sábado, 17 de abril de 2010

En esa extrañeza que se aproxima.

“Molly tomó un sorbo de ginebra y encendió otro cigarrillo. De pronto encontró cierto equilibrio y ya no quiso seguir mirando las tumbas del cementerio, así que decidió terminar con su desdoblamiento y agarrarse a la barra de Barney's. Experimentaba con frecuencia estos extraños momentos de gravedad cero en los que parecía que la sala se daba la vuelta y los viejos se sujetaban a los taburetes, a la barra, unos a otros, para no salir flotando hacia el techo, como astronautas. (EL HOMBRE QUE INVENTÓ MANHATTAN, Ray Loriga)




Nubes en lo alto. No grises, sino blancas. Nubes recién lavadas.

En la olla del último arco iris están mezclados diversos ingredienes: un segmento de tango y otro de rap, una gargantilla de brillanes, el reloj de bolsillo de un abuelo o más bien bisabuelo, un candelabro de cristal rojo, la medalla de un soldado, una muñeca con vaqueros y blusa blanca, un coche de carreras de metal pintado con un número en negro, una corbata con su alfiler,...

(Mirada con interferencias, la cobertura se pierde y vuelve.)

Quiso donar la tormenta un código de objetos y, entre siesta y siesta, lo recuperan las manos cicatrizadas en labores y caricias.

Un hombre viste la juventud, enseña a su propia imagen los rasgos que aún laten en la sonrisa exhibida, mientras su corazón gana tramos orográficos ya sin caudal,... y adelanta el reloj de la pared sintiendo que aún es temprano.

Sobre la vereda no hay prisa, una brisa lenta arrastra el dibujo de una hoja. La calle agitada, sin embargo.

Una mujer, en un bar cualquiera, deroga la ley de los colores, presenta su cabellera, identificándose, adscrita al trago silencioso tras el que resuena otro, el de labios tersos.

A primera hora, en la mañana, son los primeros y también en la cola de la noche, ponen su plato de cenas primeras. No suelen esperar a la medianoche, aunque la medianoche les extrañe.

En esa extrañeza que se aproxima, sin reproche alguno, apoyaré el lado más claro de la onírica piel que aún delata la ausencia.

 
(y si me ves al fin, antes de que caiga la tarde en saco roto, no dejes de besarme la esperanza)

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