Claro. Era ése el azul, el que pespuntea los segmentos en lo alto. Baldosa tras baldosa, no es imposible apurar el paso o decelerar el pulso. Tómame la mano. No sueltes, por favor. Me caigo.
Otra vez. El sueño de las cornisas. El teléfono que no suena. Despierto y el libro está abierto sobre mi regazo. El movimiento de las espirales en la lámina.
Tras el cristal la noche estrellada, limpia.