martes, 10 de noviembre de 2009

APUNTE XII





Caminé hasta el centro de su risa, un horizonte atardeciendo con los matices más sublimes. Tuve fe entonces y un tiempo prometido. Guardaba debajo de la almohada todos los cristales de su mirada y retornaban los cuentos de la infancia, las cometas y sus gestas de aves exóticas, los parques y los juegos... Poseíamos códigos mágicos y aparecía siempre un acuerdo, en el que se establecía como principio no traicionar jamás a la fantasía.

Que nuestras estaturas fueran dispares, no impedía el equilibrio en la cúspide de lo imaginado. Frotábamos la lámpara del genio escondido y nuestro lenguaje conquistaba un territorio nuevo, una tierra libre, donde casi todo sería posible. Tejimos una cálida manta de emociones y sentimientos que siempre estuvo a nuestro alcance, cuando vino la estación del hielo y la escarcha.

Crecer y configurar los mapas de nuestras manos, como si hubiésemos adquirido un sortilegio de fortaleza en aquellas tierras descubiertas entre sueños, sonrisas, sollozos y fiebres.

Cuánto has crecido.






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