domingo, 20 de junio de 2010

BALDOSAS II


Ella le busca por toda la ciudad, sin pensar ni un sólo momento en que esa búsqueda es absolutamente inútil. Sortea, cuando su pensamiento se agita, las baldosas de la acera que tienen manchas negras. Charly tomó su estilográfica “Parker”, la de ella, y salió sigilosamente de la casa. Siempre hace lo mismo. Sabe que ella es incapaz de escribir salvo con esa vieja estilográfica que le regaló su padre cuando cumplió catorce años, después de haber ganado aquel concurso de poemas en el instituto.



Charly no encontró la nota exacta, ni la palabra que daba continuidad a la canción que estaba componiendo y ella no le prestó atención. Era una situación rutinaria, a ambos les ocurría, sin embargo Charly no lo veía así. Enflaquecido de ánimo salía después de hurtar la estilográfica y a continuación se metía en el metro y viajaba por toda la ciudad con su guitarra a cuestas.



Ella tampoco podía evitar buscarle, y así los dos recorrían las líneas del metro como si fuese su verdadero oficio. En todos esos años nunca se habían encontrado.

Charly dice que en las entrañas de la ciudad habitan los duendes del tiempo que persigue las sombras, cuando la inspiración se desmaya.

Ella dice que el reloj de arena se detiene bajo tierra, como si ambos elementos hubiesen hecho un pacto secreto.

Luego regresan a casa y ninguno dice nada. Se miran. Charly deja la estilográfica en su lugar y luego la besa, promete que le regalará otra estilográfica con su nombre grabado.

“Por cierto, ¿cómo te llamas?”.



 
 
 

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