viernes, 3 de febrero de 2023

¡TIC! ¡TAC! SILENCIO

 

El tic tac del reloj invade el silencio del apartamento. Prefiere la voz muda de los relojes de arena, no se inmiscuyen en la selva del insomnio repleto de palabras sueltas esa noche. ¿Cómo hilarlas? Son como pìedras preciosas que divergen. Acude a su mente el sueño de la noche anterior, hacía mucho tiempo que su subconsciente no la traía a su nocturnidad.

En la noche hay momentos en los que se recrimina esa falta de sueño, al día siguiente tiene que madrugar y la mira a ella que duerme como un ángel inmerecido a su lado. Esa noche tiene miedo de que aparezca de nuevo el fantasma casi olvidado. ¡Tic! ¡tac! Ella lo encontró extraño y evasivo, así se lo dijo. Él no tenía nada que ocultar salvo sus pensamientos y su involuntario sueño. Era absolutamente inocente hasta esa noche en que disfrutaba del insomnio dedicándole términos con los que podría escribirle, a la ya olvidada, una epístola muy extensa.

A ratos se detenía en el tic tac que provenía del salón. A quién se le ocurre poner un reloj analógico en un apartamento tan pequeño. Sus emociones son contradictorias, hoy casi festeja el latido metálico de ese dichoso reloj porque le encamina al encuentro inconsciente con ella. En el sueño es libre. Aunque él se creía libre también despierto, sin embargo ella, la que duerme a su lado, lo vio extraño y evasivo.

Ahora quiere atesorar ese cúmulo de palabras que inundan su mente. Podría levantarse y ponerse a leer un rato, una forma de atraer al sueño, lo hace en otras ocasiones. En la mesilla se apilan varios volúmenes que esperan ser abiertos aun en la madrugada. Pero él está atento a sus pulsaciones y al significado que adivina. Se está traicionando paulatinamente.

Hace mucho que no escribe, de ahí tanto vocablo desilachado enredado a su pensamiento. Y si se levantara muy despacio. Y si pusiera música y la escuchara con los auriculares. Y si...

Casi no dejó huellas de su huida del lecho. Fue tan cuidadoso que no se sentía fuera de la cama, cabía la posibilidad de que la cama se hubiese levantado con él. Esas tonterías eran también hallazgos dando fe de su excelente buen humor. No sabía cómo ni por qué, el caso es que estaba contento.

Entró en el pequeño despacho, se puso los auriculares, encendió el equipo de música y el portátil. Leonard Cohen comenzó a sonar en la intimidad de sus oídos. Frente al ordenador buscó su correo automáticamente, en realdidad nunca lo había expulsado de su memoria...

 

 

 

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