas, cuyo nombre verdadero nunca sabré, ladró el día que amaneció nevando. Hice la foto a pesar de sus ladridos y Don Quijote le dijo a Sancho aquello de “ladran, Sancho, luego cabalgamos”.

Las mañanas casi siempre tienen sabor a resurrección y a café, aunque la tarea de reencarnarse en el personaje sea ardua. De una noche vacía, como una ría sin agua, aparece frente al espejo del baño el fantasma desaliñado que saldrá a inventarse los sueños que no fueron. O tal vez recuerde el recurrente, ése en el que apenas logra sujetarse al borde de una cornisa con el vacío debajo y sin un Buster Keaton que le ponga gracia al asunto.

Real. Al volver del trabajo cocino y paso la mopa con la radio dando vueltas entre canciones dispares. No me dispares, Eric Clapton. Estoy encantada con mi entrada para el teatro. La plaza me pareció preciosa cuando dejé la taquilla, al frente la Victoria simbólica, rodeada de farolas encendidas y una fachada estratégicamente iluminada, "la vida es sueño", se oye. Un encuentro casual y familiar, esas cosas que sólo pueden suceder en el centro de la ciudad, que es como una ciudad más pequeña, menos dispersa y donde la vida se concentra con la riqueza de la paleta de un Marc Chagall o un Matisse o un Miró o un Picasso.

Sé que algunas alegrías padecen de fragilidad frente a grandes obstáculos que, por invisibles, tienden a convertirse en infranqueables y procuro no pisar en falso. Quedan excluidas de lo anterior las cacas de los perritos, aunque no estaría demás que los dueños aprovechasen las bolsitas de los dispensadores que ha instalado el ayuntamiento con el noble fin de evitarnos pisar mierda. Alguien me dijo una vez que la mierda hay que dejar que se seque, después no mancha y se puede pisar con toda tranquilidad. Es más cívico recogerla, creo.

Y ahora la madrugada, sin peligro a la vista, pues vine a casa antes de las doce campanadas y no tuve que sufrir el bochornoso desencanto y quedarme sentada sobre una calabaza. Como contrapartida sigue sin servirme el zapatito de cristal y no sé qué habrá sido del príncipe, pero seguro que a él también le crecieron los pies o como poco le salieron pelos en las orejas. Además de un príncipe azul, hubo un barba azul y si mal no recuerdo un barba roja, también la caperucita idem y el flautista, sin olvidar a los famosos tres cerditos y el lobo erre que erre de cuento en cuento y de bosque en bosque. Ahora están de moda los vampiros pijos y ya nadie quiere dar la vuelta al mundo en ochenta días ni hacerse 20.000 leguas de viaje submarino. Pese a todo esto a quién no le gustaría vivir del cuento...

Ay, amor que derribas fronteras... sin ti mi cama es ancha...

No obstante, mareado ya el segundero, y secretamente, rememoro la ilícita presencia, la caricia que atraca en el muelle de la epidermis nocturna, como una tarea pendiente del próximo poema, la siguiente letra de un alfabeto reinventado o la esperanza de los labios que me digan.


 
 
 
 
 

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