lunes, 12 de abril de 2010

Vestida de stripper.



“Habría que saber templar mejor el alma de un desconocido, como se hace en sociedad, donde el desprecio no se aleja nunca de la etiqueta. Maldita Cordelia también por eso".

"Sigue hundiendo las manos en el agua, como si nada, mi pequeña Cordelia, mientras mi venganza toma cuerpo y encuentra un caballo a buen precio y una espada”. (EL DESTINO DE CORDELIA, Ray Loriga)

* * *

Metafísica no es lo mismo que meta física. Ay, si Newton levantara la cabeza y tuviera una conversación con Adán...

Los raros eran ellos, no me siento culpable. Cómo iba sentirme responsable de tener la espada de Damocles sobre la cabeza. Y aún así, cuánto cariño repartido entre burlas y mentiras. Ficciones, vale.

* * *

El auto-diván (no el auto de Iván), no tuvo tiempo, hoy, de acoger cuitas dudosas. Por qué ese imperceptible resquemor a lo largo de la mañana, bebiéndose la tarde con un café tardío. No había nadie en el patio y las calles estaban tan pobladas... Rara, sí, me sentía rara, caminando para el dolor con deportivas de legua y media, como si me estuvieran esperando en una ratonera. El diván triste que no se acomoda en la pared correspondiente, así mi nuca estaría expuesta a los martillos. Y es, de todos modos, esa pared la que me da apoyo en algunos momentos de silencio mutuo.

Tratar de usted al aire, plagado de humo nervioso, desasosegado, y sugerirle que tome asiento y nota del baile de ventanas, ventanitas, azoteas deslumbradas, tejados resbaladizos. Cuánta añoranza, decepción, esperanza y otros -no sabe/no contesta- habrán bajado, con lágrimas y lluvias, por esos tejados.

Y qué le digo ahora al detestable honor de la vanguardia, con la letra en chandal y zapatillas, y con esta incoherencia que vira a la oscuridad, cuando todas las fibras buscan abrigo, sabiéndose a descubierto.

Si acudiese el descaro de la stripper que mentía y no mentía, enredada en aspavientos y el alto voltaje de las torres en el aire... Quizás cubriéndome hasta las cejas con la armadura y la máscara, atravesaría el espejo de la madrastra en la que me he convertido y abrazaría a uno de los amigos de la más Blanca. Puede que lo hiciera, puede que destejiera el laberinto de las emociones y todas las sugestiones.

Mientras tanto, canto, a veces junto a la reja, a falta de besos que llevarme al bolsillo del pijama.
 




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