sábado, 15 de abril de 2023

UN JEFE NORMAL

    Esa mañana el despertador sonó a las siete, pero Luis se había despertado a las seis y media con el vientre algo revuelto. Había ido al baño, se había sentado en el váter e inmediatamente había comprendido la falsa alarma del dolor que había sentido.

    Apagó el desertador del móvil y se levantó con la intención de ingerir una taza de café y una tostada con mantequilla y mermelada, tenía hambre y la necesidad de una dosis de cafeína que terminara de despejarlo. Mientras se hacía el café fue hasta el baño y reparó en sus ojeras reflejadas en el espejo. Pensó que si se presentara con ese aspecto en la oficina nadie le respetaría. En el espejo de la pared se vio de pies a cabeza y se dijo a sí mismo que todavía conservaba cierto aspecto juvenil a pesar de haber cumplido ya los cuarenta y cinco.

    Desayunó pensando en los trabajos pendientes para esa jornada.

    Entró en la ducha a las siete y cuarto. Quería estar en la oficina a las ocho, la mañana se presentaba entretenida, tenía que hacer un informe y una reunión a las once. Su barriga volvió a dar señales, sintió una procesión de gases sospechosos que no salían de su escondrijo.

    Con la toalla anudada a su cintura volvió a mirarse en el espejo de la pared y reconoció sus largas piernas, algo musculadas aunque no iba al gimnasio, simplemente caminaba lo suficiente para sentirse en forma. Su elevada estatura hacía que la toalla pareciese más pequeña de lo que en realidad era.

    Se afeitó y usó una crema hidratante masculina. Alguno de sus amigos usaba cremas hechas para el cutis femenino, pero él era de los que pensaban que el cutis femenino y el masculino son diferentes, por lo tanto la composición debería ser distinta.

    Salió a la calle vestido con traje y corbata, porque esa mañana la reunión era de jefes y por alguna razón algo arcaica todos asistían de traje, nadie se atrevía a romper la norma. Faltaban justo veinte minutos para las ocho, los que tardaba en recorrer el camino hasta la empresa. Sintió nuevamente un leve cólico intestinal, la cercanía de la oficina calmó su angustia.

    A las ocho en punto estaba en su despacho. Tomó de la estantería el informe del anterior trimestre y las notas del trimestre corriente. De pronto, una amenazante ventosidad hizo acto de presencia, pero la expulsó con sumo cuidado, además estaba en su despacho, estaba protegido, y en la oficina aún había pocos empleados, la mayoría llegaban a las nueve.

    Aquel gas salió despacio e insonoro, sin embargo algo húmedo se había instalado entre sus nalgas. Se levantó intuyendo lo peor. El ambiente del despacho cambió el olor a ambientador por algo putrefacto. Sin prisa pero sin pausa se encaminó hacia el servicio, tenía la sensación de que ese olor lo perseguía por toda la oficina. Entró en el baño, donde no había nadie, y se introdujo en una de las cabinas.

    Una vez dentro, desabrochó su cinturón y se bajó los pantalones. ¡Mierda!, pensó. Una mancha marrón, casi líquida, adornaba su calzoncillo. Se sacó los zapatos, unos mocasines castellanos negros, se quitó el calzoncillo y se limpió lo mejor que pudo. Salió de la cabina con una bola de papel higiénico que humedeció con agua en el lavabo y volvió a entrar. Se sentó en el váter y una tormenta infecta y líquida se precipitó en el inodoro mientras el aroma se extendía en el interior del cubículo. Cuando ya no quedaba nada en su vientre, se limpió, primero con papel seco y después con la bola mojada, tras lo cual se secó, envolvió el calzoncillo en papel y lo depositó en la papelera. Se puso el pantalón y salió. Se lavó las manos con jabón y se abrochó la chaqueta que disimulaba su falta de ropa interior.

    Saludó a su secretaria que acababa de llegar y le anunció que saldría de la oficina porque tenía que hacer un par de recados. En la puerta de la empresa, pidió un taxi y se acercó hasta su casa.

    Volvió a ducharse, había sudado y tenía la sensación de que el olor de su incidente se le había pegado al traje.

    Regresó a la oficina en taxi y no había tardado ni una hora en hacerlo todo.

    Le parecía que todos lo miraban, tal vez aquel corrompido olor había invadido la planta, vio a uno de los empleados entrar en el servicio y salir de inmediato, tosiendo. La curiosidad le llevó a investigar esa actitud del empleado y entró para lavarse las manos, efectivamente el olor no había desaparecido aún.

    Había sido sólo una descomposición. De todas formas, por si acaso, no volvió a tomar café en todo el día.

 

 

https://youtu.be/tf_k7eeHILE

 


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