domingo, 28 de noviembre de 2010

XLVII



04:00h- Tictactictactictactictac...

Abuela, me dejaste un corazón enorme de metal. Desde la cómoda, bajo un punto de luz tan pequeño como misterioso en su procedencia, emite sus esforzados latidos. El reloj de V en una muñeca de porcelana. La muñeca reparada, de cabeza fracturada, que también guardas en el bául junto a las pastillas. ¿Has visto, todavía tengo la muñeca que rompiste cuando eras pequeña? Perdóname, muñeca sin nombre de mirada inmutable, si hubiese sabido cuánto duele que te rompan, habría tenido más cuidado.

Salgo al pasillo frío, con el camisón blanco de franela que me prestó la abuela. Dice que mis pijamas de algodón frío no abrigan nada. Su ternura me condena a desenroscarme varias veces en la noche, cuando ya no puedo dar otra vuelta en la pesadilla.

Fantasma en dirección a la cocina. La sombra tiene sed, ha derramado tanta agua... El pasillo no está silencioso, un habitante sonoro lo puebla, el leve ronquido de la abuela. Un único signo de vida, la soledad es por ello más contundente. Como el tictactictac del viejo despertador.

Este frío intenso, la blancura de los azulejos, la luz fluorescente y el maltratado diario con un vaso de agua. Casi viva, en este simulacro de depósito de cadáveres y su asepsia.

Hoy quise ahogar todas las palabras que te recuerdan. La rotonda del paseo era nuestra plaza y su patíbulo. Desde el escaparate de aquella acera, donde me abrazaste para deshacer todos los abrazos pendientes, me mira el maniquí de labios carnosos y entreabiertos a punto de decirme que no es verdad ese día, que ese calendario era falso, que busquemos el verdadero... Pero el maniquí que me miraba desde su escaparate no dijo nada y tuvimos que someternos al calendario falso.

De pronto, como si el látigo de los dioses marinos se agitase iracundo, las olas fustigan a las rocas y casi alcanzan a la barandilla. La línea del horizonte se tambalea y me caigo, con el diario abierto y un discurso de lágrimas mudas. Este dolor no vale de nada. Alrededor todo sigue. Las parejas, que no somos nosotros, continúan besándose a pesar de todo. Tan sólo nuestro pequeño mundo se ha partido en mil pedazos.

Y yo que lamentaba el despiste suicida de una mosca, maldije al retoño de tus juegos con rabia y espuma entre mis labios. No me conocías y jugabas al deseo en la fiesta. Nadie habló, hasta que fuiste una parte de mí, hasta que la separación significó mutilamiento. Las continuas exigencias provocaron la confesión de la madre, el niño que amamanta es tuyo, dijo, y vinieron a buscarte. Y a ti los niños te derriten el alma, no soportarías su desamparo enturbiando tu vida.

No podré conformarme ni consolarme con las cartas prometidas. El niño que paseará de tu mano, quizá no merezca la mentira de un sentimiento que se mantiene a través de correo ordinario.



 
 

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