lunes, 2 de noviembre de 2009

APUNTE VI





En la penumbra de la sala, ella contempló las palmas de sus manos extendidas, como si quisiera comprender aquel trazado misterioso, cuya interpretación desconocía. De soslayo lo miró a él. Sobre sus manos se posaron recuerdos tristes. Volvió a mirarlo de soslayo.

No le había contestado. El hábito había hecho innecesarias sus respuestas a aquellas rutinarias preguntas. Todo continuaba como si hubiesen firmado un tácito acuerdo, que eliminaba de su monotonía explicaciones sobre hechos inevitables.

La costumbre también había exiliado el llanto de ella.

Cuando se encendieron las luces, se giró hacia él y le dijo: ¡¡Devuélveme mis ojos!!









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