domingo, 23 de enero de 2011

LVI (56)


08:00h-Antes de las 6h, sólo unos minutos antes, vi cómo salía de mi habitación tu fantasma. Ahora templo mis manos sobre la cerámica de la taza y sorbo a sorbo, repaso ese sueño pertinaz, del que te bajaste como un viajero desorientado, abandonando la habitación a oscuras. Quizás te estuviese viendo con el ojo de café de Mada. Y desde el otro lado, las travesuras de la abuela con la pretensión mágica de que todo coincida.


Raúl y sus ojos fijados en el cristal del cuadro. Sus labios pronunciando más palabras que de costumbre y ésas precisamente, ésas que la costumbre acomoda siempre en otro sitio, fueron a sentarse en el peldaño de piedra de la lámina, mientras mi hermano las dejaba salir. Y al fluir la voz de mi hermano en la atmósfera convaleciente de la sala, sentí deseos de abrazarlo. Me contuve, no quise interrumpirle en ese nuevo deambular sobre el mundo de los vivos.

“Silvia se sentaba detrás de mí. Un día salí al recreo y sembré risa por todo el patio. No entendía nada, estaba absorto en el planteamiento de un problema de matemáticas. Me senté en el banco que había debajo del único árbol del patio y al cabo de unos minutos, Silvia se sentó comiendo una manzana y sonriendo. Algunos chicos seguían riéndose y mirándome. Ella siguió sentada en el extremo opuesto del banco, en silencio, con una sonrisa dibujada en el rostro y mirando hacia algún punto frente a nosotros. O no miraba nada, sólo pensaba. Cuando sonó la sirena que daba por finalizado el recreo, miró hacia mí y me dijo: ¿vamos?

Al terminar la clase esperó junto a la puerta. Cuando salí del aula me hizo señas de que la siguiera y se dirigió hacia los servicios. Me hizo entrar detrás de ella en el servicio de chicas. Dudé, pero el pasillo ya estaba casi vacío, así que entré con ella.

Frente al espejo me dijo que agachara un poco la cabeza sobre el lavabo, que me iba a lavar la pintura del pelo. ¿Me pintaste el pelo? Sí, es que tenía tus rizos tan cerca y yo voy a ser pintora. Eso dijo, como si fuera lo más natural ir pintando las cabezas de la gente. Por eso se reían de mí en el patio, dije algo mosqueado. Ya, perdona, no lo pude evitar y como nunca habíamos hablado, no me atreví a decírtelo antes de que salieras.”

Raúl se tomó un respiro, como si repasara en su memoria ese instante confesado, al tiempo que regaba las flores del caldero en el cuadro. Parecía haber sentado su cuerpo de niño en el peldaño de piedra.

“Vampi la estaba esperando a la salida, dijo, y ella me lo presentó: Éste es mi hermano, si quieres puedes venir con nosotros. Y fui con ellos.”

Me senté en el peldaño de piedra junto a mi hermano y algo volvió a los posos de café, a la lectura del diario, a la llave encontrada, al ojo de la cerradura de otro tiempo y otro espacio.

“Así conocí a Silvia y a Vampi.”


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