miércoles, 30 de junio de 2010

DIARIO IX


11:12h- No puedo creer que esté tomando el primer café de la mañana, en esta media mañana de carnaval soñado.

(Gorjeo. Haces de luz tenue en las rendijas de la persiana. Este dormitorio remolonea entre incomprensibles trinos –cómo pueden las aves obviar tanto cemento- y la furiosa huida de una moto apagando los demás sonidos. Nebulosa arrastra mirada hacia el reloj, que ha traicionado a los impetuosos amaneceres de estridencias nerviosas. Y aquel mordisco sonrisa que le faltaba a la Luna, en el caldero tibio de la noche, transgredió mi máscara de dama preocupada. Fueron algodones, instantes de paz regalados y una ferviente claudicación a la cercana y desconocida piel en la sombra. Que a la oscuridad, luego, la saliva del sol la convidó a un calor renovado. De la mano del interior de la noche, llegaron los labios de la distancia y el inexplicable vértigo, vértice que exclama una conjunción enigma venciendo cualquier pronóstico. Es así, supongo, como la derrota vira a victoria y se vence en un sueño. Y te beso.)

14:14h- Diario, ya sé, ¿cuántos días sin escribir (t)?







DIARIO VI - VII - VIII


05:00h- Otra vez. Un hipotético gallo carcome con su arrogancia las entrañas del sueño. Está tan oscuro, me siento ridícula en este trasnoche matutino. Ron vino a ver qué sucede, me ve poner la cafetera en el fuego, gira sobre sí mismo y se va con claras intenciones de seguir durmiendo.


La otra noche, Raúl llegó tarde y me encontró dormida en el sofá. Estaba más animado, había disfrutado de la película y si bien no relacionó nada de la misma con su pérdida, tampoco dio muestras de querer extenderse en la conversación.

Ayer, al mediodía, mi hijo Alberto me llamó cuatro veces seguidas. En realidad no tenía nada especial que contarme. Está bien, se divierte con sus amigos, van todos los días a la playa, juega al fútbol, pasea, lee, “lo típico, mamá”. Me lanzó el interrogatorio pertinente sobre el estado de su tío y sobre mi ánimo. Las cuatro llamadas se debieron únicamente a otras llamadas que entraban y tenía que atender porque esperaba una en concreto. Conoció a una chica que lo tiene “flipado”.

No quiero hacer ruido, es una hora incómoda para estar despierta. Tengo la impresión de estar atada a la silla.

De pronto llega el recuerdo de tu llamada. También ayer. Estás aquí por motivos laborales y quieres invitarme a cenar. Llamaste por la mañana, en el intermedio de una reunión. Te has enterado, a través de mi prima Mada, de que estoy aquí y de que mi hermano Raúl está enfermo. Mada ha sido discreta.

Sí, Raúl enfermó de pérdida, carencia y vacío ante la inevitable ruptura. La verdad es que pudo haber sido más grave.

No sé por qué, cuando nos encontramos, sentí que te convertirías en la excusa adecuada para accionar la válvula de escape y dejar salir algo de presión. Así fue. Después de la cena, en la que resumimos nuestras respectivas cotidianidades desde que no nos veíamos, y de eso hacía ya bastante, te conté la situación real de mi hermano.

La borrachera del madrugón embota un poco mis sentidos. Sigo pensando en la sorpresa de tu llamada.


Algo me distrae de la escritura. Un pedacito de cristal de lo soñado –no suelo recordar mis sueños-: tú estás en la parte trasera de un coche, has llegado a algún lugar y te dispones a bajar. Ningún sedimento más.

06:30h- Saldré a caminar un rato o acabaré con dolor de espalda de nuevo.

06:35h- Oigo pasos en el pasillo. Quizá algún fantasma habite como huésped o tal vez, misteriosamente, Raúl se haya levantado.

(La tiza de espuma estará bordando ondas en la arena. Humedad y olvido, borrando huellas sobre el mullido lecho de la playa.)



07:00H- Me permito una sensación etérea y un tanto altiva, como de madre adoptiva de un mundo de duendes desconocidos. Un pequeño oasis en la continua alerta establecida por la confluencia de los diversos conflictos. En gran parte se debe a que el fantasma del pasillo, tomó la forma de Raúl cuando entró en la cocina.

-¿Te desperté?

-No. ¿Qué pensabas hacer?

-Iba a calzarme las deportivas y salir a caminar un rato.

-Si me das unos minutos, me tomo un café y te acompaño. Eso sí, tienes que prometerme que no recorreremos toda la ciudad ni intentaremos batir ningún record de velocidad.

Se lo prometí todo, por supuesto, y disimulé las lágrimas a punto de despeñarse de emoción.

23:00h- Raúl duerme plácidamente y Ron ha logrado un rincón a su lado.

(Las mismas hojas de los mismos árboles aleteando nuevos verdes, recogiendo reflejos más esperanzados. Se perfila un horizonte en torno a la voz que me sostiene, tu voz. Tuve que vivir –vivirte- secuela intensa. Guardo por ello un puñado de palabras, cuyo deseoso contenido esboza el abrazo.)


08:01h- EL PASEO CON RAÚL

Al principio caminamos en silencio, a buen ritmo aunque bastante más lento que el acostumbrado en mis paseos solitarios. Rumbo a la playa, la circulación iba aumentando el cauce y los perfiles de la ciudad aclaraban sus formas. Cuando avistamos el mar entre líneas rectas –marco arquitectónico no siempre estiloso-, Raúl me miró y dijo: “Soñé con la prima Mada”.

Durante esta convalecencia de mi hermano, apenas habíamos podido apartar nuestras conversaciones de la catástrofe sentimental que lo acuciaba, a excepción del relato de algún sueño que había dejado una huella indeleble en su pensamiento. Esto, a mí, lo confieso, me causaba un efecto desconcertante, ya que debido a un incómodo acúfeno que padecía desde hacía tres años, jamás recordaba mis sueños vilmente ahogados por el intenso sonido que invadía mi cerebro.

Ya al borde de la playa, la luz del sol emergente lavaba las fachadas de los edificios, dotándoles de una aparente inocencia.

Como Raúl se quedó callado, fui yo quien le preguntó qué había soñado.

“Mada venía a buscarme, esperaba en su coche y me decía: ‘Venga, Raúl, sube o llegaremos tarde’. No sé a dónde íbamos, ella estaba muy contenta. Después, por el camino, discurríamos por una carretera entre árboles frondosos, me decía: ‘Raúl, encontré tu llave’. ‘¿Qué llave?’, le preguntaba yo, ‘no he perdido ninguna llave’. ‘Sí’, decía ella, ‘una llave antigua, oxidada, pero bonita. La llave de la puerta que tienes que cerrar’. Luego oí su voz susurrándome que me despertara: ‘Despierta, despierta, despierta...’ Y aquí estoy, paseando contigo”.


Mada había llamado a Raúl la noche anterior. No habló conmigo, tenía prisa, la estaban esperando. A través de él me hizo llegar su intención de escribirme en breve un correo electrónico.

Hacía una hora aproximadamente que caminábamos sin que mi hermano diese muestras de sentir cansancio. Al cabo de ese tiempo, y algo ensimismado, me propuso que tomáramos algo. Entramos en un bar y pedimos dos aguas minerales, que consumimos sentados en sendos taburetes de la barra.

-Estoy mejor, hermana, hoy, por primera vez, me siento mucho mejor. Gracias por estar a mi lado.

-No sabes cuánto me alegra oírte decir esto.

De regreso a casa, percibiendo a Raúl más receptivo, me atreví a contarle mi encuentro con Jorge. Más que el hecho de poder compartir con alguien las anécdotas que iban conformando mi cotidianidad –tengo amigos con quienes lo hago-, lo que realmente me reconfortaba era volver a ver en mi hermano signos, todavía mínimos, de una vuelta a la, digamos, normalidad. Me escuchó, no indagó, pero escuchó y eso no lo hacía desde que Silvia se había marchado y mucho menos desde que salió del hospital.



21:00h- Ron está tumbado a los pies de Raúl, supongo que intenta recuperar la atención de su verdadero amo, renunciando ocasionalmente a la tutoría que ejerzo y al rito de vigilar mi escritura. Volvió alegre de su paseo, se besuqueo con cuanta perrita, e incluso perrito, nos encontramos. Al entrar, corrió hacia Raúl, que lo recibió con los mimos y carantoñas desterradas en este tiempo de enfermedad y ausencia. Otro signo vital.

23:00h- Llamó Alberto, vuelve de Ibiza, quiere pasar unos días con su tío. Llegó el correo de Mada, nuestra primita pitonisa. Y tú, tú también has llamado.


Fumo. Todas las luces apagadas. Sólo la claridad prestada de los edificios de enfrente.

(Voluta de esperma triste, elucubración lenta que se eleva e inserta en la interpretación del aire la cadencia del discurso interno. Noche –y noches tantas- en el exilio epidérmico: imaginación activa de inevitables proposiciones.)






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