lunes, 5 de abril de 2010

Carrera con el viento.



“Las cosas son dueñas de los dueños de las cosas y yo no encuentro mi cara en el espejo. Hablo lo que no digo. Estoy, pero no soy. Y subo a un tren que me lleva adonde no voy, en un país exiliado de mí.” (LAS PALABRAS ANDANTES, Ventana sobre la nuca, de Eduardo Galeano)



“Una negación necesita de un muro, una afirmación apenas precisa un momento de debilidad.” (TRÍFERO, Ray Loriga)


* * *


No se puede decir que huyera de lo que de sobras sabía no podía huir, pese a ello, una fuerza proveniente de la rabia contenida, aceleraba su paso sin rumbo. Los dientes apretados, como si se mordiera el aliento agitado de tantas noches insomnes, iban desfigurando el rostro de la tarde y ya no le importaba si la exagerada prisa de sus pasos llamaban la atención.

El viento, aquellos días en constante conspiración con su cabello y el sentido de su camino, cruzaba las calles empujando prepotente, tratando de impedirle seguir, como una prohibición de origen diabólico.

Contra la mala disposición de los elementos y porque los elementos no juegan sólo en una dirección o sentido concreto, pues no disponen de la facilidad de un cañón, una pistola o una ballesta, esa persecución violenta del aire airado, rompió la gruesa muralla de nubarrones. La nitidez del cielo se abrió paso y sintió que, con ese gesto generoso, el terrible dolor de cabeza cedía, los músculos se descontraían y podía poco a poco aminorar la celeridad de su marcha.

En el bolsillo del abrigo sonó su móvil.

La pantalla mencionaba el nombre que no esperaba.

Reposados en el sedimento de tormenta que aún partía el cielo en calma y amenaza, dos espléndidos arco iris, marcaban una metáfora de doble oportunidad, o de belleza que insiste en mostrarse burlando el mal.

Y el lastre desapareció durante un tiempo.
 



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