lunes, 20 de febrero de 2023

POR PURA CASUALIDAD

    Dejó en la butaca al culpable de su estado hipnótico y se acercó a la caja de madera en uno de los estantes de la librería. Allí depositaba, como si fuera una devota ofrenda, los pequeños ahorros destinados a libros. Practicaba magia blanca con su escueto salario extrayéndole cada día algunas monedas y algunas veces un billete como una reliquia que guardaba en la caja.

    Llovía y el frío cortante pintaba de rojo la naríz de los viandantes, era la segunda vez que retiraba la cortina para comprobar si continuaba lloviendo. En su bolso había guardado el dinero destinado a un libro que sustituyese al que había terminado, aunque el rastro todavía permanecía en torno a su garganta. No era tarde, además era viernes el día de Venus madre de Cupido. El sábado no tenía que madrugar, se acercaría a Callao a buscar un libro imán. Nombraba así a los libros que no la soltaban desde la primera página. Algunas veces iba así, desposeída de recomendaciones tramando un descubrimiento. Se armó de paraguas, impermeable y salió.

    El recorrido duró algo más de lo que había previsto, las calles mojadas eran una trampa resbaladiza. Entró a la librería y subió en las escaleras mecánicas. El local estaba muy concurrido, la lluvia impulsaba a la gente a buscar refugio en los comercios de la zona. En la sección libros fue hasta los de bolsillo. Revisó paciente, con calma, los expositores leyendo contraportadas y primeras páginas y no hallaba el libro que se ajustara a su ánimo o circunstancias. Aguardaré a que esos inquietos y benévolos espíritus que juegan con el azar, den sus señales como hasta ahora y quizá desvelen un sentido en esta ceremonia, se dijo. Dirigió sus pasos, decidida a encontrar el tesoro, hacia los anaqueles repletos de desconocidos y los ya conocidos y queridos amigos. Comenzó por la zeta. Avanzó muy despacio.

    Sobre su nuca pasó una ligera brisa, sonaron unas palabras como un susurro: es la hora. Miró hacia atrás pero no había nadie. Algo tenso en su centro se suelta. De pronto un título, que rozan sus dedos exploradores, bajo un nombre absolutamente desconocido. Lo toma entre sus manos y lee... ¡éste!, dijo en voz alta y sonrió.

    El hallazgo la había puesto de muy buen humor, además le habían sobrado algunas monedas que emplearía en un café calentito. Caminó hasta Tirso de Molina y allí entró en el Lautrec. En el hilo musical sonaba I put a spell on you cantada por Nina Simone. Se dijo que aquello era un augurio de lo que le iba a dar el libro comprado. Vio una mesa vacía al fondo del local y se dirigió hacia allí. Ya sentada, sacó el libro del bolso y leyó lo que había encontrado por pura casualidad.

 

 

 

domingo, 12 de febrero de 2023

CIEN METROS CUADRADOS


    Eran jóvenes, el amor les cabía en cualquier parte, se expandía en su interior colmándolos de emociones y sensaciones. Apenas necesitaban cosas, se tenían el uno al otro y de esa forma lo tenían casi todo.

    Su amor era un torbellino nocturno recalando en las fases lunares. Una posada donde pasaban los días esperando sus besos huéspedes. Su amor era verdadero y constante como la nieve en los picos más altos. Una colina verde sobre la cual sus sentimientos enormes se deslizaban suavemente.

    Habían comprado un apartamento donde se acomodaban mal los amigos que los visitaban. Sin embargo, eran felices en esos cuarenta metros cuadrados de intimidad conjunta. Lo cierto es, algunas veces lo hablaban, que no les quedaba espacio para la necesaria y sana intimidad individual.

    El tiempo transcurrió deprisa.

    Rondaban los cuarenta cuando la necesidad de una casa más amplia se les planteó como imprescindible. Ella había corregido textos en el escritorio que habían habilitado en el único dormitorio, mientras él escuchaba música con sus auriculares y hojeaba el periódico. Él había terminado trabajos en el mismo lugar mientras ella leía. Habían planificado sus intimidades individuales sin que les ocasionara problemas. Y la hora de la cena seguía siendo un remanso de complicidad. No obstante, la adquisición de una vivienda más grande iba siendo perentoria, ya no sabían dónde guardar los libros que iban comprando cada uno y el trastero rebosaba.

    Rondaban los cincuenta y pico cuando los cien metros cuadrados, que habían comprado tan felices, se convirtieron en una trampa. Los metros que tenían bajo sus pies les estaban enterrando poco a poco entre habitaciones con ecos de explicaciones y reproches que jamás se habían hecho. Él llegaba tarde, cada día tenía más trabajo y no utilizaba el despacho de su casa salvo en contadas ocasiones. Ella echaba de menos las rutas de senderismo y detestaba el sedentarismo al que ahora se dedicaban. Él fumaba con fruición en la ventana de la cocina porque ella había dejado de fumar. Cuando los visitaban los amigos comían en un espacioso comedor, aunque los reproches condimentaban sus alimentos.

    Cien metros cuadrados no son suficientes para convivir con alguien que ya no te quiere. Dicen que cuando el desamor entra por la puerta, el respeto sale por la ventana. O no lo dicen, pero se sabe.

    Ellos vendieron la casa y se repartieron el dinero.


viernes, 3 de febrero de 2023

¡TIC! ¡TAC! SILENCIO

 

El tic tac del reloj invade el silencio del apartamento. Prefiere la voz muda de los relojes de arena, no se inmiscuyen en la selva del insomnio repleto de palabras sueltas esa noche. ¿Cómo hilarlas? Son como pìedras preciosas que divergen. Acude a su mente el sueño de la noche anterior, hacía mucho tiempo que su subconsciente no la traía a su nocturnidad.

En la noche hay momentos en los que se recrimina esa falta de sueño, al día siguiente tiene que madrugar y la mira a ella que duerme como un ángel inmerecido a su lado. Esa noche tiene miedo de que aparezca de nuevo el fantasma casi olvidado. ¡Tic! ¡tac! Ella lo encontró extraño y evasivo, así se lo dijo. Él no tenía nada que ocultar salvo sus pensamientos y su involuntario sueño. Era absolutamente inocente hasta esa noche en que disfrutaba del insomnio dedicándole términos con los que podría escribirle, a la ya olvidada, una epístola muy extensa.

A ratos se detenía en el tic tac que provenía del salón. A quién se le ocurre poner un reloj analógico en un apartamento tan pequeño. Sus emociones son contradictorias, hoy casi festeja el latido metálico de ese dichoso reloj porque le encamina al encuentro inconsciente con ella. En el sueño es libre. Aunque él se creía libre también despierto, sin embargo ella, la que duerme a su lado, lo vio extraño y evasivo.

Ahora quiere atesorar ese cúmulo de palabras que inundan su mente. Podría levantarse y ponerse a leer un rato, una forma de atraer al sueño, lo hace en otras ocasiones. En la mesilla se apilan varios volúmenes que esperan ser abiertos aun en la madrugada. Pero él está atento a sus pulsaciones y al significado que adivina. Se está traicionando paulatinamente.

Hace mucho que no escribe, de ahí tanto vocablo desilachado enredado a su pensamiento. Y si se levantara muy despacio. Y si pusiera música y la escuchara con los auriculares. Y si...

Casi no dejó huellas de su huida del lecho. Fue tan cuidadoso que no se sentía fuera de la cama, cabía la posibilidad de que la cama se hubiese levantado con él. Esas tonterías eran también hallazgos dando fe de su excelente buen humor. No sabía cómo ni por qué, el caso es que estaba contento.

Entró en el pequeño despacho, se puso los auriculares, encendió el equipo de música y el portátil. Leonard Cohen comenzó a sonar en la intimidad de sus oídos. Frente al ordenador buscó su correo automáticamente, en realdidad nunca lo había expulsado de su memoria...

 

 

 

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