miércoles, 12 de enero de 2011

LIII (53)


Vuelvo a casa contando las baldosas de la última acera pisada, sé que la madrugada me encontrará de nuevo con la adolescencia entre las manos.

Hablo con Mada y le cuento lo de la llave. Sí, Raúl mejora, ya pasea a Ron y éste olvida poco a poco mi tutela. Viene a espiarme cuando escribo y sigue apoyando su cabeza en mi regazo. Se queda mientras lo acaricio, cuando nota que me he ensimismado en la tarea de la escritura, busca el refugio de su amo o la alfombra a los pies de su cama.

Ésa es la llave. ¿Cómo puedes estar tan segura, Mada? Lo sé, lo noto en ti, en cómo me estás hablando y en lo que has descubierto dentro del baúl. La parte de mi adolescencia que vine a olvidar aquí. Todo encaja, Amanda, ¿no te das cuenta? Todavía no lo tengo tan claro como tú. Pero estás algo asustada. Sí, un poco. No tengas miedo. Es lo que tenías que encontrar. Tu hermano lo pasó mal y tuviste que ir en su ayuda, de alguna forma lo que le sucedió a Raúl, está relacionado con lo que te ocurrió a ti en el pasado y con tu presente. Y también conmigo, yo te regalé ese primer diario. ¿Lo recuerdas? Todo comienza a moverse, no una parte, sino todo lo que debe mutar en el presente. No sé, Mada, esto me está pareciendo extraño. Es como si de pronto la abuela estuviera cerca...

Abuela, Mada es como tú. O feitizo. Hablabas castellano siempre, pero algunas cosas las decías siempre en gallego. Y el hechizo era o feitizo en tus labios de anciana sabia. Tu nieta Mada heredó tus sueños y sus formas. Dice que no olvidé el diario, que lo abandoné inconscientemente, con el fin de que tú supieras todo lo que yo no había podido contarte. Dice que tú sabías cómo hacer que las cosas volvieran a ocupar el lugar que les corresponde, porque tú almacenabas el tiempo que nosotros necesitaríamos algún día. Abuela, Mada está un poquito loca, como lo estabas tú, con tus ánimas y tus velas y tus ritos.

Y ahora siento algo de pudor, al saber que leíste esas páginas. Y también te siento más proxima.

(00:00h- Aún permanecen las voces del día, el prolongado abrazo más allá de la luz. Los renglones bajo el faro, nerviosa caligrafía del abandono. O feitizo das cores. La mujer sabia silabeando nuestras caricias, el secreto de nuestros recién adquiridos cuerpos. Sabe un cuerpo que lo es cuando otro cuerpo se lo dice, dijo, entre pucheros y cuentos de aparecidos. Y después fantasma, qué otra cosa sin la caricia amada.

Así, el exorcismo de la almohada y su tesoro de lágrimas. Así, los lazos desatados, la palabra desbocada retenida. Latidos de relojes confusos. Y la verdad escrita en la piel de un almanaque futuro.)

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