jueves, 29 de abril de 2010

Eco mágico.



“… una muñeca sin cabeza, un paquete de donde salía una cola de pescado. Los albañiles, los estudiantes, la señora, el clochard, y en la casilla como para condenados a la picota, LOTERIE NATIONALE, una vieja de mechas irredentes brotando de una especie de papalina gris, las manos metidas en mitones azules, TIRAGE MERCREDI, esperando sin esperar al cliente, con un brasero de carbón a los pies, encajada en su ataúd vertical, quieta, semihelada, ofreciendo la suerte y pensando vaya a saber qué, pequeños grumos de ideas, repeticiones seniles, la maestra de la infancia que le regalaba dulces, un marido muerto en el Somme, un hijo viajante de comercio, por la noche la bohardilla sin agua corriente, la sopa para tres días, el boeuf bourguignon que cuesta menos que un bife, TIRAGE MERCREDI. Los albañiles, los estudiantes, el clochard, la vendedora de lotería, cada grupo, cada uno en su caja de vidrio, pero que un viejo cayera bajo un auto y de inmediato habría una carrera general hacia el lugar del accidente, un vehemente cambio de impresiones, de críticas, disparidades y coincidencias hasta que empezara a llover otra vez y los albañiles se volvieran al mostrador, los estudiantes a su mesa, los X a los X, los Z a los Z”. (RAYUELA, Cap.: 23, Julio Cortázar)


* * *

Entonces vine yo, Maga, a jugar limpio, tú lo sabes. Pero ellos siempre lobos hambrientos. Tu niño llora y lloras tú. El amor de Oliveira no creo que haya sido. Sólo fue el tuyo, devotamente y con tanta admiración que te hacías imprescindible…

La vereda de entonces ya no está. Por ésta, de vez en cuando, sueltan un gato o una gata sucia y apenada y yo siempre me acuerdo de vos. Son sus ojos, Maga, esa profundidad de agua oceánica, donde a veces se hunde el sol desde lo alto. (En él los ojos son nocturnos, de mesa de café, cigarrillo y poemas. De tertulia con exposición de fotografía b/n al fondo y de música para hipnotizar serpientes, caracoles y todos esos bichos que se arrastran, adheridos a la tierra).

Contra cualquier conclusión concluyente, fuiste amada, Maga, de otro modo nada sabríamos de ti.


Fuera de contexto.



“El amor es realmente una tormenta de la imaginación”.



“El amor es un millón de enfermedades distintas”.


(TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga)

* * *

Cada noche, en ese interior, un amor fuera de contexto. El texto se exhibe, discute y pretende una razón que a veces no tiene. Cada noche un debate al viento o a la deriva de ese océano imaginario. Cada día buscando el hueco perdido, un afán afiebrado y torpe, que en la avanzada y, sin apenas tiempo, sólo encuentra barandillas asomadas al mismo precipicio.

Se dice. Y en la mayoría de las ocasiones, nada hay más triste ni decepcionante que esperar la respuesta de sí mismo. “Te caíste”. “No, aún no, no fue más que otro tropiezo”.

Y cuando ya sabe que la noche viene enferma de inútiles protestas, de alambres retorcidos sobre el vientre del silencio, de astutos cuervos con su “nunca más”..., olvida la importancia de respirar, simplemente, en un páramo. Porque ese aire que absorbe y mantiene la quietud o el movimiento en la estática vivencia, no sirve, aunque a pesar de ello camine.

Así, cuando invierno supera a estío, contra las medidas de los termómetros, su barca es la de Caronte, chocando con cualquier iceberg puesto en su camino.

El texto no concluye, enreda sus garras en el lecho nocturno y reclama la condición de piel amada. La vocecita tibia dice que no lo cuentes y la grave voz del alma exige que no ocultes nada. Entra y sale de una frase hiriente, de una frase tan solitaria y apresada, que le estalla.

Más tarde, cuando ya se había resignado al punto y aparte o al borrón y cuenta nueva, después de haber batido toda la sintaxis a punto de nieve, le sale el sol en otra ventana que siempre creyó cerrada. Y crece. Descansa. Punto y seguido le pone la mano ardiente en la espalda. Advierte cierto parecido, antes del alba, entre el no y el tal vez sí. La angustia se desmigaja y abraza la desnudez que sentía. La resistencia cede y aparece el gemido ferviente, expandido sobre los bordes de la misma noche y del amor fuera de contexto.

Subiendo, le encuentra a aquella frase, que se retorcía, el ombligo. Va hacia arriba y se detiene, dos puntos, entre comillas, la lengua comparece con un epíteto contundente. Y se desliza. Ya no se detiene... Gira y luego desciende...

Y yo, le dejo ahí, conjugando todos los verbos en presente.
 



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