lunes, 20 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXIX


El camarero trae los cafés y Vampi continúa.

Me senté en una de estas mesas, puede que en esta misma. ¿No te acuerdas? No, sólo de algunas cosas.

Me había tomado dos copas de esa mierda de brandy y aquí pedí la tercera. A mí no me gusta el brandy. Mi padre sí que le daba bien a esa porquería.

Hacía unos meses que mi padre se había estrellado con el coche y con suficiente alcohol en la sangre como para que el coche se incendiase.

Estaba triste. Con sinceridad, no estaba triste por la muerte de mi viejo, me alegré de que palmara. Estaba triste por eso mismo, por sentirme bien y aliviado después de su muerte.

No era un tipo agradable, sabes. Siempre había sido violento y cada día bebía más y más violento se volvía. Nos trataba como si fuésemos cosas, a mi madre la despreciaba totalmente. Estoy convencido de que nunca la quiso. Tampoco puedo entender qué vio mi madre en aquella bestia. Sé que suena crudo, mal, que un hijo no debería de hablar así de su padre, pero es lo que siento.

Ese día, el de mi cumpleaños, en la mesa de al lado había un tipo sentado solo también. Yo ya iba cargado, no lo notaba, aún pensaba con fluidez, no se me trababa la lengua. Tenía la sensación de que mi boca era más pequeña y mi lengua la ocupaba casi por entero. Le entré al tipo. Te pareces a mi padre le dije. Él sonrió, como si se alegrase de que alguien le dirigiera la palabra. Dijo algo como que él no había tenido hijos, no recuerdo muy bien, si había enviudado sin tenerlos o si nunca se había casado.

No tenía ningún parecido con mi padre, no sé por qué se lo dije. La conversación siguió y me cambié a su mesa, sentándome enfrente de él. A medida que iba apurando a sorbos lentos la copa que había pedido, más hablaba. Lloré, al contarle que mi padre, un modelo a seguir, había muerto hace poco. Le conté que mi madre estaba desconsolada y yo había tenido que tomar las riendas de la familia.

Inventé y le relaté una relación con un padre que en mi vida nunca había existido. El tipo estaba conmovido. Me hacía preguntas y me escuchaba como un verdadero padre. A mí se me empezaba a trabar la lengua, perdí la coordinación de mis movimientos, tiré de un manotazo la copa que se acababa de pedir, un whisky con hielo de los caros. Me tranquilizó, me dijo que no pasaba nada, que era algo que le podía ocurrir a cualquiera.

Necesité ir al servicio y fui tropezándome con todas las mesas. Cuando salí del baño, pasé por la barra y pedí otra copa. El camarero la llevó a la mesa y el buenazo que me estaba soportando la borrachera pagó todo.

Con la torpeza con la que hablaba ya, le dije que había tenido que dejar de estudiar y buscar trabajo, que a mi vieja le habían concedido una pensión de viudedad de vergüenza, lo único verdadero de todo lo que le conté. Él me daba consejos, me contó cosas de su infancia y de su juventud, y a mí empezó a darme vueltas todo. No veía. No entendía nada de lo que decía.

De pronto el tipo estaba a mi lado, de pie, pasándome la mano por la cabeza, consolándome de no sé qué, yo debía de estar llorando. Mi estado era lamentable. Algo trepó en mi interior, algo quemaba desde abajo hacia arriba y estallaba en mi cabeza. Y afuera aquel tipo acariciándome el pelo.

Me levanté de un salto, como una fiera. Agarré al tipo por el cuello y la emprendí a puñetazos con él, mientras lo insultaba. No podía parar. Puños, patadas... Me fui, entiendes, Amanda, me fui del que era. Y si todo esto te lo he contado con cierta coherencia, es porque lo pensé mucho, intenté rescatar lo perdido en la memoria. Cuando volví a tener conciencia de mí mismo, estaba en un calabozo de una comisaría.

Es horrible. Sí, sí que lo es. El tipo me denunció y con razón. Y desde ese día, hasta ahora, contigo, no volví a entrar. El resto lo dejamos para otro día, ¿vale? ¿Hay más? Siempre hay más. ¿Qué soñaste? ¿Recuerdas? Lo habías apuntado en tu carpeta.

Bueno..., me has dejado un poco impresionada, no sé si mi memoria...

Vampi arranca una servilleta del servilletero que hay en la mesa, saca de su bolsillo un bolígrafo y escribe. Luego le pasa la servilleta doblada a Amanda.

Tendrás que seguir las instrucciones. No debes leerla hasta que te hayas metido en la cama esta noche. ¿Lo cumplirás? Claro, claro.

Amanda está realmente impresionada a causa del relato de Vampi. Le mira con cierta incredulidad y con ternura. Le mira como si hubiese adquirido corporeidad, como si perdiera halo de duende, de ser fantástico.

¿Nos vamos? A mí se me hace tarde. Sí, vamos.
 
 
 
 
 

martes, 14 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXVIII


Amanda no puede dormir. Se acuesta, apaga la luz, el sueño no llega. Su cabeza da vueltas al regreso de Alberto, sólo faltan unas horas.


Se levanta, va a la cocina y prepara un café. De uno de los armarios, saca una caja de galletas de chocolate. Luego se acerca a la habitación del niño y mira desde el marco, la puerta está entreabierta. Duerme apaciblemente, ajeno al torbellino que se ha desatado en su interior y a las posibles consecuencias.

Regresa a la cocina, pone el café y va al salón.

Hace mucho que no habla con su amiga Teresa. Vive en las afueras de la ciudad, con el gordo Leo, con quien se casó finalmente.

Recuerda que durante aquellos días de problemas, habían discutido y estuvieron un tiempo distanciados, como si todo se hubiese confabulado en contra de la pobre Teresa.

Es tarde, tal vez ya esté acostada. En un impulso coge el teléfono y marca su número. Responde ella.

-Hola, Teresa, soy Amanda.

-¿Cuánto tiempo? ¿Qué pasa? Porque te pasa algo, no es normal que llames a estas horas. Ültimamente ni siquiera es normal que llames.

-¿Estabas acostada?

-No, el que está roncando como un bendito es Leo. Uno de los niños está con fiebre y no se ha dormido hasta ahora mismo. La noche pasada le tocó a Leo y ésta me toca a mí.

-No será nada grave.

-Anginas. Su hermano no pilla un catarro ni aunque lo tires al río y lo dejes todo el día mojado y éste pobre, se pone en una corriente de aire y ya está estornudando.

-Menos mal que en algo son diferentes.

-Son diferentes en todo, no sólo en eso. ¿Me vas a contar lo que te ocurre?

-Alberto se ha enamorado de otra. Estoy mal, confusa y no sé muy bien qué hacer.

-Lo siento, Amanda. No sé qué puedo decirte. Sabes que puedes contar con nosotros siempre que lo necesites, aunque sólo tú sabrás qué hacer. ¿Cómo sabes que se ha enamorado de otra?

-Descubrí algo, un regalo sospechoso y lo seguí.

-Vaya, de Matahari.

-Algo así.

-¿Por qué no te acercas mañana a merendar con el niño y hablamos?

-Mañana regresa Alberto. En realidad no llegará hasta la noche. Está bien, iré.

Retomar la comunicación, perdida desde hacía algún tiempo, con su amiga Teresa, la reconfortaba. No resolvía nada, pero era un punto de apoyo que la ayudaba a sobrellevar la carga.

Tercer peldaño, descenso y toma de decisiones.

La noche continuó extendiéndose entre pensamientos rutinarios, la sensación de desmoronamiento y una anticipación a lo se le avecinaba. Procuró no torturarse con el dolor de la traición.

Había perdido todos los ases y no guardó ninguno en la manga. Estaba decidida a no hacerse trampas, exponiendo sus propias cartas sobre la mesa. y esto la situaba frente a sí misma exenta de falsos caparazones en los que resguardarse.

Algo se le escapaba, la reacción de Alberto. Ya no era el mismo hombre que había conocido. Y si bien su intención era la de sinceridad absoluta, no sabía cómo actuaría ante una actitud engañosa de Alberto.



La mujer del presente entra en la casa, la de entonces, suya todavía, y entra en la cocina de hoy y abre la nevera, saca la caja de bombones que le regaló Jorge, coge uno y vuelve a meter la caja dentro. Se apoya en la mesada y saborea el chocolate del presente, mira la casa sin sombras de otro tiempo, tan suya y de su hijo, tanto tiempo vivido desde aquel angustioso, de decisiones dolorosas. Y ahora sabe que los lugares se adaptan al estado de quien los vive.

Vuelve a pensar que Jorge tarda demasiado y no está segura de que no le haya ocurrido nada, supone que en ese caso se lo habría dicho. Su voz parecía más bien exaltada, con el brío de alguien que está contento. Sonríe y vuelve a salir a la templada terraza.

 
 

lunes, 13 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXVII


Vampi está recostado en la pared, con su abrigo oscuro, fumando. Amanda se detiene y le observa durante unos minutos. Saca algo del bolsillo y vuelve a guardarlo.

En la mirada de la niña no está solamente la imagen de Vampi. Hay una parte de ella que está en Vampi y algo de él que está en ella al mismo tiempo.

No traigo la carpeta. ¿Qué tal funciona tu memoria?

No hay respuesta. Se abrazan y se besan.

Bien, funciona bastante bien, recordaba que me gustaba besarte. ¿Por qué me llamas Vampi? Teresa, mi amiga Teresa, empezó a llamarte Vampi. Le contaste lo que te hice en la mano y ella decidió llamarme Vampi. Así fue. Está bien, me gusta, puedes seguir llamándome Vampi.

¿Qué escondes en el bolsillo?

Vampi ríe con ganas.

Una tontería de efectos mágicos. Algo que me ayuda a reservar el lugar que te corresponde. O sea, una de tus dementes ideas. Te lo contesto mañana por la mañana en el autobús. ¿Puedes esperar hasta mañana? Bueno, sólo hasta mañana.

Me cae bien Teresa. ¿Cuándo la voy a conocer? Apenas te conozco yo a ti. Eso no es verdad, nos conocemos hace siglos. Tú no lo recuerdas, pero un día hace millones de años fuiste la única comida que tenía. Y te tenía que comer cruda, porque todavía no sabíamos nada del fuego.

Amanda ríe a carcajadas.

¿Hace mucho que conoces a Teresa? Desde párvulos. Cuéntame más.

Ahora está mal, estoy preocupada por ella. Sus padres tienen problemas y el padre está bebiendo más de la cuenta.

El rostro de Vampi cambia repentinamente, como si una sombra muy oscura le tapase el rostro.

Mi padre se mató hace dos años en el coche. Iba borracho.

Amanda lo mira espantada.

Lo siento. Yo también, pero ya no se puede hacer nada. Podemos inventarnos algo para ayudar a tu amiga. Eso estoy pensando yo desde hace días y no se me ocurre nada. ¿Tomamos una caña?

Los dos se echan a reír.

Mejor un café. Vale, aunque a esta hora me apetece más una caña.

Han caminado sin rumbo, en la dirección que les marcó la brújula de su conversación y de pronto se detienen tratando de reconocer el punto de la ciudad en donde se encuentran.

Aquí al lado hay un bar antiguo, me gusta mucho, podemos ir a ése. Así que a ti también te gusta ese bar. Sí, no vengo mucho, pero me encanta. ¿Tú vienes a menudo? Hace un año que no entro.

Se sientan junto a la cristalera que da a la calle y cuando se acerca el camarero piden dos cafés.

Te lo voy a contar. Celebré, aquí, solo, mi cumpleaños.





jueves, 9 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXVI


Paralelas que conforman la avenida iluminada. Asomarse a una ciudad anterior y ver la ciudad que es hoy.

Entre las calles, una realidad y una ficción.

Dar con los nudillos de todo ese tiempo en cada ventana y mostrarle al callado firmamento el fantasma de los nombres inventados, de los nombres que nunca han sido sino renglones de soledad entretenida en preciados tejidos. Y en esa red, pila bautismal, capturar exóticos peces, hoy realidades de nombres en ciernes.

Neón tras neón, discurso vertiginoso de la geometría nocturna, como ángeles custodios sobre el entramado de su incesante actividad. Y después, despertando sueños, la percusión del alba vidrio a vidrio, segmento a segmento y en los rincones que aguardan un fragmento de la melodía.






martes, 7 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXV


Primer peldaño, descenso.

El día alargó su brazo en mecánicos movimientos, respuestas automáticas, los habituales gestos tantas veces repetidos que se ejecutan sin pensar.

El niño duerme y Amanda fuma un cigarrillo a solas en la terraza.

El teléfono suena a las 22h, Alberto llama desde Londres. Está cansado, el día ha sido agotador. Y Amanda puede imaginárselo ciertamente agotador. La cama del hotel revuelta. Ella en la ducha. O quizás él llame desde el hall y ella esté arreglándose en la habitación. Durante un instante, juega con la tentación de arruinarle el viaje, decirle que los ha visto y sabe que no está solo en Londres. Sin embargo, deja que hable y ante la imposibilidad de contestarle con naturalidad, le dice que no se encuentra bien, que se acostará enseguida, el niño está bien, ha disfrutado mucho con los abuelos y ha preguntado por él antes de dormirse.

Cuelgan y entre los hilos, sobre los que se trasladan las palabras, anida el eco falso.

Amanda contempla la casa, pasea y vuelve a sentarse. Piensa en muebles dejando huella de su tiempo, instalados para una vida, y en muebles bajo telas blancas a la espera de una decisión.

Recorre con su pensamiento los cajones que nunca se ordenan, cajones sin contenido definido, en los que se encuentra a veces una razón o una respuesta inesperada. Contenido inocente y contenido culpable.

Y regresa a los cuerpos en la distancia, a la piel de su marido bajo las caricias de esas otras manos.

Encuentra sin querer otras manos también sobre la piel que tuvo.

Segundo peldaño, descenso y sinceridad.

Es doloroso, no el dolor descargado a la orilla del mar, con aquella inocencia, es diferente.



sábado, 4 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXIV

Diminuta equilibrista sobre la baranda de la terraza. Su lomo brilla. La mujer cubierta de insectos de adolescencia sensible.

Por qué nunca grita, estremeciéndose de asco, ante la visión de una cucaracha. Por qué se queda observando el brillo blanquecino sobre su lomo y la forma en movimiento.


Los adolescentes, pactaron con palabras y más besos. Las horas de la mañana se consumieron como los fuegos artificiales, estallaban luces y más luces de colores. El remordimiento por la clase perdida no hizo acto de presencia.

Prioridades del alma, escribió la niña, la noche siguiente, y la palabra amor hasta que llegó al final de la página. Y a pesar de creer que dibujar corazones era una cursilada insoportable, dibujó corazones de varios tamaños, como burbujas saliendo de la boca de los peces amantes, nadando hacia el borde del cuaderno.

Por la mañana entra en la cocina envuelta en su halo amoroso. Busca música romántica en la radio, canciones que hablen de su amor y se lo recuerden, lo repitan, lo cuenten a todas horas... No se da cuenta de cómo la miran sus padres y Raúl. Éste esconde la sonrisa en la taza de colacao. En un instante en que su hermana baja a la realidad cotidiana del desayuno en la cocina, le guiña un ojo y Amanda enrojece, despertando de su ensoñación.

La madre disimula y el padre refunfuña algo incomprensible, recuperando la emisora de las noticias.

En el pasillo, saliendo de casa, se cruza con su hermano y le dice, muy seria, con el dedo en alto, tú y yo tenemos que hablar. Raúl sonríe y le dice que se limpie el bigote. Amanda echa un vistazo rápido en el espejo de la entrada, una fina línea de chocolate sobre su labio superior, se limpia y levanta otra vez el dedo hacia su hermano antes de salir.

Baja las escaleras y sabe que falta algo. No ha sonado el teléfono, es eso.

Sube al autobús de forma diferente. Sin titubear se dirige al asiento junto a Vampi y ve que esconde algo rápidamente en el bolsillo de su abrigo.

Hoy no has llamado. ¿No me vas a dar un beso? Buenos días. ¿Aquí, delante de toda esta gente?

Se acerca y lo besa fugazmente.

Hoy no has llamado. Ya te dije que tuvieras cuidado con esos enfermos que llaman y no dicen nada. ¿Cómo sabes que no dice nada? Si dijera algo sabrías por qué llama. Eres tú, seguro que eres tú. ¿Qué soñaste esta noche, colecciono sueños? ¿Qué escondiste en el bolsillo antes de que me sentara? Parece que tenemos varias preguntas sin respuesta. Abre tu carpeta y apunta. Que apunte qué. Las preguntas que no nos hemos respondido y no tendremos tiempo de responder antes de que te bajes. ¿Estás hablando en serio? Claro. Venga, rápido, apunta y dime a qué hora nos vemos esta tarde.

Amanda abre su carpeta de anillas y anota. Vampi: qué soñaste. Amanda: qué escondiste. Cierra la carpeta.

Mi hermano se ríe de mí. Ese enano, por tu culpa. Se ha dado cuenta de todo. ¿De qué se ha dado cuenta? Apunta, Vampi, de qué se ha dado cuenta. Por cierto, por qué me llamas Vampi. Apunto, Vampi, por qué me llamas Vampi.

Lo besa rápidamente en los labios.

A las seis y media aquí mismo, en esta parada. ¿Puedes? Sí, hasta la tarde, corre. Y ella se baja.

Teresa está en la entrada del Instituto.

-¿Qué te pasó ayer? Por la tarde estuve a punto de llamar a tu casa, si no fuera porque mi padre estuvo potando toda la tarde, ese cerdo.

-Teresa, tía, es tu padre.

-Y un cerdo, tenías que verlo potar y quejarse, medio zombie.

-Hay que hacer algo, se va a enfermar.

-Ya está enfermo. No aguanto más a esos dos. Son mis padres, pero no los aguanto. ¿Me vas a decir que te pasó?

-Estuve con Vampi.

-Os habéis enrollado, lo sabía, si estás boba perdida.

-Luego te lo cuento, vamos a clase o nos la cargamos, que yo ya falté ayer.



Sobre el pavimento gris de la azotea, el aire cálido mezcla en una misma copa transparente el sentimiento puro y los sentimientos quebrados. Amanda se asoma y distingue las paralelas que conforman la avenida iluminada.
 
 

viernes, 3 de septiembre de 2010

SIN DIARIO XXXIII

Como una luz al fondo del abismo, continúa en su marco oscuro la luna. En ninguna de las azoteas circundantes está tendido el miedo de antaño, ni la torpeza de la mentira como sanadora inmediata.


Queda el espacio desnudo absorbiendo horizonte.


Querido diario: ayer estaba tan nerviosa que no podía escribir. Tardé mucho en dormirme y me hubiese gustado contar lo que había pasado, pero no podía. Sólo podía pensar, una y otra vez en todo lo ocurrido desde que subí al autobús por la mañana.

Soy otra. Si se lo digo a alguien va a pensar que estoy loca. No lo estoy, o sí, un poco, no loca de verdad, sólo... loca de una manera pasajera, o no. Quisiera seguir así siempre. Por favor, que no se me pase nunca...

En su pequeño oasis, el diario, la niña describe la mañana y el suceso que la ha transformado. Revive y marca la fecha de una frontera traspasada.

No vio a Vampi al subir al autobús. No tuvo tiempo de asustarse. La voz de él le susurró desde atrás, junto a su oído. Estoy aquí. Y Amanda supo que al girarse, empezaría algo que sólo había imaginado. En la mirada hubo un tácito acuerdo. Bajaron del autobús con los pasos de la rebelión.

Sé muchas cosas de ti. Eso no puede ser, sólo nos vemos en el autobús. Desde que nos encontramos en aquel bar, donde no bailabas con tus amigos. Y me mordiste la mano... No te hice daño, ¿verdad? No, pero tienes una forma un poco extraña de expresarte. Hace mucho tiempo los hombres besaban las manos de las mujeres. Sí, pero no las mordían. Lo estaban deseando, no se atrevían. Te lo imaginas, no lo sabes, no todos estarían deseando morder las manos que besaban. No estarían deseando morder todas las manos, sólo algunas manos. ¿Eres tú el que llama por las mañanas y no contesta? ¿Alguien llama por las mañanas a tu casa y no contesta? Sospecho que eres tú. Ten cuidado, los tipos que hacen esas cosas están chalados. Tú estás un poco chalado. Y te gusto.

Amanda lo mira y sonríe.

Te sientes muy seguro de ti mismo. ¿Tú no? No. Yo tampoco, es una apreciación errónea. ¿Entonces? Hago algunas cosas porque las siento así y otras porque cómo iba a llamar tú atención si no, entre tanto buitre. Buitres, ni más ni menos. Sí, esos pájaros que revolotean sobre las presas. Tú haces lo mismo. Ya, pero soy el buitre que te gusta. Lo ves, como eres un poco chulo.

Vampi la coge de la mano.

Vamos por aquí, hay una plaza. Lo sé, conozco la ciudad. ¿Te apetece ir a esa plaza? Sí. Tienes un hermano muy simpático. ¿Conoces a Raúl? Y Raúl conoce a mi hermana, están en la misma clase. Por eso sabes cosas de mí, mi hermanito es un bocazas. No, no lo es, es pequeño todavía. ¿No lo sabes? Le gusta mi hermana. ¿Ah, sí? Seguro que hay un montón de cosas que no sabes de tu hermano. No cuenta nada, Raúl también es un poco raro. Y un romántico, corta flores y se las lleva a mi hermana, ella sí me lo cuenta todo. ¿Por qué no bailabas aquel día? ¿Y tú? A mí me dolía un pie. Ya, botas nuevas. Te fijaste. Sí. ¿Nunca bailas? Algunas veces, ese día no me apetecía. Si hubiese estado bailando no habrías tenido la oportunidad de morderme la mano. Es verdad.

Llegan a la plaza.

¿Nos sentamos un rato? Vale.

Y antes de sentarse, Vampi la abraza y se besan. Aquel beso que a ojos de cualquiera parecería no terminar nunca, Amanda lo vive como un viaje a toda velocidad por un mundo extraño, donde todo gira hacia el centro de la tierra. Como si el límite de los dos cuerpos se hubiese diluído.

No se separan. Se miran y vuelven a besarse y luego permanecen abrazados un rato.

¿Nos sentamos? Estoy algo mareada.

Él se ríe.

No tiene gracia. Me río porque yo también estoy un poco mareado. Nunca me habían besado. No puedo decir lo mismo, puedo decir que nunca había sentido lo que sentí besándote, te besaría toda la mañana.

Ella se ríe.

Qué loco estás. Tú también estás un poco loca, es la única explicación para que estés aquí sentada y hayas permitido que un caníbal te besara. A lo mejor tienes razón. Ha sido muy extraño. ¿Qué? El beso, lo que he sentido. ¿Te gustó? ¿Tú que crees? Te gustó mucho. Sí.






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