sábado, 3 de abril de 2010

Los relojes de arena del desierto nocturno.




Me imagino dejando que pasen las horas sentado en la misma cama. Mirando la televisión sin mover un dedo, sólo por curiosidad de saber qué hace el tiempo con uno cuando uno no hace nada con el tiempo.


Ella es un ejército y yo soy un hombre desarmado.

El ruido de mi miedo es como siempre demasiado grande y por eso no la escucho.

¿No es, en medio del amor, el amor mismo lo que uno más teme?.

Cuando uno está en Tokio, Tokio está por todas partes.


(TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga)


* * *


Una, en una inmensa causa, vivir siempre es una causa demasiado grande, sola, con la noche extendida entre todos los puntos cardinales y sin lograr ver la esfera de la brújula, que se supone debe de estar en alguna parte de este desconcierto.
 
Hay momentos en los que dentro de ese profundo silencio, el suelo parece descomponerse y desintegrarse, como peldaños de una frágil escalera que se rompe. Y todo cae hacia un lugar indeterninado, desde donde parece que nada volverá a elevarse.
 
Dar con el "power" del audio y conectar con la melodía que salvó el último naufragio de todos los dioses, hilos conductores entre la debilidad solitaria con ese escenario que es el mundo. Deja de doler tanto, el efecto analgésico de la voz, como si la voz perteneciera a un estrato espiritual más elevado. Y la respiración vuelve a un ritmo menos trágico, las trincheras palpitantes de la nuca deponen sus armas.
 
Y por último, el humo delirante del cigarrillo y el recuerdo que se ata y desata, rito absolutamente necesario para que no se diluya nunca.
 
 
 

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