domingo, 13 de febrero de 2011

LX (60)


01:44h-Entre las páginas del viejo diario, también luces oníricas. Me desvelo. Busco significados sobre el “mandala” de la mesa de la cocina, marcado ahora con algunos círculos ajenos a su estética. Son los círculos de nuestra vida, la de mi hermano y la mía.

Abandoné el cuarto perseguida por la piel tibia de las sábanas, como si esas sábanas no fueran ésas sino aquéllas. Y no encuentro justificación adecuada a mi madurez. Me estoy dejando arrastrar por todos estos acontecimientos algo extraños.

El mismo Raúl resucita de su abismo, asido a la cometa poderosa de aquel rincón de su infancia. Y se eleva, se calza las nubes de sus juegos, sin reparar siquiera en el nombre repetido. Hace tan poco de la obsesiva angustia que le producía el nombre y sin embargo ahora lo pronuncia renovado, como si lo hubiera creado. Dice “Silvia” y ningún fantasma acude, ningún fantasma terrorífico, si acaso un dulce fantasma, la niña que iba a ser pintora y detective.

“Teníamos que investigar algo, dice Raúl, nos habíamos propuesto descubrir algún misterio oculto. Una tarde, al salir del colegio, fuimos hasta su casa, no había nadie, Silvia entró en la habitación de Vampi, abrió un cajón y cogió dos pares de gafas. Nos las probamos y nos miramos en un espejo que había en la entrada de la casa. Nos quedaban un poco grandes, pero decidimos que no era importante, lo importante era que nuestras miradas escrutadoras pasaran desapercibidas.”

Nos reímos los dos, cómo podían pasar desapercibidos dos críos con gafas de sol de adulto.

“Fuimos hasta el parque y allí caminamos solemnes por los senderos entre los árboles, mirando hacia un lado y hacia otro, buscando pistas de crímenes imaginarios. Sentada en un banco vimos a una señora con un bolso muy raro, verdoso, y nos acercamos, a Silvia le parecía sospechosa. Desde detrás de un árbol observamos a la señora y su bolso verdoso, como de serpiente. Tienes razón, le dije a Silvia, esa señora es cazadora de serpientes protegidas, de las que están en vías de extinción, tenemos que seguirla y averiguar donde vive. Sí, dijo Silvia, seguiremos todos sus movimientos, tenemos que descubrir todas sus costumbres, lo que compra en el super, en qué emplea todo su tiempo, si tiene amigas o amigos, todo.

Decidimos conseguir un par de pequeños blocs donde apuntaríamos todo lo relacionado con nuestra investigación. Esa tarde usaríamos nuestra memoria y al llegar a nuestras casas, escribiríamos los datos.

Cuando la señora se levantó, fuimos detrás de ella, a una distancia prudente de unos cuantos metros. Un par de veces, se dio la vuelta y miró, nosotros nos escondimos detrás de los coches aparcados y continuamos siguiéndola. Por fin, la señora se detuvo en un portal y nosotros memorizamos la dirección, cosa bastante fácil, vivía en la misma calle de Silvia, aunque Silvia no la conocía. Dedujimos que la mujer llevaba poco tiempo en el barrio.

En el portal de Silvia nos despedimos y le devolví las gafas. No las volveríamos a usar, dificultaban mucho nuestra labor de investigadores, se nos resbalaban continuamente por la nariz y teníamos que sujetarlas. Eso no sería práctico cuando tuviésemos que hacer nuestras anotaciones.”

Dejé que mi hermano se levantara de la mesa con la nube puesta de sombrero y una expresión que reacomodaba sus rasgos hipotecados en la tristeza. No dije nada. Y él se fue con Ron.

Ahora somos olas, de una orilla a otra.

ME GUSTA

Seguidores

"Te podría contar..."




Archivo del blog