martes, 7 de julio de 2009

A HOUSE IN THE MIDDLE OF THE STREET


La mala racha había establecido un código de presencia, ungido por un misterioso reloj y calendario, que metódicamente ejercía sus catástrofes los sábados entre las 11h y las 14h. En un simulacro de serenidad, cumplía su turno disciplinariamente, a pesar de que ese método se extendiese a otras tardes de la semana con incidentes distintos. La mano se abría, señalando una detención que era burlada constantemente y la sombra del dolor caía pesada, sobre todo lo que se había reestructurado con tanto esfuerzo. Nada podía detener ese juego de apariencias siniestras, en donde tijera, hilo, trapo y muñeca, adquirían un valor impreciso en el mercadillo de sus diversiones. Todo valía. Incluso la enfermedad y el desamparo, eran artículos de lujo en la trama de esos desventurados, cuyo sino estaba al albur de caprichos incomprensibles.

Hubo una indignante apuesta sobre la piel de la vida.

Hubo un silencio profundo que, al margen de planes y disposiciones tecnológicas, cavó un abismo inesperado de desobediencia ingenua.

Hubo una maestría consentida, un control de brisas y emociones.

Hubo una colocación contraproducente de espejos feriales entre el ojo de la mente de los visionarios y los paganos poderosos.

Hubo un recreo de recreaciones pavorosas.

Hubo momentos en que la muerte estuvo más cerca que ellos del triunfo. Y continúa atenta a los dislates de esos engreídos semidioses.

Hubo nombres femeninos y masculinos para las directrices de esos hechos meretrices del destino distorsionado de los encarcelados.

Hubo una increpación a los colores y a los días, como si jugaran a cambiar las estaciones. Languidecía la paleta, el pincel y la acuarela, confundiendo mar, arena, montaña, sol y ocaso teñidos de colores falsos que ya nadie sabía. El corazón de los niños, rojo, rosa o amarillo, desteñía un verde oliva de aperitivo de mediodía con caña, vermouth y panchitos rancios. Las nubes que dibujaban las madres en las paredes de sus habitaciones, lanzaban afilados bríos de tormenta en lo que se suponía cielo abierto y despejado. Todo, del color de los iconos manipulados.

Hubo una verdad desmedida en quien supo que el amor mentía y vendía sus besos al diablo. De entre tanto pasaporte a ninguna parte, concluyó en el último viaje, dando puerta a los Ulises y Penélopes, turistas de la Ïtaca desmoronada en el azogue de las pesadillas. Si hubiese que viajar a alguna isla, decía el corazón atorado, iría a una desierta y no habría Viernes que sedujera la necesidad de compañía, bajo la palmera a donde trepa el mono de divisa y moneda triste. Yo, el corazón atrapado en la celda repetía, me quedaré en la esquina afilada hasta que su estigma sesgue el pálpito mentido y el sol seque ese mar de lágrimas sin balsa ni salvavidas. ¿Cuántas veces tiene que comenzar Sísifo el camino?

Y pensó, quien pensar aún se permitía, que era mejor desistir de todo, que lo sabido era lastre y llegar no era posible. Que se repitiera insaciable la ceguera y la voluntad del que embiste sin reparo, todo cuanto considera vano en su pensar inútil, era el dictamen más ajustado para no pretender nada humano. Y rimarlo, o ripiarlo, cual si verso contuviera esta manera de estar en el borde del acantilado, sólo era ejercicio desafinado en la lealtad al espíritu del verso libre y de métrica sin cálculo. Al diptongo no se opone quien sintió, antes del árido antipoema, la poética prosa de piel ardiente en el trópico de su lecho. Y si lo breve es bueno, la fidelidad a la letra aunque dure la vida entera es mejor cuanto más longa, cuanto más disponga de emoción sincera y de virtual hecho tangible, que de fantasmales visiones desvanecidas en la oscuridad de la noche, están los cementerios y las leyendas llenos.





El borracho desfleca silbidos sobre la vereda sucia. Obedezco a su mirada turbia, salvo en sentimiento y deseo, que a izquierda me atemoriza.

En el aire, esparce el ave negra su impronta severa, el vaho que perteneció a la turbina de la ceguera y todos los porqués sin respuesta de su violencia.

Dispongo un haz entretejido en silencio, engarzado a los golpes que añora, cuando los latidos toman una forma ya desdichada y su perversa inquietud desflora vírgenes.

Creo que la palabra le sobra, crucificando buenas voluntades y las incipientes energías bienhechoras. Cubre de mantos negros el ara donde sacrifica la sonrisa naciente y cocina sapos, culebras y otros bichos malolientes en la entrepierna de su mente.

Como siempre –es tan fácil- he errado en el discurso, desvirtuado, y lo que surgió limpio, acabó en la ponzoña de su regurgitación insolente. Vomita espasmos de impotencia, con la cruel saña del vampiro acechando yugulares y ahí está, de nuevo, como siempre, reconstruyendo su maldita escombrera, donde sólo las ratas sobreviven, como si un estallido nuclear hubiese barrido las voces.




(A quienes sufren violencia y, por los motivos que sean, no pueden denunciar a través de los cauces legales)


Madrid, 6/7 de julio de 2009


ME GUSTA

Seguidores

"Te podría contar..."




Archivo del blog