domingo, 13 de marzo de 2011

LXV (65)



18:00h-Así, exacta, en punto, a pesar de lo inhabitual, no suelo escribir a esta hora.

Como variante al consabido café de la sobremesa que tomamos, desde hace algún tiempo, el tiempo perpetuo del cuadro de la abuela en el que se sumergió Raúl, rescatándose, esta vez fue infusión. Una mezcla con canela, algunas veces la fragancia de estas infusiones despiertan ciertos sentidos bloqueados, el olfato, adicto a la cafeína de las mañanas, emerge en la tarde entrando en un antiguo colmado.

Raúl miraba su peldaño de piedra y no parecía que el torrente de su pensamiento fuese a volcarse en conversación. Recordé aquellas tardes del pueblo, algunas con Mada, y los golpes del abuelo, que ya no venía, en el cristal. Se lo dije a él.

Me acuerdo perfectamente, dijo Raúl, estaba impresionado.

Tú también los oías, no era sólo un recuerdo mío.

Mada también tiene que recordarlo. A ella no le impresionaba esa costumbre, después de los golpes, miraba hacia la puerta de la sala, como si el abuelo verdaderamente entrara, incluso la vi sonreír en un par de ocasiones, sonreía al aire enmarcado en la puerta.

Eso es nuevo, dije, no lo sabía. Todavía no le pregunté nada a ella, me acordé de pronto, al ver una de las tacitas de porcelana, de las que usaba la abuela en el pueblo.

Un día, dijo, jugábamos en el jardín, delante de la casa y le pregunté por qué había sonreído en esa ocasión, había sido esa misma tarde. Le sonreía al abuelo que nos miraba desde la puerta. Contestó eso como si fuera algo cotidiano, un hábito, sin darle ninguna importancia. Yo le dije, que el abuelo estaba muerto. Sí, dijo ella, pero aún no se ha ido. Le cuesta mucho despedirse, añadió, lo dijo sin dejar de jugar, con la mayor naturalidad.

La canela subió, escaló, transformándose en arroz con leche, el postre favorito del abuelo. Su imagen complacida al saborearlo.

Ya sabes cómo es Mada, dijo Raúl.

Sí, lo sé y no lo sé al mismo tiempo, no me resulta fácil entender sus conexiones con esa dimensión desconocida y dudosa para mí.

Estoy pensando en reincorporarme al trabajo, dijo, extrayéndome de los senderos intrincados que enlazaban postres, aparecidos, oráculos y señales acústicas provenientes del otro lado.

Me parece una excelente idea, siempre que no te cargues de tareas, creo que aún estás algo débil.

La mayor parte del trabajo lo haré desde casa, a la oficina tendré que ir ocasionalmente, podré con ello, es más, necesito hacerlo. Esperaré una semana, lo justo para convencerte de que sueltes tus amarras y te des una vuelta por tu casa, veas a tus amigos, hables con Mada… y aceptes esa propuesta de la que no dices nada.

Entonces fui yo la que tomó asiento en el peldaño de piedra del cuadro, dio un sorbo a la infusión con canela y tanteo las flores que nunca se marchitan en el caldero.

00:44h-Un acantilado en la hora. Clic. Y en la penumbra, anillos de Saturno, el humo, desposando la silente crecida. Madrugada, que reniega de ocasos, implora al alba sostén en ese frágil equilibrio de la luz y su nacimiento.

Clic. Es sólo la cocina, encendida la lámpara. Y sin embargo, cuánta imagen contenía la oscuridad que la ocultaba.

Está siempre en los sótanos vedados, en la alquimia enclaustrada, sobre las nubes templadas como jirones de seda, en los destellos de cualquier neón furtivo, en las danzas prenupciales del instinto, en la piedra de algunos cimientos, en los siglos adormecidos de ciertas páginas… Está, a pesar de todo, adherido a la misión reencarnada.



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