A veces me rayo, dijo. Encendió un cigarrillo y dedicó un solo de anillos de humo al silencio que se hizo tras su frase.
Ella miró por la ventana y no hizo comentario alguno, en esas ocasiones era preferible contemplar los círculos.
Mientras aplastaba la colilla contra el cenicero, preguntó: Vamos al cine.
Ella asintió. Sabía que cuando se apagaran las luces de la sala, le diría como siempre: Me vas a perdonar.