martes, 14 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXVIII


Amanda no puede dormir. Se acuesta, apaga la luz, el sueño no llega. Su cabeza da vueltas al regreso de Alberto, sólo faltan unas horas.


Se levanta, va a la cocina y prepara un café. De uno de los armarios, saca una caja de galletas de chocolate. Luego se acerca a la habitación del niño y mira desde el marco, la puerta está entreabierta. Duerme apaciblemente, ajeno al torbellino que se ha desatado en su interior y a las posibles consecuencias.

Regresa a la cocina, pone el café y va al salón.

Hace mucho que no habla con su amiga Teresa. Vive en las afueras de la ciudad, con el gordo Leo, con quien se casó finalmente.

Recuerda que durante aquellos días de problemas, habían discutido y estuvieron un tiempo distanciados, como si todo se hubiese confabulado en contra de la pobre Teresa.

Es tarde, tal vez ya esté acostada. En un impulso coge el teléfono y marca su número. Responde ella.

-Hola, Teresa, soy Amanda.

-¿Cuánto tiempo? ¿Qué pasa? Porque te pasa algo, no es normal que llames a estas horas. Ültimamente ni siquiera es normal que llames.

-¿Estabas acostada?

-No, el que está roncando como un bendito es Leo. Uno de los niños está con fiebre y no se ha dormido hasta ahora mismo. La noche pasada le tocó a Leo y ésta me toca a mí.

-No será nada grave.

-Anginas. Su hermano no pilla un catarro ni aunque lo tires al río y lo dejes todo el día mojado y éste pobre, se pone en una corriente de aire y ya está estornudando.

-Menos mal que en algo son diferentes.

-Son diferentes en todo, no sólo en eso. ¿Me vas a contar lo que te ocurre?

-Alberto se ha enamorado de otra. Estoy mal, confusa y no sé muy bien qué hacer.

-Lo siento, Amanda. No sé qué puedo decirte. Sabes que puedes contar con nosotros siempre que lo necesites, aunque sólo tú sabrás qué hacer. ¿Cómo sabes que se ha enamorado de otra?

-Descubrí algo, un regalo sospechoso y lo seguí.

-Vaya, de Matahari.

-Algo así.

-¿Por qué no te acercas mañana a merendar con el niño y hablamos?

-Mañana regresa Alberto. En realidad no llegará hasta la noche. Está bien, iré.

Retomar la comunicación, perdida desde hacía algún tiempo, con su amiga Teresa, la reconfortaba. No resolvía nada, pero era un punto de apoyo que la ayudaba a sobrellevar la carga.

Tercer peldaño, descenso y toma de decisiones.

La noche continuó extendiéndose entre pensamientos rutinarios, la sensación de desmoronamiento y una anticipación a lo se le avecinaba. Procuró no torturarse con el dolor de la traición.

Había perdido todos los ases y no guardó ninguno en la manga. Estaba decidida a no hacerse trampas, exponiendo sus propias cartas sobre la mesa. y esto la situaba frente a sí misma exenta de falsos caparazones en los que resguardarse.

Algo se le escapaba, la reacción de Alberto. Ya no era el mismo hombre que había conocido. Y si bien su intención era la de sinceridad absoluta, no sabía cómo actuaría ante una actitud engañosa de Alberto.



La mujer del presente entra en la casa, la de entonces, suya todavía, y entra en la cocina de hoy y abre la nevera, saca la caja de bombones que le regaló Jorge, coge uno y vuelve a meter la caja dentro. Se apoya en la mesada y saborea el chocolate del presente, mira la casa sin sombras de otro tiempo, tan suya y de su hijo, tanto tiempo vivido desde aquel angustioso, de decisiones dolorosas. Y ahora sabe que los lugares se adaptan al estado de quien los vive.

Vuelve a pensar que Jorge tarda demasiado y no está segura de que no le haya ocurrido nada, supone que en ese caso se lo habría dicho. Su voz parecía más bien exaltada, con el brío de alguien que está contento. Sonríe y vuelve a salir a la templada terraza.

 
 

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