sábado, 12 de marzo de 2022

LA LUZ

Mi infancia estuvo repleta de advertencias sobre encender o apagar la luz. Era un riesgo que las bombillas, de un color ambarino, iluminaran más de una habitación al mismo tiempo. En las casas siempre había una vela a mano. No figuraban en el listado de fines románticos, la necesidad se debía a los "apagones", algo que ocurría bastante a menudo, como los cortes de agua. A nadie le parecía extraño que esos arrebatos de los servicios merecieran un descuento en las facturas. Había muchas razones para cuidar el uso de la luz, pero la única que conocían los asalariados era el precio a pagar por cada tiempo de uso.

La luz era un privilegio que disfrutaban los trabajadores con remordimiento de conciencia y preocupación por lo que supondría en los escasos ingresos iluminar la casa. Un símbolo de bienestar económico era la posesión de un frigorífico importado de Estados Unidos y un televisor significaba el lujo de los hogares que lo poseían... Esos electrodomésticos aumentaban la preocupación en las viviendas donde se asentaban los obreros. En invierno hacía frío dentro y fuera de las casas porque calentarse con una estufa era ya el colmo del lujo.

Hemos crecido y heredado el desvelo de mantener más de una habitación con la luz encendida, además hoy en día poseemos más electrodomésticos que sirven para inflar la factura.

A pesar de la evidente evolución tecnológica, el miedo a la cifra que pagamos por vernos las caras cuando llega la noche se mantiene. El misterio de los precios también se mantiene y los Señores y Señoras de la Luz son menos y más ricos cada día.

Las últimas demostraciones que nos está dejando el invierno, los temporales, nos obligan a envolvernos en las mantas para poder leer, también, fuera de la cama.


 

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