domingo, 20 de marzo de 2011

LXVII (67) A LXXIII (73)... y FIN.


00:01h-Tu chicle era de menta. En la respiración entrecortada de la noche y su destino de lluvia, salimos de ese beso y echamos un vistazo a las cintas que nos habían dejado Leo y Teresa. Elegiste una y me invitaste a bailar con un gesto histriónico. A nuestro alrededor, muy quietos, contemplaban nuestros torpes pasos -un abrazo con brisa tratando de incorporarse al ritmo de la melodía-, los muebles fantasmas.

“No siento, en este momento, que seas otra aparte de mí, es como si fueras una prolongación de mí mismo”, dijiste. En las páginas del viejo diario, la niña escribió: Me pareció tan extraño que un chico que anda con una mierda de plástico en el bolsillo, diga esas cosas. Te quiso tanto, en ese instante, la niña que también te sentía en su interior.

Otro beso con menos menta, habías tirado el chicle. Y se declaró la lluvia, aún mansa. Nos asomamos, apartando los visillos y vimos cómo se iba impregnando el suelo.

No encendimos ninguna luz, nos bastaba la luz que entraba desde el exterior a través de las finas cortinas, el apartamento estaba en un primer piso.

Habíamos llevado algo de comida y un par de cervezas para cada uno. Abrimos la mochila y sacamos los bocadillos comprados en aquel lugar donde eran tan baratos. Los tomamos con una cerveza a medias, sentados en el sofá “vestido de novia gorda”. Esa sábana tenía unas iniciales bordadas en el gastado embozo, A.V., Amanda y Vampi, dije, y nos moríamos de risa.

Destapamos otra cerveza y encendimos un par de cigarrillos. Me acerqué al magnetófono y di vuelta la cinta, mis manos ya no temblaban. Tú buscabas un cenicero o algo que nos sirviera en su defecto.

Dimos las últimas caladas en silencio, escuchando la música y el crescendo de la lluvia, tronaba a lo lejos, sería tormenta. Luego la “novia gorda” nos recogió en su regazo.

00:35h- Llueve intensamente de nuevo. No es que cada temporada de lluvias te haya devuelto, tal vez nunca te fuiste, tal vez estuvieras agazapado y dormido en algún recodo del laberinto.


LXVIII

Ofrenda. Amanda extiende las manos, posándolas sobre la faz de esa luna testigo. En esa altura no hay ninguna voz que divulgue el secreto. Y sus manos sólo son alas de otro tiempo.

01:07h-Hoy corregí el rumbo. En lugar de acostarme y releer algunas líneas del diario, para levantarme luego y venir hasta la cocina a fumar un cigarrillo, e incluso caer en la tentación del café nocturno, vine directamente, preparé un café y puse ambos diarios sobre la mesa. Vestida otra vez con el “mandala”, ya sin los círculos concéntricos.

Miro mis manos. Durante algún tiempo habitamos aquella casa, tras la noche primera. Siempre que encontrábamos la excusa perfecta y mis padres no me negaran el permiso a pasar la noche fuera. Esas noches otorgaron a mis manos un poder desconocido hasta entonces. La niña escribía en su diario sobre sus manos, lo que sobre tu cuerpo habían escrito. Nuestra noche había sido especial, a pesar de ser mi primera experiencia, algo infrecuente. Y la niña que era, desbordaba sentimiento y emoción.

Ahora la extrañeza de mis manos vacías y en otros momentos manos costumbre.

He recuperado tu correo electrónico, aunque volví a intentar comunicarme contigo años después de tu despedida, no existía tu dirección anterior. Tú has recuperado mi dirección también. Lo que aún no hemos recuperado es la cercanía, no logramos, en tu visita, derribar ese duro cristal antibalas que surgió entre nosotros hace tanto tiempo.

Confieso, me confieso aquí, a solas, en mi cuaderno, que cada día me propongo escribirte sin esa mampara separadora. Empecé varias veces el mensaje, lo guardé, lo volví a leer y a borrar, no logré el tono sincero de los pensamientos.

Me has propuesto que pase unos días en Madrid, ahora que mi hermano está mejor, que viene mi hijo y quiero aceptar. Sin embargo, nuestras conversaciones aún son distantes y este repaso hecho por mí, de aquel tiempo adolescente, me mantiene en una posición un tanto ficticia con respecto a nosotros.

01:55h-Abro mi correo. Encuentro uno tuyo. Has hablado con tu hermana Silvia, le has contado que mi hermano estuvo bastante enfermo. Has sido discreto, comentas. Ella se ha interesado y te ha pedido el número de teléfono para llamarle. Mañana lo hará, ha dicho.

Y recuerdo a Raúl, sentado bajo el árbol del patio del colegio, mientras tu hermana se come una manzana y mira de reojo el pelo pintado de Raúl, que mira sorprendido a los otros chicos, sin saber por qué se ríen.

También esperas que te diga cuándo iré. Has estado pensando en nosotros, en lo que nos ha sucedido a lo largo de estos años, en todo ese tiempo vacío de noticias…

Y percibo en tus palabras cierta nostalgia, una ternura menos diplomática, algo que me anima a responderte. Mientras los dos diarios reposan sobre el mandala mantel, junto al portátil en el que te escribo.

02:16h-Mis dedos quedan posados en el teclado, esperando la primera frase, después de la cortesía hacia el interés de Silvia por el estado de Raúl.

Sobre mi nuca pasa una ligera brisa, suenan unas palabras como un susurro: es la hora. Miro hacia atrás, hacia la puerta, pensando que Raúl se ha levantado y lo ha dicho, pero no hay nadie. Algo tenso en mi centro, se suelta.

Me levanto, abro la ventana, enciendo un cigarrillo y oigo la sirena de un barco entrando en el puerto.

Ahora sí, te escribiré. No como lo hice hasta hoy, te escribiré…en serio.


LXIX

17:00h-En esta ocasión la hora es un propósito, esperé sobre el cuaderno la marcación exacta, sin ningún motivo aparente. Aguardaré a que esos inquietos y benévolos espíritus que juegan con el azar, den sus señales como hasta ahora y quizá desvelen un sentido en esta ceremonia.

Aún no eran las 9h. El teléfono sonó mientras yo estaba en la ducha y Raúl paseando a Ron. Sonó otra vez con su serie y finalmente se cortó. No en vano. Al salir del baño comprobé que había un mensaje. Una voz que apenas recordé, la había oído en muy pocas ocasiones. Colgué, la voz intacta guardada. El mensaje era para mi hermano, de Silvia.

Diría Mada, nuestra peculiar pitonisa, que me sentí poseída por el espíritu de la abuela, porque decidí preparar un desayuno como los que tomábamos cuando Raúl iba al colegio y yo al Instituto. Tostadas, galletas, mermelada, mantequilla y el broche de oro, chocolate en polvo. Ya habíamos tomado café. El olor del pan tostado invadió la casa, no cerré la puerta de la cocina, quería oírles llegar. Ron entró como perseguido por una pesadilla, derrapó al final del pasillo y apareció en la cocina como un perro circense, haciendo cabriolas. Raúl, desde la entrada, dijo que olía como al pasar delante de una panadería de madrugada. Se acercó a la cocina y me interrogó por esa inesperada actividad gastronómica.

Tienes un mensaje en el contestador, le dije, llamaron mientras estaba duchándome.

Me miró con un gesto incrédulo y salió. Sé que escuchó al menos un par de veces el mensaje, porque tardó en regresar. Volvió sonriente.

¿Sabes una cosa? Tengo hambre, dijo, y se sentó pensativo.

No me irás a dejar en ascuas, el mensaje era de Silvia, la hermana de Vampi.

Tú y tu vampiro habéis estado tramando esto, ¿verdad?

No. Ha sido casual. Ayer recibí un correo suyo, decía que había hablado con su hermana y le había contado que estuviste enfermo. Ella mostró interés en llamarte y saber qué tal estás. Eso decía, y me advertía que le había facilitado el teléfono. Nada más.

¿La vas a llamar o esperarás a que ella vuelva a hacerlo?

Raúl ponía mermelada de ciruela verde en una tostada. Un poco de mermelada cayó al suelo y la lengua de Ron evitó que viésemos el rastro verde sobre el suelo. Siguió expectante la trayectoria de la tostada cada vez que Raúl la llevaba hasta su boca. Le di un trozo de galleta. Mi hermano derramó otra gota verde, sobre un círculo blanco del mandala.

La voy a llamar, dijo con la boca llena. Creo que volvió a sentarse bajo el árbol del patio del colegio, tal y como es ahora.

00:01h-Al acecho de este minuto en la frontera horaria del día. Otra quimera de los relojes en manos de los seres intangibles, su misión será descifrar todos los acertijos que envuelven las horas. Los verterán luego en la vasija transparente de los sueños. Agitarán el aire con su aliento. Y despertarán todo lo que estuvo hibernando.

Porque no se dice la textura del oleaje cuando todo está bien, cómo calma la rugosa piel de la roca cada impulso…

Fumo. Sola. He apagado la luz. Claridad, sin embargo.


LXX

06:20h-Una larga vigilia. Alegría, nerviosismo, más café de la cuenta… Raúl entró en su habitación a las 20h. “Voy a llamar a Silvia”, dijo. A las 20:30h le oía reír, como no le había oído desde su ingreso en el hospital. Imaginé que recordaban aventuras detectivescas.

Ahora me cuestiono este hábito de marcar las horas en las que me sumerjo en el diario, como si me metiera en una piscina llena de objetos abandonados, una pista de entrenamiento en el rescate de antiguos tesoros. Ni siquiera uso reloj, por eso me interrogo. No me contestaré, claro.

Pinta, dijo Raúl, sentado frente a mí, esta vez evitó o se olvidó del peldaño de piedra. Es pintora.

Me la imaginé pintando árboles con niños sentados en las ramas. Y tuve que aplazar mi curiosidad, respetando la intermitencia comunicativa de Raúl. Daba cartas lentamente, como si estuviera asegurándose de que su estrategia en la partida que iba a empezar a jugar era la adecuada. Supe mejor y más evidente la distancia que la vida nos había impuesto, no sabía nada de tu hermana, en aquellos mails jamás hablamos abiertamente, como si temiéramos excedernos en confianza y mantener los muros alzados fuese algo imprescindible, obligatorio. Lo era en cierto modo, aún vivía con Alberto, aunque ahora pienso que también en discreción nos excedimos.

A través de la ventana veo que empieza a esfumarse la oscuridad y veo la excusa perfecta para escribirte.

Enciendo el portátil.

Me conecto a internet.

Abro el correo.

Redactar.

Para.

Asunto.

Raúl y Silvia.

El diario y el baúl.

Escribo Hola, borro.

Después escribo tu nombre. Borro.

Tu hermana llamó ayer. Dejó un mensaje en el contestador. Raúl estaba contento. La llamó por la noche y hablaron durante una hora aproximadamente. Era otro Raúl el que volvió a mi lado, después de hablar con ella. Quizá sea el mismo Raúl, tan sólo algo suyo se había perdido y lo está encontrando.

No te cuento nada más sobre esto, porque Silvia, supongo, te dará su impresión.

Realmente el asunto de este correo es decirte que iré. Asunto que está ligado al diario y al baúl.

No importa demasiado que no comprendas lo que estoy diciendo. Tengo que decirlo. Necesito decir, apartar al menos un poco esta cortina metálica, la que nos mantiene distantes. Tampoco es importante si nuestra relación se recompone y transforma o se estanca. Siento que existe una deuda de sinceridad entre nosotros, deuda de la que ambos somos acreedores por igual y no pudimos saldar antes. He decidido ir y antes decido hablar, escribiendo, escribiéndote.

El diario, es mi diario de adolescente. El baúl, era el baúl de mi abuela y el lugar donde encontré ese cuaderno perdido. Éste ha sido un periodo difícil y al mismo tiempo de recuperación. Y no me refiero sólo a la recuperación de mi hermano. En ese diario extraviado, me encontré con la parte de mi misma que se ahogó en su lugar. El destino de ese cuaderno era el mar. Quise tirarlo entonces, como si con ese ritual lograra arrojar fuera el dolor, pero en el último instante se agarró a mis dedos con tanta fuerza que no pude. Cuando regresé a Madrid de esa convalecencia lo abandoné. No fue intencionado, sino un mecanismo defensivo, una tarea impuesta por el olvido necesario, había que continuar, continuar sin ti.

Tal vez regresar a aquel tiempo de nuestra adolescencia no sirva de mucho. Nunca me lo propuse, te extrañé durante demasiado tiempo y revivirlo no estaba en mis planes, cuando vine a ayudar a Raúl. La casualidad puso el cuaderno en mis manos y leí. Me recordé niña enamorada de ti. Nos conocíamos de eso, del amor. No sólo era la primera vez que me enamoraba, fue la primera vez que sentí un dolor tan profundo.

El error te alejó de mí. Un error involuntario y ajeno, aunque eso no lo sabíamos. No sé cómo viviste esos años, qué supuso para ti en cuanto a tus sentimientos. A mí me acercó al borde de un abismo y viví una caída en el vacío. Alrededor había tanta oscuridad, tanto desamparo.

Estuve aquí, como ahora, bajo la atenta y comprensiva mirada de la abuela, que se encargó de custodiar y guardar, sin que yo lo supiera, ese testigo, mi diario. Todo estaba allí, la felicidad y la tristeza de la niña.

El retorno, después de esa enfermedad bajo la lluvia, las lágrimas, no está en ningún diario. No hay una sola línea, ninguna palabra, salvo alguna mínima confidencia a Teresa, de lo que vino. Entre tu despedida y Alberto, estuvo el precipicio. De ese paréntesis no quedó nada porque yo no estaba, caía y me hacía daño, pero el dolor por la pérdida anulaba cualquier otra posibilidad de sentirme herida.

Esas páginas reencontradas, revolvieron mi estatura de mujer adulta, como el viento levantando las hojas secas del suelo. Me arrastró el giro imparable de mi propia letra, contándonos. Ante la imposible ficción de mordisquear la galleta que me hiciera perder altura, tuvo oportunidad la cálida inocencia de mis palabras escritas, todas esas emociones, caldeando esta rígida edad adquirida.

No sabía que me había revestido, como la pared de un acantilado, de una gruesa capa de vida encapsulada. Algo bueno y algo malo. No había rencor en ninguna de las grietas. Me había apartado de la verdadera vida clausurando caminos posibles. Y en ese intervalo mudo, del que no hubo testimonio, aparté lo auténtico deshilvanado la esperanza de alcanzarlo.

Tu visita me halló en la distante cornisa por la que estuve caminando sin saberlo. Siempre en un borde preventivo, como si me alentara esa boca abierta dispuesta a devorarlo todo en cualquier momento. Pero esa forma de caminar cerca del precipicio no era fácil advertirla. La rutina y la impostura configuraron poco a poco un disfraz de seguridad innegable a simple vista.

El amor se fue contigo, quise que volviera, porque todos decían que el amor vuelve. Algunos decían incluso que “un clavo se quita con otro clavo”, mientras yo imaginaba la cruz y la devoción forzada. Si aquel entusiasmo iba a ser todo el entusiasmo que iba a recuperar, estaba claro que con Alberto había regresado el amor. Aunque fuera un regreso fatuo, un regreso algo tullido. Y siempre hay alguien dispuesto a explicar que el primer amor es distinto, un sentimiento adherido a la inocencia perdida. Así, acepté el amor de Alberto y él recibió impaciente y con alegría, al fin, mi cariño. Convencida de que ése era todo el amor que podía entregar, todo el amor que me quedaba después de la fractura. No engañé a Alberto, me engañé a mí misma. Y ya que estoy escribiéndote con toda la sinceridad de la que soy, ahora sí, capaz, te confieso que a pesar de desear que aquel sucedáneo se convirtiera en el gran amor de mi vida, cuando nos encontramos en aquel apartamento, que la mentira no había funcionado. Fue nuestra segunda despedida, te ibas a Londres y yo esperaba a mi hijo.

00:01h-He guardado el mail. Retiene la lluvia de hoy y la de entonces. Se piensa, lo pienso y sé que te lo enviaré, en cualquiera de las horas siguientes al chaparrón.

Ahora el viento pone las nubes en su sitio, cada edificio tiene una coronándolo. Un puzzle de agua recién armado.


LXXI

08:00h-Hago lo que nunca. La fiebre me retiene en la cama. Me he traído la cafetera, el portátil y fumo un cigarrillo después de abrir la ventana. Antes de ir hasta la cocina y preparar el café, perseguida por Ron, terminé el mail, apenas la despedida, y lo envié. Me estoy preguntando cuál será tu reacción, qué pensarás de lo que te digo…

El chaparrón irrumpió en la madrugada, sostuvo el primer tramo del sueño y la fiebre en aumento hizo el resto hasta que amaneció en gris absoluto y alguna transparencia blanca.

Calor intervalo. Adormece. La piel retrasa el reloj, emerge su impresión en los minutos de vigilia. Como si la realidad hubiese montado a lomos de un corcel celeste y apartara sus señales.

Calor delirio. Oigo pasos. Eco amortiguado. Entre bastidores oníricos, Raúl pregunta si llama al médico. Y la que sueña febrilmente, en este junio tormentoso, pronuncia un nombre. Cuando no sucede nada, todo ocurre dentro. En el laberinto inhabitado. Suena otra canción y la ventanilla del avión se abre. Está despejado en el jardín del pueblo. Mada da vueltas con un enorme llavero en la mano. Es de noche y sin embargo llevas gafas, pero el autobús está vacío. Una niña abre todos los cajones de toda la casa y llora, no encuentra lo que busca. Hace demasiado calor en la cocina, las luces rojas y azules pasan sobre los azulejos. En la radio, la voz de la abuela y el abuelo, sentado a la mesa, saborea arroz con leche. Alberto regresa de viaje y me enseña la foto de una novia, vestida de novia blanca, de rostro blanco y zapatos negros.

17:00h-Ha despejado. Ron no se ha movido de la alfombra a los pies de mi cama. Oye mi movimiento, incorporándome sobre las almohadas y se acerca agitando el rabo. Apoya el hocico en el borde de la cama, espera un signo de restablecimiento. Lo acaricio y se sienta, mirándome, relajado. Todo está bien.

Enciendo el portátil. Abro el correo. Bandeja de entrada. De. Asunto: BIENVENIDAS. Ven, te espero.

Llamo a Raúl. Entra en la habitación algo asustado.

¿Te puedo pedir un favor?

Claro.

¿Me traerías un café?

Ya estás mejor.

Mucho mejor. Me lo tomo, me ducho y nos vamos a dar una vuelta con Ron.

Una buena idea, me estaba aburriendo un poco.


LXXII

Por una moneda de plata se vendió hoy la ciudad en la noche desdibujada. La alcancía traga el precio. En las azoteas ya no hay lenguas blancas.

Un cigarrillo más. Amanda mira el móvil sobre la mesa de la terraza.

Esperar y esperanza.

Alguien escucha la radio y el sonido de las noticias se expande, la realidad vuelve a impregnarlo todo. Tiempo y espacio tomando forma sobre las baldosas de la terraza. Amanda sabe que lleva demasiado tiempo esperando y no está segura de que la excusa para esa espera sea válida. Han crecido sus vestidos y, a la vez, los segmentos marcados por las agujas de los relojes adquieren una dimensión reducida. La percepción modelada y adaptada a la cintura de la cronología.

Vuelve a mirar el móvil.

De pronto suena el timbre del telefonillo.

Baja.

¿Es una orden?

Sí, esta vez sí.

¿Y si no la cumplo? Me has hecho esperar mucho tiempo.

Tú a mí también. Baja.

Amanda coge las llaves, el móvil, su bolso y sale del apartamento. Sólo cuando el ascensor está llegando a la planta baja, se da cuenta de que está descalza, ha olvidado sus zapatos de tacón en la terraza.

Jorge la espera en su coche sentado al volante. Amanda entra y se sienta a su lado. Está sonando aquella canción. Ella revisa el perfil del pasado y se acomoda en el presente.

¿Por qué vas descalza?

Hace mucho calor. ¿Por qué tardaste tanto?

Porque ninguno de los autobuses paraba, todos iban llenos.

¿Cómo conseguiste que nadie se sentara en este asiento?

Con una mierda de plástico.

Los dos se ríen. Miran al frente. El coche arranca.

¿A dónde vamos?

Al lugar que me costó tanto buscar esta noche.


LXXIII

Al bajar del coche, Amanda, reconoce las calles, la recorre el mismo temor de entonces, o un temor parecido, no lo sabe exactamente. Jorge camina a su lado. La toma de la mano al principio de la calle que es su destino, el de ambos. Un destino incierto, mientras no se disipen las dudas de los dos. No dicen nada. La temperatura no baja, sobre los tejados la noche va mudándose y borra oscuridades. Pero en la calle, destino de Jorge y Amanda, las farolas siguen encendidas.

El antiguo portal tiene una nueva puerta. Se miran y sonríen. Jorge saca del bolsillo un llavero y con una de las llaves abre. Suben las escaleras. Las dudas caen poco a poco en los peldaños. Frente a la puerta, los mismos cerrojos les retan a intentar abrir, con sus manos de ahora. Las manos adultas son menos torpes, menos nerviosas y la cerradura cede sin demasiada dificultad. Los pies de Amanda recuerdan su desnudez adolescente.

Casi nada ha cambiado en la casa. La pintura en las paredes sustituyó el papel de dibujos geométricos. Los muebles disfrazados de fantasmas, ocultan su origen.

Entran en el salón. Sobre la mesa también oculta bajo un disfraz blanco, una nota sobre una bolsa de plástico. “Abre la bolsa, Amanda. Teresa.” Amanda saca el viejo magnetófono, pensando cómo habrá aparecido. Un post-it dice “pulsa el play, aún funciona”. Mira a Jorge sorprendida y ríe. La voz de Teresa: “Lo guardé, sí. Sé que estás sorprendida, ya sabrás dónde y por qué. Las cintas, la música son las mismas, también las guardé.” Interviene Leo: “Mías, claro.” El llanto de uno de los niños y la voz de Leo consolándolo, sigue Teresa con ese fondo familiar: “No eres tan joven como entonces, aunque en el fondo seas la misma Amanda, mi amiga, y sólo quiero desearte lo mejor, el mejor encuentro. Besos a los dos.”

Jorge sale del salón y deja sola a Amanda. Ella se asoma a la ventana y observa la luz de la farola sobre la acera seca. No llueve.

¿No vas a poner música?

¿De dónde has sacado el cava?

De la nevera y los sándwiches también. Tú tampoco habrás cenado.

No, pensaba que cenaríamos juntos.

Voy a ver si encuentro unas zapatillas o algo que puedas ponerte en los pies. ¿Cómo se te ocurrió venir descalza?

No acostumbro a usar tacones y no quería dar pasos en falso.

Se oye abrir y cerrar cajones en el dormitorio que está frente al salón. Amanda busca entre las cintas, pone una y pulsa hasta encontrar una canción. Jorge entra en el salón con unos calcetines de deporte muy gastados.

¿Te lavarás los pies antes de ponerte estos exclusivos calcetines con agujero?

Por supuesto. Voy al baño. Sírveme una copa de cava y pulsa el play.

Walking on the moon.

El salón recibe el fogonazo de la botella al descorcharse. La mano del hombre posa algo junto al magnetófono. Y cada gesto, cada objeto se convierte en símbolo de ausencias.

Amanda ríe sola en el baño, al ver su uña pintada asomando por el agujero del calcetín. Walking on the moon.

Amanda se acerca al magnetófono, quiere volver a escuchar la canción.

¿Qué es esto?

Yo también guardo algunas cosas. Es la misma caca de plástico. ¿Vas a poner la canción de una vez? Necesito oírla, tengo que hacer algo imprescindible en esta ceremonia.

Walking on the moon.

Aquella noche mordiste más fuerte, no sé cómo no te di una bofetada.

El factor sorpresa te paralizó.

Fue tu mirada lo que me detuvo.

Termina la canción. Jorge se acerca al aparato y pulsa stop. Amanda sirve dos copas más de cava. Ha detenido la voz de sus reflexiones, deja que el instante viva y viva con ella.

Y surgen palabras de los diarios, de cualquier rincón de sus vidas, enlazando minutos, acercándolos… Ya no hablan, sólo escuchan. Brindan.

Luz. Media luz. Trasluz.

Mirada.

Labios. Plaza. Fuente.

Abrazo.

Lluvia. Niebla. Llanto.

Risa.

Cuaderno. Pregunta. Silencio.

Manos.

Mañana. Hoy. Ayer.

Beso.

Llamada. Respuesta. Ausencia.

Encuentro.

Frase. Juego. Café.

Calor.

Sentidos. Sentimiento. Emoción.

Piel.

Llave. Encerrar. Ventana.

Visión.

Pasos. Camino. Puerta.

Amor.

Recuerdo. Memoria. Olvido.

Relojes.

Almanaque. Días. Lugares.

Singular.

Estrellas. Horizonte. Alba.

Plurales.

El arco de la palabra alberga soledades. Dos. El número funde dos silencios. El eco de los cuerpos es un latido trepándose a las paredes.

Cuerpo. Cuerpos. Sueño.

Palpitante.

Voz. Acuerdo. Tejido.

Escrito.

Oleaje. Arena. Peces.

Agua.

Distancia se nombra sólo con iniciales guardadas en anaqueles.

Copa. Feitizo. Fantasma.

Llueve.

Antes. Sucede. Después.

Adverbios.

En los brazos, las interjecciones proponen el presente.

Luna. Madrugada. Poema.

Tacto.

Conversa, el amanecer, con el aliento tibio.

Desnudez. Papel. Letra.

Verso.

Ahuyenta el miedo un estertor inequívoco.

Ojos.

Hombros.

Espalda.

Vientre.

Horizonte de epidermis parpadeante.

Sendero. Regreso. Abrir.

Sentir.

Silueta.

Sol.

Siempre.

Sendero.

Sí.

Sombra.

Dos sombras recuperadas de las paredes de antaño entre fantasmas.

Brisa.

De nuevo.

Horas burladas.

Búsqueda.

Volver.

Aletea. Alas. Vuelo.

Boca.

Mira, la luz de miel de aquella vereda, el amor en los espejos de agua .

Caricia.

Estío en el otoño del lecho.

Estación.

Llegada.

Bailan. Muy despacio. Rodeados de muebles extraños, de telas blancas ocultando la vida que hubo y la que puede haber. No hay música. Bailan.



FIN



jueves, 17 de marzo de 2011

LXVI (66)



De pronto la noche veraniega de Madrid tiene sabor a menta y huele a hinojo.

Amanda siente vértigo, la altura es una excusa válida. Tantos recuerdos despeñándose desde la terraza.

No sabe por qué ni de dónde surge la imagen de la mujer que cae. Se precipita al vacío desde un octavo piso. Es el vuelo contrario, el vuelo certeza y ley gravitatoria. Como el sueño herido de aquella compañera, lleno de habitaciones cerradas, recorrido desesperado, para descubrir que aquellas puertas no se abrirían nunca, en un espacio gélido y sin el abrigo robado.

Golpe, una palpitación disonante, el peligro al acecho, el riesgo de vivir.

La mirada revuelve los contornos circundantes, recupera el reflejo de la luna llena y la fragancia del hinojo escondido.

¿Quién le dijo a quién que la mentira es un salvoconducto cuando te han robado la vida?

Porque la herida puede ser tan profunda como el corte de las arterias principales, tráfico varado, ciudad fantasma, silenciada. Esa terrible sensación de que todo está afuera y todo inalcanzable.

Las páginas del llanto desconsolado.

Sólo unas cuantas páginas después de las victoriosas.

Y, ahora, en el calor de la madrugada, la anacrónica tormenta, los truenos en el aliento y la letra adolescente.



00:01h-Amanecimos sobre los espejos del pavimento que la tormenta había sembrado. Dos y uno. Mirándonos de soslayo intermitentemente, como si nos acabáramos de descubrir.

Llegamos al apartamento cuando las farolas de la calle estaban ya encendidas y el color ámbar de su luz ocultaba, distorsionándolo, el nerviosismo que reflejaban nuestros jóvenes rostros. Tardamos bastante en abrir aquella puerta del antiguo apartamento, en el centro de la ciudad. Los cerrojos parecían haberse confabulado. Nuestro pudor se vio sometido a la mirada interrogante de aquel vecino que bajaba la basura y nos registró en su mente, decelerando su paso, al vernos en el descansillo peleándonos con las llaves y la cerradura. Todavía estábamos allí cuando volvió a subir y repitió un buenas noches desconfiado.

Los cerrojos cedieron sus secretos de apertura y al fin entramos a una casa deshabitada y repleta de muebles fantasmas cubiertos con sábanas. En el salón vimos, sobre la mesa, también protegida con una sábana blanca, una nota y una bolsa de plástico.

“Abre la bolsa, Amanda, lo que hay en el interior os lo presto yo. Teresa.”

En el interior había un viejo magnetófono y una bolsa más pequeña con algunas casetes. Pegada con celo al aparato había otra nota. “Pulsa el play”. Al pulsar, la voz de Teresa en el mensaje. “Hola chicos, ya habéis visto que la casa está desangelada. Pensé que en una ocasión así os vendría bien tener algo de música. Os dejo cuatro cintas, sé que os gustan.” La voz de Leo interviene. “Las cintas son mías, la música que tiene Teresa es de fiesta de pueblo.” Sigue Teresa. “Éste como siempre, desprestigiándome. Amanda, tú sabes que no es cierto. Bueno, eso, que os dejamos un poco de música. El dormitorio que está frente a la puerta del salón, es el que os hemos preparado. Las sábanas son completamente nuevas, jajajaja, hasta que las estrenéis vosotros, ya sabréis de dónde salieron. No os entretenemos más, divertíos.”

Me disponía a ver cuáles eran las cintas que nos habían dejado Teresa y Leo, mis manos temblaban no sólo por la situación, sino también por el frío. Entonces me abrazaste y nos besamos, sabías a menta. Tu chicle era de menta.




domingo, 13 de marzo de 2011

LXV (65)



18:00h-Así, exacta, en punto, a pesar de lo inhabitual, no suelo escribir a esta hora.

Como variante al consabido café de la sobremesa que tomamos, desde hace algún tiempo, el tiempo perpetuo del cuadro de la abuela en el que se sumergió Raúl, rescatándose, esta vez fue infusión. Una mezcla con canela, algunas veces la fragancia de estas infusiones despiertan ciertos sentidos bloqueados, el olfato, adicto a la cafeína de las mañanas, emerge en la tarde entrando en un antiguo colmado.

Raúl miraba su peldaño de piedra y no parecía que el torrente de su pensamiento fuese a volcarse en conversación. Recordé aquellas tardes del pueblo, algunas con Mada, y los golpes del abuelo, que ya no venía, en el cristal. Se lo dije a él.

Me acuerdo perfectamente, dijo Raúl, estaba impresionado.

Tú también los oías, no era sólo un recuerdo mío.

Mada también tiene que recordarlo. A ella no le impresionaba esa costumbre, después de los golpes, miraba hacia la puerta de la sala, como si el abuelo verdaderamente entrara, incluso la vi sonreír en un par de ocasiones, sonreía al aire enmarcado en la puerta.

Eso es nuevo, dije, no lo sabía. Todavía no le pregunté nada a ella, me acordé de pronto, al ver una de las tacitas de porcelana, de las que usaba la abuela en el pueblo.

Un día, dijo, jugábamos en el jardín, delante de la casa y le pregunté por qué había sonreído en esa ocasión, había sido esa misma tarde. Le sonreía al abuelo que nos miraba desde la puerta. Contestó eso como si fuera algo cotidiano, un hábito, sin darle ninguna importancia. Yo le dije, que el abuelo estaba muerto. Sí, dijo ella, pero aún no se ha ido. Le cuesta mucho despedirse, añadió, lo dijo sin dejar de jugar, con la mayor naturalidad.

La canela subió, escaló, transformándose en arroz con leche, el postre favorito del abuelo. Su imagen complacida al saborearlo.

Ya sabes cómo es Mada, dijo Raúl.

Sí, lo sé y no lo sé al mismo tiempo, no me resulta fácil entender sus conexiones con esa dimensión desconocida y dudosa para mí.

Estoy pensando en reincorporarme al trabajo, dijo, extrayéndome de los senderos intrincados que enlazaban postres, aparecidos, oráculos y señales acústicas provenientes del otro lado.

Me parece una excelente idea, siempre que no te cargues de tareas, creo que aún estás algo débil.

La mayor parte del trabajo lo haré desde casa, a la oficina tendré que ir ocasionalmente, podré con ello, es más, necesito hacerlo. Esperaré una semana, lo justo para convencerte de que sueltes tus amarras y te des una vuelta por tu casa, veas a tus amigos, hables con Mada… y aceptes esa propuesta de la que no dices nada.

Entonces fui yo la que tomó asiento en el peldaño de piedra del cuadro, dio un sorbo a la infusión con canela y tanteo las flores que nunca se marchitan en el caldero.

00:44h-Un acantilado en la hora. Clic. Y en la penumbra, anillos de Saturno, el humo, desposando la silente crecida. Madrugada, que reniega de ocasos, implora al alba sostén en ese frágil equilibrio de la luz y su nacimiento.

Clic. Es sólo la cocina, encendida la lámpara. Y sin embargo, cuánta imagen contenía la oscuridad que la ocultaba.

Está siempre en los sótanos vedados, en la alquimia enclaustrada, sobre las nubes templadas como jirones de seda, en los destellos de cualquier neón furtivo, en las danzas prenupciales del instinto, en la piedra de algunos cimientos, en los siglos adormecidos de ciertas páginas… Está, a pesar de todo, adherido a la misión reencarnada.



sábado, 5 de marzo de 2011

LXIV (64)




23:32h-Coincidencia otra vez. Cifra reversible, como algunas gabardinas. La lluvia no, la lluvia no es reversible, aunque la fuerza de la gravedad puede ofrecer el misterio de la lluvia en un hemisferio y al tiempo en sus antípodas.

Por la tarde busqué en internet significados y leyendas sobre el hinojo. No es casualidad que la abuela haya dejado esa hierba entre las hojas del diario. Encontré varias cosas, aparte de sus usos medicinales.

Los fenicios celebraban el solsticio de verano con el fin de invocar la lluvia, para ello plantaban hinojo en macetas de barro en torno a la imagen de Adonis. Germinaban y se marchitaban rápidamente debido al calor. Esto significaba la muerte y resurrección del efímero Adonis. La festividad se llamaba Adonia y finalizaba arrojando las macetas con el hinojo seco y otras plantas al mar o a un manantial cercano, junto con imágenes del dios.

En la Europa medieval colgaban guirnaldas de hinojo encima de las puertas el día del solsticio de verano, así mantenían alejadas a las brujas. En los Pirineos se ataban ramos de hinojo sobre los tejados para protegerse de la magia adversa o magia negra.

En el siglo XVI, en el norte de Italia, las brujas buenas o benandante, luchaban durante la noche con las brujas diabólicas, armadas con manojos de hinojo. Libraban estas batallas, en un estado de conciencia alterada, cuatro veces al año, protegiendo de este modo la fertilidad de los campos y favoreciendo las abundantes cosechas.

Los romanos observaron cómo las serpientes, tras mudar la piel, se frotaban contra las plantas de hinojo, mejorando así su visión. Después de la muda, los ojos de las serpientes están lechosos y ciegos, aclarándose posteriormente.

Muerte, resurrección, alejamiento del mal y visión más clara, me digo, te digo, abuela. ¿Sería ese tu mensaje, que llega ahora desde donde estés? Y es, además, tu confesión de haber leído, intuyo.

Dejo de escribir, enciendo un cigarrillo y me asomo a la ventana. La oscuridad borra perfiles y la esquina minúscula de mar que se ve desde aquí, pero está ahí…

01:00h-¿Qué palabra significaría más que el acto en el que sucumbe el cautiverio?

Oblicua pared observadora de sueños rotos, de estallidos, aullidos y tropiezos, entre esa realidad obligada y el derecho arrebatado, quizás un alud de fantasmas pesados modelando otra estancia donde puedas conservar tus imágenes.

Pero ahora la certeza es blanca y busca su altura, su nombre perdido, su ambición cotidiana, sus plantas vivas -fuera de la sequedad del disparo traidor-, su amalgama de desaciertos y escasas virtudes..., la piel del día que jamás existió y del día que jamás debió existir... , la mirada perdida sobre la belleza y sus latidos entusiasmados, la vía de escape de los versos guardados y todo lo que no ha sido en el tiempo extinguido...


 
 
 
 
 
 

domingo, 27 de febrero de 2011

LXIII (63)



Deshora. Cuento baldosas, temprano de nuevo. Algo extraño, cierta nostalgia al salir, cuando los colores aún no han cobrado nitidez. Los detalles de la ciudad se escapan buscando las últimas sombras. Me cruzo con una mujer que lleva los ojos muy pintados, delineados en negro y con abundante sombra rosa, va moviendo los labios como los que leen así, la mirada perdida, como si hablara con alguien en su interior o en un recuerdo estancado. Un hombre sale de un portal con una bolsa de plástico y vacía su contenido de vidrio en un contenedor, violando el bostezo del amanecer.

Me voy acercando al mar como si pasara mis dedos sobre una cicatriz de la infancia. Anoche, entre las últimas páginas del viejo diario, encontré una minúscula hierba, tan amoldada al papel, tan cuidadosamente dormida, que no la había visto.

Un chico, sentado en un banco, sujeta entre las manos su rostro, apoyando los codos en sus piernas. Parece que llora. Llora.

Una alfombra que no ha perdido las antiguas costumbres, fustiga el aire. Lengua asomada a la ventana, como aquella lengua de mi carpeta.

La mañana era casi como ésta.

Y otra mañana, ya perdida, ha dejado sus cristales rotos.

El último temporal lanzó sus tiburones sobre la barandilla, la dentellada expuesta me presta su simbología.

Aspiro hondo. El aire tiene sabor salado. Mi hermano sigue sentado en un peldaño de piedra junto a un caldero con flores. Sus ojos sobre el mantel sonríen.

Sobre el faro se posa un destello, un guiño de sol indeciso.

Un sólo nombre para Raúl, en dos, partido. El que hiere y el que calma.

Desganada, rompe una ola, se estira lentamente como una gata.

“Algunas veces, la niebla de Londres, me recuerda a aquella casa de muebles fantasma. Silvia viene a visitarme el próximo fin de semana.”

Stop.

Prohibido el paso.

Cuidado con el perro.

Peligro. Peligro de muerte.

Contraste. Sobre el horizonte marino, límpido, el cielo, plagado de matices. Sobre el interior, al oeste, se forma una capa gris oscuro como una enorme madeja de lana sucia.

Dos hombres de trajes oscuros bajan de un lujoso coche. En la puerta del café, al que van a entrar, se disputan la amabilidad de cederse el paso, como está fresco y sus trajes no son de invierno, se deciden pronto. Entra primero el más bajo, el que conducía el coche.

“Te mando una foto de Albertito, todos dicen que se parece a mí, yo creo que se parece a mi padre.”

Los autobuses escolares comienzan su recorrido. En algunos asientos, niños dormidos.

Sigo con la mirada los dos sabores mezclados del cielo: despejado y presagio de tormenta. Quiero que llueva, quiero una tarde recogida entre los silencios y las frases de Raúl y mis paréntesis de ti. Quiero a Ron enroscado en el sofá a los pies de mi hermano. Quiero un aparte como de siesta desvelada, a la deriva del pensamiento.

Se han despertado, la ciudad y el mar. Algunos transeúntes optan por el presagio oscuro de las pesadas nubes del oeste y ya portan paraguas.

Estoy a la altura del desplome adolescente. Las coordenadas exactas en donde se arrepintió la niña y no tiró su cuaderno íntimo. Me asomo serena. Aquí el mar insiste, salpica y promete elevarse cualquier día y saltar. La niña dejó de llorar y caminó de vuelta con el diario que olvidaría. Y fuiste tú, abuela, quien dejó en el final de sus páginas esa minúscula ramita de hinojo.










sábado, 19 de febrero de 2011

LXII (62)



23:23h- La hora parece mágica. Es sólo una sensación, la coincidencia al mirar el reloj, veintitrés y veintitrés, y anotarlo en el diario. Como si me lo hubiera propuesto, en torno a esta hora, retomo el diario y escribo. Y no es la hora bruja, ésa en que las carrozas se convierten en calabazas. Nadie perdió un zapatito de cristal y no hay madrastras a la vista. Los cuentos llegan por otras vías, los recuerdos.

Esta tarde volví al baúl y recogí una tacita de porcelana, de las que tenían los abuelos en el pueblo. Tal vez cualquiera de nosotros, recogiendo las cosas de la abuela, la puso ahí. Un objeto contando las manos que lo sujetaron.

Y después de releer algunas líneas del viejo diario, que te mencionaban, vi la tacita allí colocada, ya limpia, sobre mi mesilla. Con su frágil asita y sus flores. De inmediato estábamos los cuatro, Mada, Raúl, la abuela y yo en la salita del pueblo, era la hora de la merienda y ella daba pequeños sorbos mientras nos contaba sus historias.

Pero a las cinco y media, él siempre regresaba de su paseo y la abuela se interrumpe. Escucha atenta. Suenan los tres golpes en la ventana de la cocina. Los oímos. El abuelo entraba a la casa por la parte trasera, por el huerto y la señal de llegada eran esos tres golpecitos en la ventana de la cocina. “Ahí viene el abuelo”, decía. Esa tarde también lo dijo y todas las tardes en que estábamos con ella. Y se oían los tres golpecitos en el cristal. Aunque el abuelo había dejado de venir, hacía casi un año que había fallecido.

Nunca hablamos de ello, tengo que comentárselo a ellos, a Mada y a mi hermano. Puede ser sólo un recuerdo mío.

00:00h- Los dígitos. Las huellas digitales. El asombro de los biorritmos, las olas trazando curvas concéntricas. Los remolinos, los dedos extraviados en otro siglo. Planeta gira, barca navega sobre la espalda del océano y el tiempo. La mano reptando sola sobre la sábana blanca y otra mano la alcanza. Jóvenes y enamoradas manos.

Te leo aquellas horas nuestras y vas llegando, a dar tres golpecitos en la ventana.




miércoles, 16 de febrero de 2011

LXI (61)



Sí, Mada, Raúl y Silvia persiguieron a la señora del bolso raro durante una semana, dice Amanda a su prima por teléfono. Un día, sentados en el portal frente a su casa, la vieron entrar con una pierna debajo del brazo. La mujer resultó más sospechosa todavía. Raúl y Silvia anotaron en sus cuadernos de investigadores en ciernes: las actividades a las que se dedica la mujer, objeto de esta investigación y sospechosa de tráfico de animales en vías de extinción, son más complicadas de lo que suponemos, hoy entró en su casa a las 18h con una pierna que no era suya.

La conversación es interrumpida por la risa de las dos primas, a cada lado de la línea.

Todo terminó cuando una de esas tardes, en que los detectives esperaban agazapados detrás de un coche, a que la señora saliera de una mercería, vieron cómo entraba en la misma la madre de Silvia. Poco tiempo después, salieron las dos conversando amistosamente. Siguieron, de todos modos, a las dos. Cuando se despidieron, Raúl y Silvia, acordaron que ella interrogaría a su madre al respecto, no creían de ninguna forma que la madre de Silvia y Vampi estuviera implicada en asuntos delictivos.

Al otro día, en el patio del colegio, sentados en el banco debajo del árbol, Silvia le comunicó a Raúl el resultado del interrogatorio. La señora en cuestión llevaba, efectivamente, poco tiempo en el barrio. Había venido desde el pueblo a cuidar a su hermano enfermo, éste algo mayor que ella, había tenido un accidente laboral en el que había perdido una pierna. La pierna, necesitaba algunos ajustes ortopédicos y mientras el hermano estuvo convaleciente de una fuerte bronquitis, la señora se encargó de llevarla a la ortopedia, razón por la que la habían visto entrar con la prótesis bajo el brazo.

¿Y qué pasaba con su bolso extraño, encontraron los detectives alguna explicación?, pregunta Mada entre risas.

Por lo visto Silvia le comentó a su madre que el bolso de la señora era muy raro. La madre le preguntó qué era lo que le parecía tan raro. La niña dijo que era un bolso de víbora y las víboras de determinadas clases están protegidas. A la madre de Silvia le dio un ataque de risa y le explicó que aunque esa clase de víbora estuviese protegida, no le importaría a nadie, ya que era una víbora de plástico. Es decir, que el bolso era una imitación de los de serpiente. El bolso debía de ser bastante feo y llamativo, por algo los niños se fijaron en él.

Amanda, dijo Mada, me encanta lo que os está pasando a los dos. Raúl me contó su sueño, es muy significativo.

¿Significativo?, pregunta Amanda. ¿Qué quieres decir?

Sobre todo, contesta Mada, es significativa mi presencia y el aplauso. Eso se explica fácilmente, mi grupo de teatro, los aplausos que suelen venir al final de una representación. En realidad, la higuera puede relacionarse con el árbol del colegio y mi presencia, de alguna manera aprobando lo que ocurre en la escena, está ligada a cuando le dije a Raúl que buscara su llave, que era una llave antigua y la ha encontrado en la infancia.

Prima, dice Amanda, me dejas perpleja. La verdad es que visto así tiene cierta lógica. Pero qué me dices de mi llave, yo encontré una llave, literalmente.

Eso es lo de menos, dice Mada. La llave encontrada no tiene importancia, lo realmente importante es la llave que abre tus puertas, las de tu alma, las de tu corazón.

23:32h-Abriendo y cerrando puertas la casa apacigua sus movimientos.

Está más cerca aquella lluvia impenitente. La piel crecida del diario olvidado, bajo la cortina transparente. Corríamos a resguardarnos, aquella tarde llovió todo y el sonido fervoroso de la tormenta fue nuestra banda sonora.

Ya no temo abrir las puertas de mi viejo diario y encontrarte, ahora te busco como fuiste y me busco como fui, quizás comprenda lo que somos.

Tal vez todo haya regresado, incluso tú.



domingo, 13 de febrero de 2011

LX (60)


01:44h-Entre las páginas del viejo diario, también luces oníricas. Me desvelo. Busco significados sobre el “mandala” de la mesa de la cocina, marcado ahora con algunos círculos ajenos a su estética. Son los círculos de nuestra vida, la de mi hermano y la mía.

Abandoné el cuarto perseguida por la piel tibia de las sábanas, como si esas sábanas no fueran ésas sino aquéllas. Y no encuentro justificación adecuada a mi madurez. Me estoy dejando arrastrar por todos estos acontecimientos algo extraños.

El mismo Raúl resucita de su abismo, asido a la cometa poderosa de aquel rincón de su infancia. Y se eleva, se calza las nubes de sus juegos, sin reparar siquiera en el nombre repetido. Hace tan poco de la obsesiva angustia que le producía el nombre y sin embargo ahora lo pronuncia renovado, como si lo hubiera creado. Dice “Silvia” y ningún fantasma acude, ningún fantasma terrorífico, si acaso un dulce fantasma, la niña que iba a ser pintora y detective.

“Teníamos que investigar algo, dice Raúl, nos habíamos propuesto descubrir algún misterio oculto. Una tarde, al salir del colegio, fuimos hasta su casa, no había nadie, Silvia entró en la habitación de Vampi, abrió un cajón y cogió dos pares de gafas. Nos las probamos y nos miramos en un espejo que había en la entrada de la casa. Nos quedaban un poco grandes, pero decidimos que no era importante, lo importante era que nuestras miradas escrutadoras pasaran desapercibidas.”

Nos reímos los dos, cómo podían pasar desapercibidos dos críos con gafas de sol de adulto.

“Fuimos hasta el parque y allí caminamos solemnes por los senderos entre los árboles, mirando hacia un lado y hacia otro, buscando pistas de crímenes imaginarios. Sentada en un banco vimos a una señora con un bolso muy raro, verdoso, y nos acercamos, a Silvia le parecía sospechosa. Desde detrás de un árbol observamos a la señora y su bolso verdoso, como de serpiente. Tienes razón, le dije a Silvia, esa señora es cazadora de serpientes protegidas, de las que están en vías de extinción, tenemos que seguirla y averiguar donde vive. Sí, dijo Silvia, seguiremos todos sus movimientos, tenemos que descubrir todas sus costumbres, lo que compra en el super, en qué emplea todo su tiempo, si tiene amigas o amigos, todo.

Decidimos conseguir un par de pequeños blocs donde apuntaríamos todo lo relacionado con nuestra investigación. Esa tarde usaríamos nuestra memoria y al llegar a nuestras casas, escribiríamos los datos.

Cuando la señora se levantó, fuimos detrás de ella, a una distancia prudente de unos cuantos metros. Un par de veces, se dio la vuelta y miró, nosotros nos escondimos detrás de los coches aparcados y continuamos siguiéndola. Por fin, la señora se detuvo en un portal y nosotros memorizamos la dirección, cosa bastante fácil, vivía en la misma calle de Silvia, aunque Silvia no la conocía. Dedujimos que la mujer llevaba poco tiempo en el barrio.

En el portal de Silvia nos despedimos y le devolví las gafas. No las volveríamos a usar, dificultaban mucho nuestra labor de investigadores, se nos resbalaban continuamente por la nariz y teníamos que sujetarlas. Eso no sería práctico cuando tuviésemos que hacer nuestras anotaciones.”

Dejé que mi hermano se levantara de la mesa con la nube puesta de sombrero y una expresión que reacomodaba sus rasgos hipotecados en la tristeza. No dije nada. Y él se fue con Ron.

Ahora somos olas, de una orilla a otra.

jueves, 10 de febrero de 2011

LIX (59)



Raúl terminó el café y me contó su sueño. Después bajó con Ron a la calle. Miré en el fondo de su taza, había un ojo, me había equivocado. En cambio en la mía no había nada, quizás algo parecido a una ola.

Lo que permaneció inalterado en la memoria de mi hermano, era la visión de los abuelos caminando por el sendero que daba a la casa del pueblo. Se acercaban lentamente y traían entre ambos a alguien de la mano. Al llegar a la casa, la abuela le decía a Raúl que recogiera unas flores de la entrada y se las diera a la niña. La niña sonreía, era la que venía de la mano de los abuelos. Él tomaba a la niña de la mano y le preguntaba por qué venía desde tan lejos. La niña le preguntaba si le iba a dar las flores. Él cortaba las flores y se las daba. Entonces, la niña le decía: Ya soy pintora. Después le daba las gracias por las flores y lo besaba en la mejilla. Se oían unos aplausos y los dos miraban hacia la higuera del jardín. La prima Mada estaba sentada en una de las ramas y les aplaudía. Y los abuelos se despedían, diciendo que tenían prisa.

No toqué las tazas de nuestros cafés, me interesaba saber qué veía Raúl en cada una de ellas. Se las enseñé cuando volvió. En la mía vio un ojo y en la suya algo parecido a una ola.

Me estás tomando el pelo, le dije. No, es lo que me parece, por qué, dijo él.

Pensé en la posibilidad de que distraída hubiera cambiado las tazas de sitio, pero no era así, no las había movido. Las puse en el fregadero y las lavé con cierto reparo, como si hubiesen adquirido vida propia.

Mientras Raúl se duchaba, escribí a Mada.

Querida Pitonisa:

Llama a tu primo y dile que te cuente el sueño que tuvo, será una delicia para ti escucharlo. Hasta yo estoy algo impresionada.

Continuamos con el relato de Silvia, poco a poco.

Tenemos ciertas dificultades con la comunicación a través de los posos de café. Creo que hay interferencias.

Te llamo esta noche.

Un beso.


sábado, 5 de febrero de 2011

LVIII (58)


09:00h-Una variación en las costumbres. A las 6h, no fue Ron el que rascó a mi puerta, como suele hacer desde que ha regresado al dormitorio de su dueño, supongo que como compensación a su relativo abandono. Acordamos dejar las puertas algo entornadas, así estos paseos de Ron no alteran demasiado nuestro sueño, a las 7h suele volver al dormitorio de Raúl. Esta mañana, asomaron la nariz y el hocico ambos. Con un ojo cerrado, apoyado en la almohada, y el otro abierto en dirección a la puerta, les vi. “¿Preparo café?” No, no estaba soñando, era mi hermano quien lo decía.

A las 7h estábamos los tres en la cocina. A las 7:10h, Ron, sin café, salió hacia el dormitorio, seguro de que no había llegado el momento de su salida.

“Silvia y yo nos habíamos inventado un juego.”

Después de esta frase, Raúl se detiene con una sonrisa dibujada en sus labios y la vista puesta en el estampado del mantel “mandala”, regalo de nuestra Pitonisa y bautizado así por ella. Yo sigo con mi café y ya estoy convencida de que esta vez los posos van a dejar en el fondo de mi taza un ojo y en el de la de Raúl una flor. Mi sonrisa se amolda al borde de la taza, mientras miro su expresión ensimismada. Me temo que otra Silvia ha venido a visitarnos de la mano de mi prima y de la abuela, que cada noche le contará un nuevo secreto a su nieta Mada.

“En el recreo casi siempre estábamos juntos. Algunas veces con otros compañeros, pero casi siempre los dos solos.”

Raúl vuelve a perderse en el “mandala”, del que su memoria extrae la paciencia de ir recuperando los detalles.

“El juego nos lo inventamos una tarde volviendo a casa. Yo le dije que me gustaban las antiguas películas de detectives y ella dijo que le encantaban. Cuando sea mayor voy a ser detective, dije por decir, algo emocionado con la coincidencia. Yo seré detective y pintora, dijo ella. Tenemos que empezar a practicar, le dije yo.”

A las 7:30h Ron entra en la cocina, momento en que comienza a vislumbrarse el ojo en mi taza y Raúl se detiene en un lugar turquesa del “mandala” mantel. ¿Crees que nuestro amigo peludo podrá esperar hasta más tarde, si quieres yo lo llevo?, le dije al abstraído Raúl. Puede esperar, anoche salimos a las 2h a dar una pequeña vuelta, lo llevaré alrededor de las 9h. ¿Salisteis a esas horas?, pregunté extrañada. Los dos estábamos algo inquietos, me desperté soñando con la abuela y el abuelo. Así que no se me ocurrió nada más sensato, bajé con Ron a dar una vuelta.

Vaya, dije, otro con los sueños y los símbolos. Anda, cuéntame.


domingo, 30 de enero de 2011

LVII (57)



23:00h-Envío un mail a Mada.

Querida Pitonisa:

El ojo y el tulipán de los posos de café, se reunieron con tu primo Raúl y conmigo esta tarde. Algo tuvo que ver también el travieso espíritu de la abuela.

Raúl fijó la vista en ese cuadro del que nunca quiso desprenderse, la abuela lo tenía en el lugar más penumbroso del pasillo. Ése en el que se ve un peldaño de piedra y un caldero con flores. De esa manera, concentrado en la lámina, empezó a hablar, a contarme cómo había conocido a Silvia. Al principio me sentí algo confusa y pensé que volvíamos a las andadas con su mono tema de la ruptura. Pero en la medida en que iba avanzando, me di cuenta de que no hablaba de su extraviada Silvia, sino de la Silvia de su infancia, la hermana de Vampi.

Supongo que así se cumple tu vaticinio, lo que sucede es parte de un todo moviéndose.

¿Qué diría la abuela, si supiera que precisamente ese cuadro ha retornado a su nieto a la infancia, a un nombre que se repite en su vida?

No te miento si te digo que un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, cuando comprendí que Raúl estaba recordando a aquella Silvia, que por supuesto no es la Silvia que se fue.

Cuando hablemos te contaré los detalles.

Un abrazo.



La voz de Raúl todavía resuena en la sala, cuando se levanta y se lleva a Ron de paseo. Sobre mi regazo el viejo diario con mis palabras, uniéndose de alguna forma a las de Raúl.

“Ese día su hermano me preguntó dónde vivía y le indiqué la calle, dos paradas de autobús después de la de ellos, comentó. Estábamos cerca y tú cruzabas la calle, venías de la droguería, recuerdo que llevabas una bolsa en la mano, por eso lo supe. Les dije, señalándote, que eras mi hermana, me despedí de ellos y eché a correr con la intención de alcanzarte.

Algunos días Silvia y yo volvíamos solos del colegio, Vampi no siempre iba a esperarla. Uno de los días en que nos acompañaba, dijo que te conocía, que os habíais conocido por casualidad en un bar. Añadió que eras muy guapa y que tenías una mano muy rica. No entendí lo que quiso decir. Silvia se reía.

Al día siguiente, en el patio, Silvia me dijo: Mi hermano está enamorado de tu hermana y tú te vas a enamorar de mí. A partir de entonces, cuando me daba tiempo, antes de entrar en el colegio, recogía algunas flores, las guardaba en la mochila y en el recreo se las daba. La mayoría de las veces bastante mustias. A ella no le importaba, siempre me lo agradecía con un beso.”

23:00h-Mi puntualidad en el diario no es tan exacta, a veces los minutos antes o después son reflexivos, a veces la ensoñación me traslada a otros mundos o dimensiones de las que vuelvo con la extrañeza en las palabras o como si hubiesen sido tamizadas. A veces distraigo una frase sobre la curva transparente del humo dispersándose. A veces atiendo a los murmullos de la casa, silencio invadido por rumores extraños. Otras veces, la hora escrita pestañea sobre el papel hasta que me alcanza la madrugada con su antorcha y sigo el laberinto interior. Otras veces, como hoy, veo a la niña besando la mejilla de mi hermano, con el ramillete de flores en su mano, inventando el futuro que no es hoy.

Y, como hoy, dejo a los niños besándose y me acerco a la ventana de ayer.

01:01h-Primero maldigo. Después perdono, quién sino yo podría perdonarme esta última taza de café sin ti.


domingo, 23 de enero de 2011

LVI (56)


08:00h-Antes de las 6h, sólo unos minutos antes, vi cómo salía de mi habitación tu fantasma. Ahora templo mis manos sobre la cerámica de la taza y sorbo a sorbo, repaso ese sueño pertinaz, del que te bajaste como un viajero desorientado, abandonando la habitación a oscuras. Quizás te estuviese viendo con el ojo de café de Mada. Y desde el otro lado, las travesuras de la abuela con la pretensión mágica de que todo coincida.


Raúl y sus ojos fijados en el cristal del cuadro. Sus labios pronunciando más palabras que de costumbre y ésas precisamente, ésas que la costumbre acomoda siempre en otro sitio, fueron a sentarse en el peldaño de piedra de la lámina, mientras mi hermano las dejaba salir. Y al fluir la voz de mi hermano en la atmósfera convaleciente de la sala, sentí deseos de abrazarlo. Me contuve, no quise interrumpirle en ese nuevo deambular sobre el mundo de los vivos.

“Silvia se sentaba detrás de mí. Un día salí al recreo y sembré risa por todo el patio. No entendía nada, estaba absorto en el planteamiento de un problema de matemáticas. Me senté en el banco que había debajo del único árbol del patio y al cabo de unos minutos, Silvia se sentó comiendo una manzana y sonriendo. Algunos chicos seguían riéndose y mirándome. Ella siguió sentada en el extremo opuesto del banco, en silencio, con una sonrisa dibujada en el rostro y mirando hacia algún punto frente a nosotros. O no miraba nada, sólo pensaba. Cuando sonó la sirena que daba por finalizado el recreo, miró hacia mí y me dijo: ¿vamos?

Al terminar la clase esperó junto a la puerta. Cuando salí del aula me hizo señas de que la siguiera y se dirigió hacia los servicios. Me hizo entrar detrás de ella en el servicio de chicas. Dudé, pero el pasillo ya estaba casi vacío, así que entré con ella.

Frente al espejo me dijo que agachara un poco la cabeza sobre el lavabo, que me iba a lavar la pintura del pelo. ¿Me pintaste el pelo? Sí, es que tenía tus rizos tan cerca y yo voy a ser pintora. Eso dijo, como si fuera lo más natural ir pintando las cabezas de la gente. Por eso se reían de mí en el patio, dije algo mosqueado. Ya, perdona, no lo pude evitar y como nunca habíamos hablado, no me atreví a decírtelo antes de que salieras.”

Raúl se tomó un respiro, como si repasara en su memoria ese instante confesado, al tiempo que regaba las flores del caldero en el cuadro. Parecía haber sentado su cuerpo de niño en el peldaño de piedra.

“Vampi la estaba esperando a la salida, dijo, y ella me lo presentó: Éste es mi hermano, si quieres puedes venir con nosotros. Y fui con ellos.”

Me senté en el peldaño de piedra junto a mi hermano y algo volvió a los posos de café, a la lectura del diario, a la llave encontrada, al ojo de la cerradura de otro tiempo y otro espacio.

“Así conocí a Silvia y a Vampi.”


martes, 18 de enero de 2011

LV (55)



00:08h- Sé que no debería tener delante de mí el tercer café de la mañana. Alguna mañana varada en la ausencia del enfermo, intenté indagar en mis dotes hereditarias y observé atenta los posos y su dibujo, como si buscara una forma coherente en alguna nube. Fue absolutamente inútil. Un día descubrí un ojo perfecto y guardé la taza hasta que se levantó Raúl. Le pregunté qué veía él en el fondo. Un tulipán, contestó. La afición de mi hermano a los ramos de flores, en el fondo de una taza de café y el convencimiento de que no estaba dotada para las artes adivinatorias. De todos modos, me dije, qué significado podía tener un ojo.

Ese mismo día, llamó Mada y volvió a insistir en el oráculo de las llaves. Aproveché la ocasión y le comenté lo del ojo en los posos de café y lo que veía Raúl. Ese ojo es mío, dijo de inmediato. Y el tulipán también, dije con cierta ironía. No, prima, el tulipán es de tu hermanito y su pasado, pero también está en mi ojo.

Después de comer, Raúl y yo nos sentamos en la sala silenciosos. Raúl miraba un cuadro bastante extraño y de mal gusto que conservaba de la abuela, donde se veía un caldero con flores y un peldaño de piedra. Sin alejar la vista del cuadro y contra todo pronóstico, Raúl, el pez extenuado sobre la arena húmeda de la playa, comenzó a hablar.

23:00h-Mis dedos tocan la palabra lejana, la piel de papel perdido y besan la tela tibia y soñadora. Recuesto pensamientos amorosos entretejidos con el sabor a salitre que tuvo el día. El viento salaba la ciudad, entrando desde el mar.

domingo, 16 de enero de 2011

LIV (54)


Baldosas y recuento. Los poemas no leídos, la sombra de la apatía, el olvido, y la derrota recostada en un diván lúcido. El tiempo cura las nubes y la tormenta. El horizonte, bandeja de oro, sirve su oráculo. La arena caliente de la tarde simula tu cuerpo: espejismo soñado, tu pecho sostiene la lágrima del éxtasis. Despierta, soy de una palabra que no pronuncio, porque la victoria es siempre el sentimiento.

Todas las azoteas atalaya en la visión errante. Da la mano al tiempo y al espacio devuelto. La mujer descalza baila, sobre el suelo de un estío a punto de clausurarse.

Desde la azotea no se contempla el mar y sin embargo el mar regresa con su voz susurrante. Deposita en la arena los restos de los naufragios, pruebas de su pasada existencia. Y en esos objetos deformados, carcomidos, está latente la transformación y el comienzo. Un nuevo comienzo, de nuevo. Amanda, sin ver el mar, vuelve al mar, al vaivén de las olas golpeando las rocas, a la sinuosa trayectoria emocional, al tiempo de la angustia, la incertidumbre y los diarios. A los renglones solitarios en los que asentó tantos interrogantes como respuestas, sin llegar a responder concretamente. Sabe que allí, entre los objetos erosionados, que el oleaje de la palabra abandonó en sus cuadernos, está también la adeudada respuesta.

El diario sube a la azotea, le ofrece un cigarrillo y la invita a escribir el principio, como si fuera un final, el epílogo, la puerta recién abierta, para que todo empiece.

Porque el diario se ha convertido, no sólo en la conciencia de ser, sino también en la conciencia de no haber sido. Y es, ahora, un vigilante estricto y un fantasma, al que ella misma da forma y permiso de existencia. También es un testigo y, a veces, cuando esa pequeña ficción que la entretiene se le escapa de las manos… puede convertirse en un juez de su letra más íntima.

El hecho ficticio de que Amanda conceda espacio a su diario, a su escritura, en la elevada terraza de la espera, es, además de un comienzo, la respuesta.


miércoles, 12 de enero de 2011

LIII (53)


Vuelvo a casa contando las baldosas de la última acera pisada, sé que la madrugada me encontrará de nuevo con la adolescencia entre las manos.

Hablo con Mada y le cuento lo de la llave. Sí, Raúl mejora, ya pasea a Ron y éste olvida poco a poco mi tutela. Viene a espiarme cuando escribo y sigue apoyando su cabeza en mi regazo. Se queda mientras lo acaricio, cuando nota que me he ensimismado en la tarea de la escritura, busca el refugio de su amo o la alfombra a los pies de su cama.

Ésa es la llave. ¿Cómo puedes estar tan segura, Mada? Lo sé, lo noto en ti, en cómo me estás hablando y en lo que has descubierto dentro del baúl. La parte de mi adolescencia que vine a olvidar aquí. Todo encaja, Amanda, ¿no te das cuenta? Todavía no lo tengo tan claro como tú. Pero estás algo asustada. Sí, un poco. No tengas miedo. Es lo que tenías que encontrar. Tu hermano lo pasó mal y tuviste que ir en su ayuda, de alguna forma lo que le sucedió a Raúl, está relacionado con lo que te ocurrió a ti en el pasado y con tu presente. Y también conmigo, yo te regalé ese primer diario. ¿Lo recuerdas? Todo comienza a moverse, no una parte, sino todo lo que debe mutar en el presente. No sé, Mada, esto me está pareciendo extraño. Es como si de pronto la abuela estuviera cerca...

Abuela, Mada es como tú. O feitizo. Hablabas castellano siempre, pero algunas cosas las decías siempre en gallego. Y el hechizo era o feitizo en tus labios de anciana sabia. Tu nieta Mada heredó tus sueños y sus formas. Dice que no olvidé el diario, que lo abandoné inconscientemente, con el fin de que tú supieras todo lo que yo no había podido contarte. Dice que tú sabías cómo hacer que las cosas volvieran a ocupar el lugar que les corresponde, porque tú almacenabas el tiempo que nosotros necesitaríamos algún día. Abuela, Mada está un poquito loca, como lo estabas tú, con tus ánimas y tus velas y tus ritos.

Y ahora siento algo de pudor, al saber que leíste esas páginas. Y también te siento más proxima.

(00:00h- Aún permanecen las voces del día, el prolongado abrazo más allá de la luz. Los renglones bajo el faro, nerviosa caligrafía del abandono. O feitizo das cores. La mujer sabia silabeando nuestras caricias, el secreto de nuestros recién adquiridos cuerpos. Sabe un cuerpo que lo es cuando otro cuerpo se lo dice, dijo, entre pucheros y cuentos de aparecidos. Y después fantasma, qué otra cosa sin la caricia amada.

Así, el exorcismo de la almohada y su tesoro de lágrimas. Así, los lazos desatados, la palabra desbocada retenida. Latidos de relojes confusos. Y la verdad escrita en la piel de un almanaque futuro.)

domingo, 9 de enero de 2011

LII (52)


Sequedad. Boca de pánico. Diría tantas cosas o no diría nada. Ningún sonido. Raúl duerme. Mejora y duerme. Regreso al día sólo espina del pez que se estancó en la orilla. Inquietud. Café y un poco de espanto al recinto misteriosamente habitado de la vieja cocina.


El diario cayó en mis manos como una hoja seca. Tu baúl, abuela. Y sé que lo habrás leído. Aquel cuaderno que creí perdido y nunca  más mencionaste, como no se menciona la enfermedad superada, a pesar de las secuelas.

La madrugada vino en mi busca leyendo sus páginas. Vampi ingresó al sueño en el que jamás estuvo. El mar mojaba nuestros pies. Su perfil en el horizonte: un techo de uralita bajo el que nos cobijábamos de la lluvia, Raúl y yo. Niños. Llovía en la infancia del pueblo.

Salgo a caminar con el nerviosismo agarrando mis piernas. Páginas de adolescencia paseándose alrededor del mar. También hoy predomina el gris y está sereno como si le hubieran pasado la plancha.

La prima Mada y sus llaves. Busca tu llave, Amanda. Ya, cómo la de Raúl. No, prima, la tuya es distinta, la conoces, está en la casa y te iluminará.

Quiero mucho a Mada, aunque algunas veces le daría un cachete. Esas fábulas suyas, esos recovecos de sus sueños y sus claves.

Cómo saber, mientras camino cerca del agua, que era ésa la llave, querida Mada. Una caja de lata con restos de pintura, medio oxidada en el trastero. Las llaves de la antigua casa del pueblo, que ya no existe, llaves de maletas, llaves de buzones, llaves de cerraduras extraviadas y la llave del baúl. ¿Por qué no sentí antes la necesidad de abrirlo?

Tu voz, abuela, dice que cada cosa tiene su momento. Y este momento me está asustando.

La playa sola es la naturaleza predominando sobre esta conquista de construcciones. Un lecho apacible donde el pensamiento descansa.

Estaban ahí, en el diario de la adolescente. Las otras llaves, las que nos prestaron Teresa y Leo. Eran de un apartamento vacío de los padres de Leo. Esa noche, tú guardando las llaves que abrirían el día siguiente como si fuera el primero de un nuevo calendario, no dormí. Tú confesaste que el sueño te había costado toda la noche, que te habías rendido una hora antes de que sonara el despertador.

Retorna un barco de pesca. Un punto en frágil equilibrio sobre la inmensidad marina. Es la imagen precisa, la que define mi estado anímico. Si alguien cae, te acercas y le ayudas a levantarse, sólo cuando sigues tu camino te das cuenta de que puedes tropezar en cualquier momento y caer también.

Cuando era pequeño, Raúl, me daba lecciones de fortaleza. Le recuerdo haciendo un barco de papel, llenando el fondo de la bañera y fabricando falsas olas con su mano. Me demostraba así, que un barco bien construido podía soportar las embestidas del mar y mantenerse a flote.

 



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